Lo que iban a ser unas soñadas vacaciones familiares antes de volver a la rutina, y con el inicio del curso escolar a punto de comenzar, se convirtió en una experiencia que nadie desea siquiera imaginar para esta familia gallega.
El vuelo de la compañía Ryanair con origen Oporto y llegada a Marrakech que reservó Ana Blanco con su marido, sus tres hijos y la familia de su hermana (también con tres menores de edad) debía despegar a las 23:15 horas desde la vecina Portugal el pasado sábado 8 de septiembre. Tan solo tres minutos antes, a las 23:11h, se producía el peor terremoto de la historia de Marruecos; un seísmo de magnitud 7 que ha dejado ya casi 3.000 fallecidos.
Según cuenta esta viguesa, el avión se retrasó y estuvieron más de una hora en la pista sin que nadie les proporcionara ningún tipo de información. Finalmente, el avión despegó en torno a las 12 de la noche, un vuelo que les llevaba, sin saberlo, hacia su peor pesadilla.
Indignada, y con el miedo aún en el cuerpo, Ana Blanco no se explica cómo el avión pudo abandonar suelo europeo sin que nadie les contara lo que había pasado y les dieran la opción de quedarse en Oporto. "Volamos sin ninguna información de lo que había pasado y la compañía aérea y el aeropuerto de Sa Carneiro conocían la situación. Pusieron nuestras vidas en riesgo", explica Ana, quien asegura que si bien entiende que el avión pudiera volar, resulta incomprensible que no se comunicara a los pasajeros la situación. "Es posible que alguien quisiera mantener su viaje, quizás alguna persona tenía familia en Marruecos y su deseo era volar, pero nosotros nos hubiéramos quedado. No nos permitieron elegir", sostiene.
"El transfer del hotel fue nuestro ángel de la guarda"
Tras el aterrizaje en Marrakech, pasada la una de la madrugada, los pasajeros del avión de Ryanair seguían sin saber que la tierra había temblado como nunca en su destino y que los fallecidos empezaban a contarse por cientos.
El servicio de transfer del hotel les recogió y fue en el coche cuando al preguntarle al conductor por qué había tanta gente en la calle y si eso era normal allí éste les relató lo sucedido. "Fue nuestro ángel de la guarda, si no llega a venir a recogernos nos quedamos tirados en el aeropuerto. Llegamos a las 3 de la mañana al hotel con 6 niños y ya no pudimos ni entrar, tuvimos que dormir en hamacas de la piscina con unos edredones empapados por el rocío", recuerda Ana Blanco.
Había empezado la pesadilla para estas familias gallegas que trataron de regresar a casa desde el primer momento. "No había comida para los niños porque llegamos muy tarde, además se hablaba de otro posible terremoto, incluso de un tsunami. Pasamos miedo, sobre todo por los niños", relata esta gallega ya desde suelo español.
Tras conversaciones con la embajada y el consulado de Casablanca, ambos matrimonios y los seis menores lograron entrar en un avión militar que transportó a la base de Zaragoza a un pequeño grupo de 30 personas. "Mi familia tuvo que hacer muchísima presión, querían mirar a otro lado. Al principio nos decían que fuéramos a Casablanca, que estaban saliendo aviones comerciales desde allí con destino Madrid, pero nosotros no sabíamos cómo estaban las carreteras ni si al llegar tendríamos realmente la posibilidad de volar", cuenta Ana
Otra de las cosas que le impactó a esta gallega en esa situación tan complicada fue que los aviones comerciales estuvieran vendiendo vuelos a precios desorbitados. "Había compañías que tenían los vuelos a Madrid a mil euros, cuando la gente lo único que quería era volver a sus casas", lamenta.
De vuelta a casa
En torno a las siete de la tarde del domingo, Ana Blanco y su familia pisaron suelo español en Zaragoza. El avión aterrizó en el aeropuerto militar y desde allí les llevaron al civil, donde aún quedaría un largo camino para estar de vuelta en Galicia. Finalmente, y después de pasar la noche en un hotel cerca de la estación del AVE, decidieron que la mejor opción era alquilar un coche para volver a casa: 800 kilómetros y un destino, Vigo, al que llegaron a la una de la madrugada del martes.
Aunque ya estaban en casa, todavía tocaba volver a Oporto a recoger los coches que habían dejado en el aeropuerto y, sobre todo, poner las reclamaciones oportunas, tanto al propio aeropuerto como a la compañía aérea.
"Cuento esta historia solamente porque no quiero que vuelva a pasarle a nadie esto. Si nos hubieran avisado nos habríamos bajado del avión en Oporto. Para los que ya estaban allí fue una situación que nadie podía controlar, pero nosotros estábamos en suelo europeo cuando fue el terremoto y nos pusieron en peligro de forma consciente, con niños que iban en el avión. Si no protegemos a los niños… Nos llevaron a una situación que estaba claro que nadie quería vivir y mucho menos con 6 menores, como viajábamos nosotros ", lamenta esta gallega que, desgraciadamente, no olvidará este amargo final de verano.