Para descubrir los orígenes de la Cerámica Celta en Pontecesures (Pontevedra) tendremos que remontarnos nada menos que hasta el año 1925, época en la que el industrial y político gallego Ramón Diéguez Carlés (ya propietario de Caleras del Ulla) adquiere la empresa denominada Cerámica Artística Gallega. De forma directa, vinculada a la fundación de dicho negocio se encontraba la voluntad de su propietario de plasmar en sus diseños la cultura tradicional de Galicia, desde la vida cotidiana de las villas marineras hasta el día a día en el campo y el rural gallego. Y para ello, Diéguez Carlés contó con la colaboración privilegiada e inestimable de importantes artistas del momento como Asorey, Castelao, Bonome, Maside, José María Acuña o Carlos Sobrino entre otros, quienes aportaron a la industria cerámica cesureña sus particulares creaciones y bocetos.
En aquellos primeros años, la producción de Cerámica Celta incluía la creación de piezas artesanales y decorativas, pero también de otros elementos de uso cotidiano como jarras, juegos de café y chocolate, macetas y una larga retahíla de útiles. El carácter más creativo y vanguardista de la empresa también quedó patente gracias a la incorporación de técnicas tan novedosas como las del vidriado o sellos de identidad tan característicos como el de las tonalidades de sus colores, muy representativos y cuidados por los distintos decoradores de la fábrica. El caso es que las piezas de Cerámica Celta fueron adquiriendo poco a poco una extraordinaria reputación, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, llegando a exportarse incluso a distintos rincones de España y Latinoamérica. Casi un siglo después de su nacimiento, la empresa gallega mantiene todavía un leve pulso bajo la identidad de "La Calera", mientras que el legado artístico, cultural e industrial de aquella fábrica pionera sobrevive a duras penas en la memoria histórica de Pontecesures, la cual busca ahora sacar a relucir un proyecto que en su día colocó a esta localidad pontevedresa en la élite de las vanguardias.
Breve historia de un hito de la industria cerámica
En los principios más remotos de la Cerámica Celta, entre los años 1925 y 1936, la empresa había montado el primer torno de alfarero de la zona, realizando diferentes piezas de revolución por el procedimiento del torneado y más tarde, aplicando la compleja técnica del vidriado. Lo cierto es que Ramón Diéguez era una figura preocupada por la calidad de su producción, y gracias en parte a su preparación técnica, el fundador de Cerámica Celta se valió del barro de sus minas de feldespato en Valga para introducir el mencionado método del vidriado. Además, desde el comienzo y hasta la actualidad, en la fábrica cesureña trabajaron con una pasta base de barro blanco para colada a la cual se le aplicaba después una caracerística policromía, con una paleta de colores que llegó a alcanzar los 100 tonos diferentes. Ahora bien, el verde(esmeralda fuerte) y el amarillo (da celta) era dos de los más utilizados y representativos.
Uno de los momentos que marcó el antes y el después en el proceso de vanguardia de la Cerámica Celta tuvo lugar gracias a la mediación del médico Víctor García García-Lozano, el cual debido a su gusto y afán por la cerámica quiso introducir a Castelao en el obradoiro. De hecho, el hombre que retrató a la Galicia más dolorida fue el artista más interesado en el proyecto de Diéguez, y sin duda el que más lo influenció en lo referente a lo artístico. Los diseños y bosquejos del artista de Rianxo sirvieron de guía para la realización de cientos de piezas, tales como "A Cabuxiña", inspirada en una obra del alemán Willy Zügel. Aunque no sólo las plantillas de Castelao, sino de otros muchos artistas y figuras ilustres dentro del mundo de la cultura gallega del momento.
Durante décadas, las piezas de la Cerámica Celta se han mantenido ligadas a la artesanía más pura y tradicional, motivada por la cultura gallega y que incluso llegaría a conocerse como la "Universidad Plástica de Galicia". Además, gracias a la empresa cesureña, algunas de las esculturas más representativas del arte gallego encontrar su réplica a pequeña escala en la cerámica. Es el caso de obras como las del cambadés Francisco Asorey, cuyas emblemáticas piezas de "A Naiciña" y "O Tesouro" fueron plasmadas para siempre en la arcilla.
La Guerra Civil española y la huella de la dictadura también marcaron el porvenir de la fábrica de Cerámica Celta. Artistas exiliados, unos fundadores señalados por sus amistades con importantes galleguistas de la época y la creatividad al servicio de la tiranía política. Un clima sofocante para la cultura profesada por esta empresa que terminó por orientar su camino productivo a la fabricación de objetos cotidianos. De hecho, aquella especie de obrador artístico logró mantenerse en activo hasta 1963, año en el que cesó su actividad de forma definitiva. No obstante, y aunque la producción industrial continuó, uno de los elementos más destacados del patrimonio industrial de Pontecesures vio su fin tras echar el cierre.