La vida de La Bella Otero, de nombre legítimo Agustina Carolina del Carmen Otero Iglesias, es una de esas increíbles y fascinantes historias que, en lo semejante a la literatura, te van atrapando desde el primero de los capítulos. Una vida, sin embargo, rocambolesca y más bien basada en la ficción que en los propios hechos. Entre retazos de verdad y excesivos engaños, esta gallega natural de Valga (Pontevedra) fue construyendo una nueva realidad para su personaje artístico hasta dar forma  al arquetipo de auténtica femme fatale y convertirse e una de las figuras más famosas y seductoras de la Belle Époque, la época dorada de París. 

Si la miniserie del momento de Netflix, ¿Quién es Anna?, sobre la historia real de una joven que logró estafar a la élite de Nueva York haciéndose pasar por una falsa heredera resulta tan asombrosa como inverosímil; las memorias de La Bella Otero (Valga, 1868- Niza, 1965) tampoco se quedan atrás. Bailarina, cantante, actriz y cortesana, esta misteriosa gallega afincada en Francia se volvió una de las personalidades más deseadas entre los círculos artísticos y la alta sociedad parisina. Musa de artistas y seductora de monarcas, La Bella Otero llegó al final de sus días tambaleándose entre la soledad y la miseria, tras una existencia marcada por la tragedia.

Un trágico pasado camuflado entre mentiras

La Bella Otero a la edad de 12 y 96 años. Foto: culturagalega.gal

La invención tras la realidad más conocida de la Bella Otero no es más que el resultado de un profundo sufrimiento y toda una infancia a merced de la miseria. La joven Carolina tenía cinco hermanos y provenía de una familia humilde y de pocos recursos; hija de una madre soltera o exitosa bailarina gitana en su inventada existencia―y de un padre que jamás la reconoció como tal, del que también se llegó a decir que era un oficial de la armada griega llamado Carasson. En otras versiones, se especuló sobre la posibilidad de que Agustina Carolina fuese en realidad hija del párroco de la localidad. 

La complicada situación familiar de la Bella Otero no le permitió tener acceso a una buena educación y no obstante, desde bien pequeña empezó mostrar actitudes innatas que la encaminaron hacia la profesión artística. En el año 1879, con tan sólo diez años de edad, la pequeña sufrió en sus propias carnes una brutal violación por parte un zapatero del pueblo, apodado por todos como el "Conainas". El suceso la dejó estéril y destrozada tanto física como psicológicamente, y acarreando un estigma impuesto de por vida por una sociedad tremendamente retrógrada. Tras lo ocurrido, Carolina huyó de Valga para no volver jamás. 

La Bella Otero. Foto: Wikipedia

A partir de aquí, las memorias sobre la vida de la Bella Otero se van ramificando hacia diferentes relatos, dejando al poder popular o al de la imaginación la potestad de decidir la realidad más precisa y certera. Según se cuenta, Carolina podría haber salido de Galicia tras unirse a una compañía portuguesa ambulante; otros la ubican junto a un joven llamado Paco, su primer romance y quien le habría enseñado el arte de la danza flamenca y el canto, además de introducirla en el mundo de la prostitución; otros pocos hablan de su paso por un convento de monjas oblatas, al menos hasta un encuentro fortuito con un titiritero que la acercaría a los escenarios. Fuera como fuese, todas estas versiones acaban en un mismo lugar: Barcelona. Allí, rebautizada como Carolina Otero, habría ejercido durante un tiempo como bailarina y cortesana.   

De Barcelona a París para convertirse en un icono

Imágenes de La Bella Otero. Foto: Wikipedia

Barcelona sería un punto de inflexión en la vida de la artista gallega. Entre las calles de la ciudad, Carolina conocería a un banquero (y tal vez su amor) llamado Ernest Jurgens. El empresario logró discernir su talento desperdiciado entre tascas de la muerte y terminó por cambiar la suerte de la joven cuando decidió llevársela con él a Marsella y promocionarla por toda Francia como bailarina.  Poco después, el país al completo reconocía a la figura de la Bella Otero. Un nombre repleto de exotismo, que junto a su personaje artístico y ficticio de andaluza de origen gitano, terminó por conquistar el extranjero durante la época dorada francesa. 

Desde que la Bella Otero diese el salto a París, las etapas venideras de su historia forman parte del misterio más absoluto, de la verdad y la fantasía que desde muy joven acompañaron a su figura. Lo que sí se sabe con certeza es que tras unos meses de actuaciones por toda Francia, debutó en Nueva York en el año 1890. La fama internacional de Otero como bailarina exótica y actriz empezaba a despegar al otro lado del charco y su talento intuitivo la mantuvo durante años de gira por todo el mundo, por países como Argentina, Cuba o incluso Rusia. En el caso de Francia, la gallega destacó en uno de los cabarets más famosos de París, el Folies Bergère; así como también el Cirque d’été, entre otras obras de teatro y óperas. 

Tocar la cima del éxito y bajar a los infiernos de la ruina

Retrato de la Bella Otero. Foto: Wikipedia

Tras su llegada a Francia, La Bella Otero pronto pasó a ocupar la posición de femme fatale de la Belle Époque y a revelarse como el canon de belleza por excelencia de aquella época. Por todo ello, y a pesar de sus éxitos profesionales, el sexo y su dimensión como cortesana siempre la acompañaron en el ascenso de su carrera artística, llegando a codearse con algunos de los hombres más influyentes de Europa y siendo la perdición de muchos otros que se quitaron la vida de ahí su apodo como La sirena de los suicidos al no poder poseer su amor ni libertinaje (entre ellos el propio Jurgens).

Acostarse con mujeres tan codiciadas como la Bella Otero y poder pagar las ingentes cantidades que ello suponía era para los hombres de la época una forma de conseguir prestigio. Se dice que Otero llegó a ser amante de figuras tan importantes (se incluyen hasta seis monarcas) como Guillermo II de Alemania, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XII de España o Aristide Briand, entre otros nombres de una larga lista de rostros conocidos de la época. También, su belleza e ingenio consiguieron fascinar a artistas como Charles Dalmas, Renoir, Gabriele D’Annunzio o Toulouse-Lautrec, convirtiéndose en la musa e inspiración de cientos de músicos, pintores, escritores o periodistas. 

Carmen Otero, por Julio Romero de Torres. Foto: Wikipedia

Una vida de fábulas y crudas realidades que acabaron plasmándose en libros, películas y diferentes trabajos a lo largo del tiempo. La Bella Otero llegó a tocar la cima del éxito con sus dedos y recabar una inmensa fortuna. A vivir en sus propias carnes lo que significa encontrarse en el apogeo de una carrera profesional. El ciclo de su vida terminó tal y como empezó, sumido en un inevitable halo de tragedia acentuado por su ludopatía. La artista fue dilapidando el conjunto de sus riquezas entre los casinos de Montecarlo y Niza, donde vivió, completamente arruinada y sola, hasta la fecha de su muerte en 1965. Una figura encomiable, pero olvidada y maltratada por el paso del tiempo, que en su mejor etapa consiguió ser el referente para toda una época.