El oficio encendió el on al cuarto. Pocapena se dejaba meter mano descubriéndose por fascículos. Era un regalo verlo metido en la muleta. Molestó el viento, como toda la tarde, traicionando la firmeza de Robleño. Desde el inicio, cuando aquellas verónicas intensas abonadas por la inercia que marcó siempre el matador hacia los medios. A la muleta llegó convencido, iba a haber faena sí o sí. Afianzado, convirtió la muleta en un cabestrante. Tuvieron poso algunos derechazos. Rectificaba los regates y seguía en la cara Robleño, pegado a las tablas, refugiado de los torbellinos que rodeaban la acción jaleando al toro como si fuera una pelea callejera. Ligó alguna tanda, al llegar al cuarto muletazo paraba el oleaje. Llegó hasta el final Robleño, paciente, templado, firme, construyendo la actuación que rueda luego, cuando se pasa la feria. La gente se lo agradeció. Metió la mano, no hizo efecto la espada. El descabello evaporó parte de la petición. La vuelta al ruedo fue feliz.
Robleño se echó la muleta a la izquierda frente al primero. La ayuda servía de detector de minas, guiando la embestida sobre el viento. Un gañafón halló el reflejo del bordado. Metió la cabeza, respiró sobre el cristal redondo de los muslos el velocirraptor de Escolar que inauguraba el centenario de Albaserrada. Pegado al fajín, rodeó a Gómez del Pilar en el desfiladero de chicuelinas. Robleño lo paró en el 6. La faena basculó del 2 al 4, buscando la trinchera el matador. Utilizaba las manos para volverse el toro, apoyando sus intenciones malignas. El mismo muro para matarlo: Robleño era un dummie de pruebas chocándose contra la carrocería afilada cien veces.
Gómez del Pilar se colocó para la portagayola dentro del túnel de la ganadería, emparedado entre los chiqueros y el hierro dibujado con la cal. Todos esperábamos un ¿monstruo?, según venía cantada la corrida. Sin embargo, apareció un toro ondeando la bandera de Intermón, un toro refugiado. Alimentado con cazuelas de arroz, los 570 kilos eran una ilusión en las hechuras anoréxicas. Por un momento creí que la megafonía iba a promocionar un crowdfunding para apadrinarlo. Por detrás, se escurría como Gebrselassie. Por delante, la cara de rata, así paletón, no compensaba. ¿A quien defiende la autoridad? Los silencios elocuentes de siempre.
El toro apretaba. Se salió Gómez del Pilar, andando para atrás, vencido el capote por el viento. Fue más desgarro que lucidez. La media surgió arrebatada. Igual que la del quite que intentó. Parece que Gómez del Pilar ve mucho toro, se coloca bien, la intención es buena, pero se esfuma: ahí se nota la falta de corridas. Además, el toro iba por dentro y esperaba. El Ruso saltó del bote antes de que se lo tragara la marejada. En ese cofre, escondía el toro una pepita de temple, que administró Gómez del Pilar como se apura un culillo de tequila. Quizá sacó tres muletazos o cuatro del caudal de faena. Al peso no eran nada para toda la maquinaria expuesta. La estocada definitiva fue muy torera; cayó el toro fulminado.
Sevillano enmendaba a sus compañeros, al menos por delante. La agresividad esparcida por las puntas grises como antorchas iluminando las hechuras de esquinazo, de mendigo, vaya. Empujó en el caballo sin castigo, descabalgado el picador. Un monosabio mantuvo sujeto al jaco. Debe ser terrible estar ahí, escuchando funcionar al engranaje del miedo. Gómez del Pilar libró otra larga cambiada por detrás de la raya con limpieza. La corriente se lo llevó a tablas, y desde ahí volvió a salir. Doble viaje: había arrancado en los medios. El toro agarraba el freno de mano. Arrastraba las patas levantando la polvarea de los que cargan el cadáver de la casta. Era difícil hacerse con él. No había toques en la muleta rajada por el viento. Se quedaba debajo, buscaba la salida rápida. Gómez del Pilar lo retó una vez, atacando. Pero nada. Descabelló sacando ágilmente el revólver. El disparo secó al bicho.
La Ventas tiene sus contradicciones. Combativo podría salir en el manual que las explique como ejemplo perfecto. “Hay que comprender las necesidades de cada encaste” se convierte en la excusa perfecta para colar estos seres a medio cocer durante la semana de rebajas que es el torismo. Los tendidos cruentos reaccionaron tímidamente. El picador machacó al toro como si le debiera una ronda en el Tony. Lo arreglaron los subalternos. La faena de Ángel Sánchez estuvo siempre a punto de despegar. Pero no soltó amarras. Volcó los muletazos del 5 al 1.
La progresión se detuvo primero al marcar el muslo el toro por el pitón derecho. Molestaba el viento, porque, además, había que tragar. No humillaba, pero hasta al tercer muletazo se dejaba a su aire. Apoyó la cara en el lomo sangrado Ángel Sánchez. La sacó como si se hubiera asomado al núcleo de Chernobyl. Al natural igual, dos naturales destellaron. Fue remontándose el torero, que era la lucha más acuciante. Vigilaba el albaserrada sus movimientos. Le faltó convencimiento a Sánchez: un muletazo se deshizo tras resbalarse el matador. Por la derecha, ganó un paso al pitón contrario. Tres veces, tres oles. Y se fue a por la espada. Quizá otra tanda no habría sobrado. Al final, contó más lo bueno: insólito en esta plaza.
El sexto parecía el muñeco de Michelin comparado con el resto. Descolgaba un poco, o al menos es la impresión que daba la cabeza enganchada al morrillo, como una canasta baja sobre la que se hubieran colgado niños salvajes. Me daba un aire al novillo más fuerte de La Quinta. Ángel Sánchez anda por la plaza sin ánimos, abiertos un poco los pies, como si hubiera quedado con los amigos para beber litronas. El empaque de José Miguel, el muchacho de Aquí no hay quien viva. ¿Falta fibra? La congestión fue avanzando por el toro. Empezaba a surgirle una chepa. Tenía fijeza. Malas intenciones no tantas. La faena confirmó la falta de rodaje de Ángel Sánchez.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Martes, 28 de mayo de 2019. Decimoquinta de feria. Tres cuartos de entrada. Toros de José Escolar, 1º orientado, frenado y templado el escuálido 2º, 3º no humilló, templado el 4º se dejó, 5º frenado, 6º con fijeza.
Fernando Robleño, de verde botella y oro. Cuatro pinchazos y medio espadazo muy tendido que se soltó. Cuatro descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada caída. Un descabello (vuelta al ruedo).
Gómez del Pilar, de blanco y plata. Pinchazo y estocada delanterilla y tendida. Aviso (ovación en el tercio). En el quinto, un pinchazo y estocada corta y tendida. Un descabello (silencio).
Ángel Sánchez, de lila y oro. Espadazo casi entero y tendido (ovación en el tercio). En el sexto, medio espadazo trasero (silencio).