Según los datos arrojados en la Estadística de Asuntos Taurinos 2017-2021 ―elaborado por la División de Estadística y Estudios, Secretaría General Técnica Ministerio de Cultura y Deporte―, Galicia se encuentra entre las comunidades autónomas con menor número de festejos taurinos (3) de los últimos años, junto a otras como Baleares, Canarias o Melilla. Estos tres eventos contabilizados se corresponden con dos corridas de toros en 2019 y un festejo mixto en el mismo año.
A pesar de los números, la historia taurina de Galicia no siempre ha sido tan parca como la actual. En todo el territorio llegaron a convivir más de una decena de plazas de toros en una misma temporada; como el coso de Ferrol ―primera ciudad gallega en celebrar una corrida de toros en plaza formal―, con capacidad para 6.000 personas, o el de Monforte de Lemos, que podía albergar la cifra de 7.500 espectadores.
Sin embargo, y de forma paulatina, estos espacios en Galicia fueron cerrando sus puertas, y la afirmación escrita por Castelao en una estampa para el Álbum Nós, entre 1916 y 1918, sigue cobrando desde entonces toda la vigencia y el sentido: "Qué lástima de bois", rezaban unas líneas a los pies de aquel dibujo sobre la incomprensión de la ciudadanía gallega ante la cultura de sufrimiento de estos animales como reclamo festivo.
¿Tradición taurina en Galicia?
La respuesta rápida ―aunque también relativa― es no. Galicia no es taurina, ni tampoco lo ha sido nunca con solidez. A diferencia de otras zonas de España con acérrima pasión por la tauromaquia (dígase Madrid, Castilla o Andalucía), esta imagen de festejo nacional-tradicional no termina de encajar con la comunidad gallega. De hecho, a día de hoy, únicamente la fiesta de La Peregrina en Pontevedra conserva algún tipo de acto taurino en su programación. Lo cual resulta hasta paradójico, a la par que peculiar, ya que se trata de una ciudad gobernada desde hace décadas por el Bloque Nacionalista Galego y en cuyas calles tienen lugar algunas de las mayores protestas antitaurinas.
Sin tener en cuenta los recintos no permanentes y portátiles, la Plaza de Toros de Pontevedra conforma el último resquicio de estas características en la comunidad. Desde plataformas como Galicia mellor sen touradas han acertado en señalar que, en pasadas ediciones de la afamada feria, el aforo del coso no llegó a completarse en ninguna ocasión; y teniendo en cuenta su señera condición, deja al desnudo la minoritaria afición taurina existente en Galicia.
Si bien es cierto que, en términos generales, lejos de exhibirse como sociedad abolicionista: los toros de lidia, las corridas, novilladas y otros festejos varios se han presentado siempre ante el gallego con mayor indiferencia que afán u hostilidad. Aunque también es de justicia apuntar que en los últimos años el rechazo visible contra estas prácticas es cada vez mayor. Las tradiciones configuran la identidad cultural de una región, y en Galicia, como bien es sabido, las verdaderas costumbres recaen sobre su gastronomía.
En el transcurso de la historia taurina de la comunidad, otro indicio del desdén hacia la disciplina nos traslada hasta la reducida nómina de toreros generada. Proclamaba un dicho popular que "Galicia es tierra de un millón de vacas, pero de un solo torero". El bandirello al que hace referencia el refrán es el lucense Alfonso Cela, también conocido entre las plazas de toros como "Celita". La escueta lista se completa con nombres como el de Pepe-Hillo de Barrantes, el becerrista más famoso de su tiempo en la capital pontevedresa; o los de Iván Fandiño o Luis Gerpe, cuyas raíces familiares les vinculan con la tierra del Albariño, pero sin ir mucho más allá.
No existe una explicación técnica o científica ―si acaso moral― que explique la escasa afición de los gallegos hacia los toros. Sin embargo, a veces sólo hace falta redirigir el foco para encontrar un porqué. La tradición de Galicia resuena al ritmo de las muiñeiras, se saborea tras el deleite de una buena mariscada o queimada, y se siente en cada peregrinaje hacia Santiago de Compostela. Pero no, en el grueso identitario de un pueblo de tan arraigadas costumbres, la tradición taurina y sus espectáculos no se concibe de ninguna forma.