Con el paso del tiempo, la ciudad de Nueva York ―también lugar de construcción del sueño americano―, ha terminado por convertirse en el vivo reflejo de la escena artística mundial. Y no es para menos, pues entre sus concurridas calles y emblemáticas avenidas se emplazan hasta 1.500 galerías dedicadas al mundo del arte. Muchos de estos espacios albergan en su interior algunas de las piezas más emblemáticas de todos los tiempos. De entre todos ellos, el MoMA (Museum of Modern Art) destaca por ser uno de los principales iconos mundiales del arte moderno y contemporáneo.
Con más de 60 mil metros cuadrados y unas 100 mil piezas de exhibiciones permanentes, las paredes de este museo conforman un inmenso lienzo en movimiento donde las corrientes de la historia y sus artistas más representativos ofrecen al visitante retazos de su esencia hasta sellar su perpetuidad. Artistas como Picasso, Cézanne, Van Gogh, Kandinsky, Frida Kahlo o Manet, entre otros, encabezan la incalculable lista de nombres y obras célebres del museo. En el año 1964, los hórreos de Combarro (Pontevedra) entrarían a formar parte del universo artístico del MoMA de la mano de la exposición: "Architecture without Architects", formada por 150 instantáneas de hasta 60 países diferentes.
Antes de continuar con el relato, es importante subrayar que las salas de este museo referente en Nueva York exponen desde hace décadas piezas tan relevantes como La Noche Estrellada de Van Gogh; el beso entre Los amantes de Magritte; los cuadros con Latas de sopa Campbell de Andy Warhol o La persistencia de la memoria de Dalí, por enumerar sólo un par de ejemplos. Y durante al menos un año, también una imagen en la villa marinera con los hórreos más famosos de las Rías Baixas tuvo la oportunidad de engrosar el extenso catálogo del MoMA.
Nueva York a un "clic" de distancia
"Arquitectura sin arquitectos", así es como podría traducirse el título de la exposición que, entre 1964 y 1965, llenó las paredes del MoMA de Nueva York con instantáneas recogidas por todo el mundo, también España y Galicia. La verdadera intención de esta colección, comisariada por el arquitecto, crítico y diseñador Bernard Rudofsky, era la de mostrar y reivindicar ante sus visitantes un estudio completo de la importancia de la arquitectura comunal ―es decir, esas construcciones resultado de la actividad de los pueblos―, desde un pasado sin fecha hasta aquel presente de la década de los 60.
Rudofsky seleccionó cerca de 200 fotografías en blanco y negro, procedentes de unos 60 países, que se revelaron al público en series de "paredes huecas" sin títulos ni explicaciones. Después, a la entrada de la muestra colocó una pequeña etiqueta en la que dejaba entrever la finalidad de la exposición: "lejos de ser accidental, esta arquitectura sin pedigrí brinda evidencia tangible de formas de vida más humanas e inteligentes (…) Lo que tomamos como edificios arcaicos son a menudo modelos de verdadero funcionalismo y modernidad atemporal (a diferencia de las modas arquitectónicas)".
Arquitectura por sustracción, esculpida, rudimentaria, protoindustrial, nómada… Desde Europa a Asia, pasando por África o América. En pocas palabras, el arte y la técnica de diseñar en sus vertientes más primitivas. Allí, compartiendo espacio con todos esos arquetipos y modelos de la historia patrimonial de las sociedades del mundo, los hórreos de Combarro lograron ocupar un lugar privilegiado como representación, en palabras del propio Bernard Rudofsky, de una "arquitectura casi sacra".
Junto a la icónica imagen de la villa pontevedresa, la fotografía del inmenso hórreo de San Martiño de Ozón (en Muxía), así como otros en Portugal, completaron dicha entrada "cuasisagrada". Después de su paso por el Museo de Arte Moderno de Nueva York , la muestra se transformó en errante para llevar la arquitectura popular, así como la reflexión sobre el valor de la misma y la importancia de su conservación, hasta más de un centenar de rincones y ciudades durante varios años.