Era marzo de 1889 y Cambados veía nacer a una de sus figuras artísticas más ilustres de todos los tiempos ―junto con otros como Ramón Cabanillas o Matilde Vázquez―, el escultor Francisco Hipólito Asorey González, considerado por muchos como uno de los renovadores de la escultura gallega y española del siglo XX; nombrado académico de honor de la Real Academia Galega en 1957. A pesar de que los matices de sus obras fueron evolucionando con el paso del tiempo, a grandes rasgos, el estilo de Asorey siempre fue reconocido por el uso de fórmulas realistas, con claras influencias del barroco castellano y la escultura popular gallega.
A orillas de la gran ría de Arousa, la localidad cambadesa también fue testigo de la temprana vocación artística de Asorey, tallando cristos y santos de madera a diario. De hecho, en el cómputo general de su trayectoria profesional, el escultor solía combinar de manera regular la temática religiosa con la popular, acentuando sus trabajos mediante la policromía. Cabe destacar que, a día de hoy, la casa natal del escultor todavía se conserva ―aunque su interior ha dado paso a otros menesteres―, situada frente a la actual plaza que lleva su nombre en el barrio de Fefiñáns.
Un talento innato para la escultura
Francisco Asorey nació en el seno de una familia acomodada recién regresada de Buenos Aires, siendo el pequeño de ocho hermanos. El primer contacto del escultor con la disciplina le sobrevino a muy temprana edad, así que su padre, aunque reticente al principio, pronto decidió enviar a su hijo a la Escuela de Artes y Oficios de Sarriá, en Barcelona. Allí, el cambadés pudo formarse de la mano del escultor Parellada, introduciéndose de lleno en el estudio de los arcaismos medievales y el Novecentismo catalán, las inquietudes renovadoras frente al modernismo imperante y despertar su admiración por las formas rodinianas casi impresionistas.
El siguiente destino de Asorey sería Baracaldo, en Vizcaya, a donde llegaría como profesor de dibujo y terminaría acercándose a la corriente del costumbrismo tradicionalista vasco, teniendo entre sus más destacados discípulos a Julio Beobide y Juan Guraya Urritia. Más tarde abriría un pequeño taller de imaginería en Bilbao, destacando las obras de Crucifijo, Romeros vascos o Viuda del Pescador, entre otros. Con sólo 20 años el gallego fue llamado a filas y destinado a Madrid, etapa que aprovechó para formarse en el análisis y la crítica del arte de Rodin, Bourdelle y Mestrovic. De hecho, en sus comienzos como escultor la influencia rodiniana resulta sumamente palpable en su fijación por la búsqueda de los volúmenes expresionistas es una constante en obras como Os Cabaleiros Negros.
Ya en el año 1918, el cambadés estableció su residencia definitiva en Santiago de Compostela tras obtener una plaza como escultor anatómico para la Facultad de Medicina. En la ciudad gallega conoce a Jesusa Ferreiro, con la que contrae matrimonio en la década de los años 20 y monta un taller de escultura en la calle Caramoniña. Del interior de este obrador salen destacadas piezas en madera policromada que recogen la tradición de la imaginería, como Picariña, O Tesouro, Ofrenda a San Ramón o Naiciña, una de las esculturas más conocidas e importantes del escultor y que durante décadas permaneció en paradero desconocido. Esta temática entronca con la tendencia hacia los nacionalismos hispánicos y se convierte, en el caso particular de Asorey, en un auténtico canto a la raza galaica.
Por necesidades básicas de espacio, en 1930 decide trasladar su taller de Caramoniña hasta Santa Clara, aunque más alejado de la vida compostelana. A Virxe do Tanxil, en Rianxo, y el Monumento de Curros Enriquéz, ubicado en A Coruña, pertenecen a este período ya relacionado con el poscubismo. La irrupción de la Segunda Guerra Mundial y la represión de la Guerra Civil obliga al camabdés mantenerse en un plano discreto, intercalando la producción de esculturas para las autoridades franquistas con otros encargos de mayor calidad, tales como el monumento al Padre Feijoo en el Monasterio de Samos, o una de sus últimas obras, Piedade (1944) para el Panteón do Centro Galego de Buenos Aires. En esta última etapa surgió un movimiento neohumanista que Asorey planteó a través de las imágenes de la vida popular gallega, con piezas repletas de simbolismo y un regreso al mundo románico y primitivista de sus primeras obras.
El legado escultórico de Asorey
Cientos de piezas escultóricas firmadas por el artista cambadés llenan Galicia y otros puntos de la geografía española, e incluso del extranjero. En suma, un símbolico museo al aire libre alrededor del mundo muestra los estilos y épocas de este referente del siglo XX, quien, sin apenas esfuerzos, llegó a alcanzar el reconocimiento y admiración de sus coetáneos. De entre todo el extenso catálogo artístico de Asorey, en esta ocasión haremos hincapié en algunas de las piezas más destacadas del gallego.
Fuera de los límites de Galicia, la huella del escultor nos traslada hasta lugares como Oviedo, Madrid o incluso Buenos Aires (Argentina). En la vecina Asturias, el monumento en piedra al Teniente Coronel Jesús Teijeiro, datado de 1952, se alza majestuoso en la plaza Liberación de la capital del Principado. En el área metropolitana de Madrid, el famoso Parque del Retiro alberga una de las figuras más representativas del autor: un Cristóbal Colón de 1930, enmarcado en el Monumento a Cuba promovido por el General Primo de Riveira y realizado por escultores como Mariano Benlliure, Miguel Blay o Juan Cristóbal. En Buenos Aires, además del Altar del Centro Gallego, destaca la Virgen de los Desamparados realizada para una iglesia de la Ciudad Evita en 1949 y que actualmente se mantiene en paradero desconocido.
Por otro lado, son númerosas las obras de Asorey que presiden plazas, calles e incluso museos de Galicia. Es importante subrayar la línea monumental dedicada a ilustres figuras que el cambadés dedicó en gran parte de su producción a lo largo del tiempo: monumento a Soage (1924), en Cangas; a Vicente Carnota (1924), en Ordes; a Cabanelas (1924), en Pontevedra; al médico Rodríguez (1925), en Mondariz; a García Barbón (1926) o Cabello (1928), en Vigo; al aviador Lóriga (1933), en Lalín; a Curros Enríquez (1934), en A Coruña o al alcalde López Pérez (1958), en Lugo.
De manera pormenorizada, otros de los ejemplos más interesantes nos acercan hasta la Ciudad de la Cultura de Santiago, donde se encuentra expuesta la talla de Santa, una obra homenaje ―de las más icónicas y polémicas del artista― dedicada a la mujer gallega de la época. Asimismo, una de las últimas piezas del autor se le atribuye al busto del arquitecto y filántropo gallego Guillermo Álvarez Pérez, que en la actualidad se localiza en la localidad ourensana de Cortegada.