Se conoce como necroturismo aquel que se dirige a visitar cementerios; igual que existen aquellos que buscan experiencias gastronómicas, que visitan bodegas para conocer y probar los caldos que allí se fabrican o los que viajan siguiendo una ruta de monumentos eclesiásticos, los hay que recorren kilómetros para visitar los camposantos que albergan el descanso eterno.
La cultura funeraria en España y, concretamente, en Galicia, convierten a los cementerios no solo en lugares de culto, donde visitar a los que ya no están, sino también en espacios monumentales, especiales en su arquitectura, que solo de una mirada se puede conocer o intuir quién está enterrado allí, su condición, su clase social e, incluso, su familia. El éxito de este tipo de turismo se refleja en visitas como las del cementerio de Pereiró, en Vigo, donde con la cercanía del 1 de noviembre se organizan rutas guiadas con los personajes que allí descansan; cada tumba refleja mucho de lo que se fue en vida.
En este ámbito, son más escasos los cementerios subterráneos que tienen con origen en las catacumbas de culturas mediterráneas antiguas, con especial significación de las romanas. Galerías bajo tierra que fueron utilizadas como lugar de enterramiento durante varios siglos. En España no abundan y en Galicia solo existe un cementerio así. Está en Arcos de Furcos, en Cuntis, en la provincia de Pontevedra.
A cinco metros de profundidad
En el entorno de la iglesia de San Breixo se pueden encontrar múltiples lápidas y panteones de tipo modernista en la superficie; pero si uno se sitúa frente a la fachada de la iglesia, a mano izquierda puede observar una entrada fortificada por unas barandillas de metal; el espacio ofrece una escalinata que desciende cinco metros para encontrar una cripta que es de las más visitadas de Galicia.
El cementerio subterráneo de Cuntis tiene origen durante la posguerra; en los años 40 del pasado siglo, el patio trasero de la iglesia no podía albergar más nichos. Como faltaba espacio para dar sepultura a los finados, fueron los propios vecinos los que se pusieron manos a la obra, y lo hicieron excavando: si en horizontal no era posible, tendría que serlo en vertical.
De la mano de una constructora local, fueron cinco años de excavación, de picar piedra y retirar tierra en toneladas también por parte de los vecinos, cuya devoción los llevó a poner de su propio dinero para sacar el proyecto adelante. El resultado, 60 galerías que contienen 245 nichos protegidas por granito que se convirtieron en uno de los cementerios más singulares de la geografía gallega y española.
Más de 60 años de existencia
Tras descender por las escaleras, al visitante le aborda un aroma a humedad y humo que se mezcla con el de las flores depositadas en los nichos. La humedad es fruto de las muchas filtraciones por causa de la lluvia que han sufrido a lo largo de estos más de 60 años de existencia, y que obligó a realizar varias obras de rehabilitación y mantenimiento del espacio, que llegó a encontrarse en estado de semiabandono, por la desatención de las instituciones públicas para mantenerlo en perfecto estado.
Como característica, estas catacumbas tienen dos alturas y la iluminación llega de varias fuentes: la eléctrica, que no está presente en todos los panteones; la de las velas; y la natural, gracias a la presencia de varias ventanas que dan al exterior, permitiendo la entrada de la luz diurna.
Panteones de diferentes tamaños
El cementerio guarda las cenizas de generaciones de familias de la parroquia, con galerías de mayor tamaño que acogen a diversas familias o más pequeños, que dan cobijo a grupos menos numerosos, como los que compartían casa. Algunos de ellos no son visitables todos los días del año y solo se abren el Día de Difuntos. En cuanto a los nichos, se pueden encontrar de principios de siglo, aunque también los hay anteriores y, cuenta la tradición popular, que incluso existieron otras criptas anteriores a esta.
Un espacio singular, que imprime respeto para muchos de los visitantes, pero que guarda historias locales, de los vecinos que hicieron su vida en la parroquia, y algunos de los que ayudaron con sus propias manos a cavar una cripta que se ha convertido, con el paso del tiempo, en uno de los lugares más especiales de Galicia.