El 8 de febrero de 1990, la Televisión de Galicia emitía por primera vez As bolas Máxicas, la serie de anime basada en el manga Dragon Ball. Hablando más claramente, la serie de diujos animados de Son Goku basada en ese cómic japonés, obra de Akira Toriyama, que se había estrenado en Japón el 26 de abril de 1989.
As bolas máxicas llegó a las televisiones autonómicas casi por casualidad. La Federación de Organismos de Radio y Televisión Autonómicos (Forta), fundada en abril de 1989, se encontró ante el problema de que las grandes distribuidoras ponían muchas dificultades para vender a las televisiones autonómicas series y películas, ya que preferían hacerlo a las generalistas.
En búsqueda de otros mercados, en un Mipcom (Mercado Internacional de Programas de Comunicación), algo así como la feria mundial de contenidos audiovisuales, apareció el país nipón como una gran opción al estar poco aprovechado. Fue la historia de Son Goku, basada en el personaje el Rey Mono Sun Wukong, de un clásico literario chino, Viaje al Oeste, la que más les llamó la atención.
El éxito de la serie fue rotundo, no sólo en Galicia, sino en todas las Comunidades Autónomas con televisión propia, e incluso en aquellas que podían sintonizar esos canales por la cercanía territorial. Con el paso del tiempo, sus personajes, sus canciones y su simbología se convirtieron en iconos pop que todavía perduran hoy en día.
Un merchandising autoproducido
Pero a principios de los años 90, sin internet y con el concepto de merchandising todavía poco aterrizado en España, los fans de la serie se encontraban con un hueco que necesitaban cubrir. Poco se conocía sobre As bolas máxicas más allá de los que se emitía cada tarde en la TVG, encapsulado en el Xabarín Club a partir de 1994. Por ello, como si de un ente con vida propia se tratase, la mercadotecnia se generó por si sola.
Es muy difícil, casi imposible, conocer el origen de una fiebre que arrasó, literalmente, a principios de los años 90 en Vigo, en Galicia y en gran parte del país. Nos referimos a las fotocopias de Son Goku. Folios impresos, de diferentes tamaños, normalmente folio, con imágenes, escenas, personajes o secuencias de la serie.
En los primeros años de la década de los 90, esta suerte de merchandising se coló en cada colegio, en cada aula, en cada patio y en cada parque. Como se hacía con las colecciones de cromos, se coleccionaban y se intercambiaban, pero se distribuían en el marco de un mercado alegal, como un mercado negro light, que tenía en las fotocopiadoras su origen y que convirtió a las carpetas en los álbumes improvisados.
Una generación marcada por folios impresos
"Empece con lo de las fotocopias con 7 años, en Segundo de EGB. Se convirtió en una minifiebre muy rápida, y como ocurrió después con los dinosaurios y otras modas, los cereales y las bolsas de patatillas te regalaban cosas de Son Goku", recuerda Iago Losada, autor del cómic Lucio Strada. "En el patio del colegio, intercambiábamos fotocopias de Dragon Ball y también había otro mercadillo de hojitas; había una diferenciación entre los niños con fotocopias y cromos de fútbol y las niñas, con hojitas", añade Alberto Ash Santos, profesor y artista vigués.
Por su parte, Fernando Llor, guionista de cómics, lo vivió con más años, "debía estar en Sexto o en Séptimo de EGB". "Primero, vimos que andaban con ellas algunos chavales mayores que nosotros y, rápidamente, nos metimos de lleno en el trapicheo", explica Llor. Flavio Hugo Vilán, director de arte en una agencia de Barcelona, recuerda que fue durante sus primeros años de colegio cuando se desató una moda que, "a diferencia de otras modas como los tazos o los cromos, se basaba en leyes de numeración o criterios propios". "Lo genial de esto es que, como no había una guía sobre cómo coleccionar, cada uno tenía en su colección lo que consideraba una ilustración interesante sobre el tema", analiza.
Para estos cuatros vigueses relacionados con el mundo del cómic y de la creación artística, As bolas máxicas supuso un antes y un después en sus vidas, y su influencia ha llegado hasta hoy a través del enfoque que le dieron a su trayectoria profesional, en huellas que marcaron sus estilos y porque les ayudó a despertar una pasión.
