"Agora sí que morro. Non lles perdones a eses asesinos. Os meus fillos que me venguen". Estas fueron las últimas palabras de Francisco Rodríguez García, Pancho, uno de los líderes agrarios de la Galicia de principios de siglo XX, antes de fallecer.

Horas antes, el 2 de septiembre de 1911, alrededor de las 19:00 horas, sufría una emboscada en la cuesta que da acceso a la plaza del Castillo de Salvaterra de Miño. Allí, el secretario municipal, José Ramón Alonso, junto a sus tres hijos, le dispararon en repetidas ocasiones y lo agredieron mientras yacía en el suelo. A las 10:00 horas del día siguiente, aún tuvo aliento para declarar y señalar a sus asesinos. 

Un jurado popular dejó impune el delito, pero durante la Segunda República, Salvaterra de Miño decició poner el nombre del fallecido a una calle: Rúa de Francisco Rodríguez (Pancho). Con la llegada de la dictadura franquista, arrebataron la memoria del pueblo quitando su nombre y dándole a la calle el de Ramón y Cajal, que ha llegado hasta estos días.

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Un camino que comienza en Argentina

Ahora, su bisnieto, Nicolás Vigarelli, ha comenzado una campaña para que se restituya el nombre de Pancho a esa calle. Conoció la historia siendo un adolescente, en Buenos Aires, donde nació. Su abuela, que había emigrado a Argentina años después de que asesinasen a su padre, se lo contó un día, casi fruto de la casualidad.

"Llegué a su casa, en el barrio de Florida, en Buenos Aires, y tenía en la mesa del comedor un montón de periódicos amarillos, por lo antiguos que eran, pero plastificados. Cuando le pregunté de qué eran, me dijo que hablaban de su padre, que fue un dirigente campesino en Galicia y lo asesinaron", cuenta Nicolás a Treintayseis. 

Aquel fue el primer acercamiento a una historia que dejó "su germen" y que le marcó. Su abuela falleció poco después, y Nicolás le da vueltas a cómo "encontró un momento para hablar con su nieto" de un tema del que nunca más volvió a nombrar. Él la retomó gracias a su prima, que a través de búsquedas en Internet, localizó un libro que hablaba, precisamente, de la muerte de su bisabuelo: El crimen de Salvaterra.

Se trataba de un compendio de artículos del diario TEA, que no sólo siguió en aquella época el proceso judicial, sino que también organizó una campaña de recogida de dinero para Encarnación, la viuda de Pancho, y su familia, y que se dirigió no sólo a España, sino también a países como Argentina, Cuba o Uruguay, con representación de emigrantes gallegos. Consiguieron una copia del libro a través de la Universidad de Santiago.

Gonzalo y Antón como guías

Los tiempos se fueron acelerando en la historia. También a través de su prima logró entrar en contacto con Gonzalo Gil González, oriundo de Salvaterra y con el que quedó en Madrid, donde residía, al tiempo que Nicolás visitaba a su tío. En una conversación en un bar de la capital, siguió juntando piezas del puzle. 

Ya, en 2018, se traslada a España para estudiar Historia en Barcelona. Gonzalo Gil lo puso en contacto con otro salvaterrense, Antón Lorenzo, con el que también entabló amistad y al que conocería en la tierra de sus antepasados. Para llegar hasta Salvaterra, en junio de 2020, en plena pandemia, viajó hasta Madrid, cogió un tren a Salamanca, desde allí se montó en un bus hasta Coimbra y pedaleó en una bicicleta que le había dejado su tío en la capital hasta Salvaterra de Miño.

Las piezas del rompecabezas comenzaban a ensamblar a la perfección. Con Antón conoció y recorrió la calle que se llamó como su bisabuelo, recuperó los últimos pasos de Pancho y, además, conoció a su familia gallega, con los que hoy comparte el mismo objetivo: devolver la memoria de Pancho a Salvaterra. 

Nicolás, a la derecha, y Antón Lorenzo en el centro de la imagen. Cedida

Para comenzar, ha lanzado una recogida de firmas en Change.org que desde el sábado ha logrado cerca de 200 apoyos; además, ha plasmado en un blog la historia de su bisabuelo, que también convirtió en su trabajo de fin de Grado. "Lo interesante de esta historia es que, a partir de una experiencia individual, cada persona puede hacer ese ejercicio de preguntarse quiénes eran sus antepasados", reivindica Nicolás, que considera que "la memoria democrática debe de funcionar así". 

Estos son los primeros pasos de este nuevo camino, en el que busca un apoyo popular que refrende su petición y poder presentar un respaldo suficiente ante las instituciones pertinentes. "No va a ser un pedido mío, sino del colectivo de vecinos y vecinas de Salvaterra", sentencia. Por cierto, en esta búsqueda de la memoria de su bisabuelo no ha sido capaz de encontrar ni una sola fotografía que le ponga rostro.

Nicolás con sus primas en Salvaterra de Miño. Cedida

La importancia del agrarismo en Galicia

En su profundización sobre el agrarismo, movimiento capital en Galicia a principios del siglo pasado, Nicolás no sólo conoció la importante lucha de su bisabuelo Pancho, en contraposición con la familia Bugallal, representantes de los Conservadores de la época. "Ellos tienen calles y plazas, se mantiene su memoria", lamenta; además, añade, el asesinato de su bisabuelo no estuvo vinculado ni a la República ni al franquismo, pero fue este régimen el que "asumió la memoria de unos y borró la de otros", con el objetivo de hacer desaparecer todo rastro de movimiento social. 

Un movimiento en el que, además, destaca "el papel que jugaron las mujeres gallegas" y que en su opinión "no es lo suficientemente destacado". "No solo eran la mayoría de la población por la gran cantidad de migrantes hombres, sino que fueron fundamentales para que las decisiones de los agrarios lleguen a cada una de las casas de las parroquias, participaban activamente en las reuniones de los sindicatos agrarios en una época donde la 'política profesional' todavía era cosa de hombres", señala.

"Encarnación, mi bisabuela, fue fundamental en la campaña por intentar que se hiciese justicia cuando mataron a mi bisabuelo", añade Nicolás. Una lucha por la memoria de Salvaterra y de una familia que hoy quiere que Pancho vuelva a ser el nombre de su calle.