La única forma de parar las carreritas del primer toro fue acribillándolo con el rejón de muerte. Roberto Armendáriz no acertaba a derribarlo. Las flechas rebotaban sobre el toro, cubierto de rejones romos. Cazarlo era complicado. Al toro lo centró la batería de fallos, buscando la respuesta a ese ataque aéreo. ¡Había un caballo! Armendáriz no sabía qué hacer; jamás lo tuvo tan fácil para colocarle la grupa. Un dilema. ¿Matar o no matar? A los problemas del toro empezaron a llegar los del confirmante y se pusieron a hacer cola. Descabalgó tras un pinchazo terrible, caído el rejón sobre el morrillo. Sonaron dos avisos, el descabello voló sobre la tensión del tercero. Antes, sólo había podido perseguirlo. El rejón de castigo en la yema no fue un spoiler.
El público se enfadó más con el toro. En los rejones hay una sensibilidad diferente, como si lo importante fuera la doma y el toro ese instrumento del que habla Chapu cuando las figuras matan lo mainstream. Fue divertido: el segundo pensó asaltar el callejón, como el primero. En el sol estaban en familia. Creyeron que era una performance de Joserra Lozano para premiar su fidelidad. Del tendido 5 al 6, marcada la zona cero del cambio de ciclo de la feria
La gente aplaudía las miradas furtivas sobre la madera. Dos puyazos le cayeron en el sitio: lo que tendría que haber hecho Armendáriz. La primera banderilla no le agarró a Pérez Langa, que también confirmaba. Fue clavando con dificultades. Con Fandiño no resultaron las cosas. Algemesí daba piruetas. Chillaron el calentón. El último par, a dos manos, le dejó el lomo al toro como la encimera de Bertín: un poco desordenada. Corría Pérez Langa como un desesperado cuando murió. Se dio una vuelta al ruedo despeinado, rojo y sudoroso: parecía un chiquillo castigado.
Martín Burgos le formó un lío al tercero. No había manera de clavarle las banderillas al principio. El toro, redondo, gordo, dio varias vueltas olímpicas al ruedo. Con dos o tres piruetas lo enredó el matador, sacándose el violín como un rifle. Tiene algo Martín Burgos de galán de bolera. Una portada de la revista Loka. Invitado de El Diario de Patricia. Después, vino todo rodado. A ver: el toro estaba lesionado. Arrastraba la pata. Las piruetas, los giros, los saltos y los galopes —parecía un extra de western— le llovían al toro inválido, que presenciaba la acción estupefacto. Ser toro y lesionarte y que te chulee Martín Burgos en una plaza que no está ni llena, pues también entiendo esas miradas lacónicas. Me pongo en el lugar del toro, tan mutilado por delante y detrás. Se subían los jacos al estribo con recochineo. El par a dos manos fue lo mejor. Pinchó una vez y después, ligero, mató de forma efectiva. Qué oreja, madre mía. No quiero ni pensar qué habrá en el circuito de segunda de los rejones.
A estas alturas de la tarde, el galope a dos pistas de Rui Fernandes me parecía lo más torero de la feria. La cola del caballo era magnética, arrastrando al toro desde la testuz, también grande, sin tanto trapío en los 600 kilos. Se abrió demasiado en un quiebro, pero después clavó sin problemas Fernandes. Los cuatro palos aterrizaron en el helipuerto de la yema. Tres rosas para terminar de pararlo. En los rejones hay mucha diferencia entre la alegría del rejoneador y el toro, que se queda embobado mirando a la cabalgadura lanzada a los tendidos. Cada banderilla es un gol. Mató a la segunda.
Salía detrás de la grupa el quinto echando humo de las pezuñas. Sobre todo cuando le cayó el rejón de castigo. Sólo se permitió dar una vuelta, al llegar a los medios abrió las ganas a tablas. Lo templó muy bien Moura, que no tuvo puntería. Venía el toro quizá por dentro, a arreones. Se rajaba siempre, dejando colgados a Moura y Chequemate. Expuso mucho sobre Hostil, yendo al grano. Eso le gustó tanto a una señora que empezó a gritar “música, música”. No hubiera pasado nada si arranca la banda, amenizando el hundimiento del domingo, esa tragedia. Cortó una oreja tras un bajonazo. Hubo una petición desesperada, como si buscaran lo sublime en un vertedero. Se nos iba hasta la afición.
Para que saliera el toro mejor hecho hubo que esperar dos horas y veinte. La última vez que vi a Telles, el Madrid ganó una Champions. Ahora se nos viene Gabilondo. Es difícil predecir cuándo la vida te va a dar una coz. Clavó por todos lados Telles, viendo toro más que ninguno. Como para darle la vuelta a la crónica ahora. Se agarraba de la frente despejadilla el rejoneador, entusiasmado con su actuación. De cerca, me pareció que era Miguel Noguera el que montaba a Ilusionista. Habría estado bien reírnos un poco. Mató regular pero ya no importaba. Quizá la oreja tuviera más pelo. “Os lo dije”, le decía Rappel a un portero.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Domingo, 26 de mayo de 2019. Décimotercera de feria. Menos de media entrada. Toros de Los Espartales, 1º manso, se dejó el 2º, lesionado el 3º, 4º dormido, 5º rajado, 6º bueno.
Martín Burgos, pinchazo sin soltar y rejón (oreja).
Rui Fernandes, pinchazo y rejonazo trastero. Dos descabellos (palmas).
Joao Moura Jr., bajonazo (oreja).
Joao Telles, pinchazo, rejón y descabello (oreja).
Roberto Armendáriz, pinchazo, pinchazo bajo, dos pinchazos sin soltar y medio rejonazo muy caído y delantero. Dos descabellos. Dos avisos (silencio).
Pérez Langa, rejonazo muy trasero (vuelta al ruedo por su cuenta).