"Falsos Toriyamas"
Losada recuerda que en aquel tráfico lícito aparecían lo que ahora conoceríamos como fakes, dibujos que no eran auténticos, sino que estaban hechos por "falsos Toriyamas" que, a mano alzada, reproducían con bastante exactitud sus personajes: "Tenía colegas que paraban la imagen y los calcaban sobre la pantalla de la televisión, otros los hacían a mano alzada y otros con papel cebolla sobre las fotocopias". "A esa edad era difícil conseguir dinero, así que calcaba las fotocopias como un método gratis: sólo necesitabas folios, que en mi colegio había de sobra, y un Pilot. Así empecé a calcar las fotocopias para tener varias copias de cada una", comenta Flavio, que matiza que lo hacía con un folio sobre una ventana para conseguir la luz suficiente, ya que "el acabado del papel cebolla" siempre lo percibió "como cutre".
Las técnicas para conseguir nuevas imágenes eran muy variadas. Si el autor de Lucio Strada aprovechaba el acceso que tenía a una fotocopiadora en el trabajo de su padre para convertir unos pequeños cromos que regalaba Matutano y los posters que podías conseguir a través de la misma marca en nuevas fotocopias ampliadas e, incluso, collages con los que generaba nuevas escenas que realmente no existían.
Llor, en cambio, cuenta que en el kiosko que se encontraba encima del colegio Montesol "apareció una colección de cromos de Dragon Ball que distaba mucho de ser un producto oficial". De hecho, recuerda que eran fotogramas "de dudosa calidad" extraídos de la serie, pero eso no fue impedimento para que les sacasen rédito: "Un compañero y yo generamos unas cuantas fotocopias nuevas a partir de aquellos cromos, la fiebre nos acababa de convertir en pequeños especuladores inflando una burbuja más".
La llegada del producto original
Aquello de coleccionar fotocopias no murió de éxito, sino porque comenzó a llegar material "oficial" que envió a este merchandising autoproducido al limbo de las modas. En Vigo, el Kiosko Sousa, a pocos metros de la rotonda del Alcampo y hoy convertido en Sousa Cómics, al lado de la Plaza de América, se convirtió en una referencia porque fue de los primeros en importar el manga original en japonés que, además, se leía en sentido contrario al occidental, de izquierda a derecha. Los mangas comenzaron a llegar a los kioskos como el germen de las tiendas especializadas actuales.
Poco después, Planeta de Agostini lanzó una edición en formato de cómic más corto que los mangas originales traducido al castellano. Con tapas blancas para la parte dedicada a As bolas máxicas, con Son Goku de pequeño y adolescente, y con tapas rojas para Dragon Ball Z. "Esa edición tiene varias curiosidades, en realidad llegaba traducida de la versión estadounidense y cuando los japoneses se enteraron de que en España estábamos sacando los tomos incompletos y espejados a punto estuvieron de cancelarlo todo y dejar de vendernos mangas para siempre", aporta Llor sobre aquella colección.
El guionista vigués va más allá y hace referencia a la importancia que tuvo Dragon Fall, "la parodia española que hicieron Nacho Fernández y Álvaro López a partir del 93 y que era graciosa por si sola, pero lo era aún más cuanto más apasionado estuvieses por la serie original".
Precisamente, Llor reconoce de manera taxativa la influencia de aquella época: "Puede que suene a topicazo, pero si yo hago cómics a día de hoy es en parte por culpa de Dragon Ball", sentencia. También Flavio Hugo Vilan quedó marcado: "Llegué a calcar tantas ilustraciones de personajes y escenarios que, para un niño de mi edad, desarrollé un pulso bastante bueno para la ilustración. Siempre destacaba en este ámbito, y por eso estoy muy agradecido no solo a Dragon Ball y Goku, sino a la moda de las fotocopias. Gracias a eso, hoy en día trabajo en lo que me apasiona".
"A nivel creativo y artístico, no es que tenga una línea muy Goku", reconoce Losada, "pero sí que en ciertos conceptos de diseño y color te inspiras en ella; yo todavía tarareo las canciones". "Influía en la estética a la hora de dibujar: hacías esos ojos, los pelos, las poses", agrega Ash. "Nos influyó más que Disney", sentencia.
Hoy, todavía hay cajas, cajones y armarios donde descansan aquellas carpetas de la EGB que se destinaron a coleccionar imágenes en blanco y negro, verdaderas y falsas, más o menos desgastadas de una serie que marcó a una generación que supo cubrir el vacío legal y la poca visión de las grandes editoriales para generarse por sí misma un auténtico mercado relacionado con lo que les obsesionaba: As bolas máxicas.