El toro adolescente salió por fin en Las Ventas. Carasucia tenía los cinco años en el DNI pero no en las formas. De lejos, se le veían las espinillas. Así hecho, altón, tenía más pinta de buscar baños con pestillo que de toro bravo. Luego, se encogía, como si lo afectara la timidez. Cogió bien los capotes. Primero, el de Cristian Escribano, abierto con la verónica a pies juntos. Después, a Robleño en el quite, apretado el lance. Empujó en el caballo. Tenía un inicio humillado muy bueno, se salía al rato, dejando al matador descolocado. No hubo consenso entre Cristian Escribano y él. Fue centrándose, Escribano le corría la mano en tandas rápidas. Faltaba fondo en lo que proponía el matador pero había intensidad. Creo que jaleaban más la embestida del toro. Qué exigencia. Al natural hubo movimiento. De un farol salió trastabillado, alcanzando el mejor pase de pecho.
¡Enterraba el hocico en el embroque el toro! La humillación de los billetes se diluía después, no encontraba dónde sostenerla, claro. Abierta la muleta de par en par. Toreando poco no se puede pedir más. O sí. No sé. El desarme destruyó lo ganado, como si pisaran algún cable. No hubo reconstrucción. Ya venían terrenos borrosos, prisas sobre la velocidad, el viento y las voces dándole ánimos. “Vaya toro se te ha ido”, le dijeron mientras se perfilaba. Lo sorprendió el aviso buscándole la cuadratura. Y escuchó dos acribillando al valdellán. Cuando se puso el músico la trompeta en los labios por tercera vez, se tiró a los blandos. Una muerte triste para un buen toro.
A cambio, el lote lo completaba Montañés, un bodoque de santacoloma. Iba haciéndose gigante conforme lo mirabas: de la cara bien colocada al culo esponjoso, el homenaje a Isco de todas las ferias. Acudió al caballo con dureza. Se echó encima el picador. El puyazo sangraba en el lugar exacto, una pequeña fuente de sangre, mejorando al toro, que abrió el cuello y se estiró. Raúl Cervantes tuvo la foto, clavó bien y creo que sobró el desplante. A estos toreros sin fortuna siempre les acompaña un enjambre de egos. Eligió Cristian Escribano torear perpendicular a las tablas. Montañés echaba la cara arriba al final. Más tranquilo ahora, le pegó muletazos sin eco. A la gente no se le olvidaba el tercero. Le jodió el viento. Se aburrió también Montañés, abriendo la puerta: ya sabíamos que no iba a pasar nada. Ganándole el paso pudo conseguir algo, pero le reprocharon la colocación y Escribano no tuvo personalidad para apostar. La faena terminó rodeada de banderillas caídas, los palos de la hoguera que no encendió. Si otro torero de Murcia pega esos muletazos a pies juntos con la izquierda hay que desalojar varios fans con ataques de histeria.
Los accidentes del pelaje le daban al primer toro un aire de olvidado. Ya no se ven los luceros. Una estampa si tuviera la hierba rozándole la barriga. No sirvió Hechicero, desconectado de la muleta, en la plaza. No pudo Robleño armar el muletazo que busca. Era imposible. A Hechicero le daba pereza entregarse. Deshacía cualquier reunión. La faena cogió pronto la dinámica del tentadero. Por ahí se fue deslizando hasta el encuentro de la muerte. Ocurrió en los terrenos de sol. Robleño vio carne con facilidad; Hechizero huyó de la estocada, que le atravesaba la belleza, como buscando un médico. La ambulancia no llegó. Apagaron su existencia en mitad de la carrera sin destino.
Tuvo prestancia Robleño saliéndose con el toro hasta los medios. Iba a su aire el tercero, sin prestar atención a las formas, la cierta solera que se desprende del matador. El cárdeno era una ristra de huesos. Los 526 kilos tenían hueco para cien más. A la cara le salían dos pitones por delante, blancos de punta negra, redondos, como alógenos: el trapío camuflado. Por detrás se escurría. Qué derechazo de Robleño, ya en la raya. Se volvió por los interiores. Al toro no le gustaba seguir la muleta, iba frenado, apoyado en las manos, a saltos. La falta de fuerza lo condenaba. Giraba la esquina a la altura del fajín. También de actitud. No hubo ningún reflejo de entrega. Robleño volvió a la derecha después dos series al natural. Parecía haber cambiado: un espejismo. Qué bien mató otra vez Robleño.
Doblaba las rodillas el segundo toro cuando salió de chiqueros. Venía con las hechuras aerodinámicas de las ganaderías cortas. Aerodinámico por no decir becerro. Silenzio stampa por los voladizos de la plaza, la fábrica de protestas. Un conjunto indeseable, que fue reduciéndose. Surgió primero un encuentro tan frío con Ivan Vicente que se congeló el torero: le hizo la cobra. Aparecieron rápidos los subalternos como los camareros de First dates, salvando la incomodidad. El torillo no decía mucho, que no tuviera poder era una virtud porque arrastraba las intenciones malignas. Se puso por las dos manos Vicente. La ratilla pedía morir. Bajó el dedo Ivan Vicente. Y la espada.
Camino de los seis años, Maltalhombro, más definido, era serio por todas las aristas. Daba miedo por las mazorcas, creando la imagen fantasmagórica del toro viejo. Casi 600 kilos perdidos en la alzada. Pedía explicaciones de lo que pasaba. Jesús Alonso lo lidió bien. Ponerle la muleta era girar el tambor del revólver. No estaba fijo. Meneaba el rabo: tuvo intensidad. Sólo dejó la muleta una vez Iván Vicente para ligar. Repetía el toro. Echaba las tres cartitas el matador. Empezaba de nuevo, se iba de la cara. No justificó su puesto en San Isidro. Veteranos sí, pero con ganas.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Martes, 11 de junio de 2019. Menos de media entrada. Toros de Valdellán, 1º muy manso, sin poder ni fuerza el descastado 2º, gran 3º, un 4º sin entrega, intenso el 5º, 6º soso.
Fernando Robleño, de sangre de toro y azabache. Gran estocada (palmas). Buena estocada casi entera (ovación).
Iván Vicente, de grana y oro. Espadazo bajo, bajonazo, espadazo caído (silencio). En el quinto, espadazo (silencio).
Cristian Escribano, de azul pavo y oro. Tres pinchazos, espadazo desprendido y delantero y estocada muy baja. Dos avisos (pitos). En el sexto, espadazo casi entero algo caído (silencio).