No me sorprende nada que un tirano como Erdogan desprecie a la presidenta de la Comisión Europea y no le ofrezca un asiento acorde con el protocolo. Es necesario situar al personaje para entender que el último gesto del presidente turco es pecata minuta en comparación con todos los delitos que carga a su espalda.
Está acusado por Alemania de crímenes de lesa humanidad contra la minoría kurda. La reconocida magistrada Carla del Ponte, ex fiscal internacional para los crímenes de la ex Yugoslavia, recomienda que Erdogan sea investigado por crímenes de guerra cometidos por el Ejercito turco durante operaciones militares en Siria.
La más reciente decisión del dirigente turco ha sido la de retirarse del tratado contra la violencia machista. En Turquía se estima que en 2020 más de 300 mujeres fueron asesinadas por machismo.
La lista criminal es larga. Por tanto, entenderán ustedes que no me sorprenda en absoluto que decidiera tratar a Von der Leyen como una persona de segunda categoría.
Lo que sí me resulta sorprendente es la actitud de la propia Van der Leyen y, sobre todo, del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. Llama la atención que Michel, un hombre que -a priori- debería ser ejemplo de equidad, no haya tenido el valor de asumir como suyo este desaire a la presidenta de la Comisión Europea y, o bien cederle su silla, o bien sentarse con ella en el amplio sofá donde Von der Leyen, después de unos incómodos segundos, se tuvo que situar.
El presidente del Consejo ni se movió, haciéndose cómplice absoluto del gesto fuera de protocolo, maleducado y machista del presidente turco. Ni el más mínimo ademán de cortesía hacia la representante europea. Se mantuvo impertérrito en el lugar que el gobernante turco le había asignado, ante el evidente malestar de Von der Leyen.
Ella tampoco dijo nada. Se sentó en el único sitio donde podía hacerlo, sin que nadie del protocolo le indicara nada, lo que demuestra que la situación estaba claramente planificada de antemano para que Von der Leyen quedase en situación de inferioridad con respecto a los caballeros.
Imagino que ella actuó de esa manera por diplomacia o por inercia y aceptación a las normas del anfitrión. No hizo amago de exigir el mismo trato que su colega Charles Michel. Probablemente para no rebajarse al nivel del turco y respetar los usos diplomáticos de la prudencia.
Este no es un caso más de torpeza o de falta de sensibilidad, como tantos otros que podemos ver a diario. Este es un gesto cargado de intencionalidad ideológica y política de un jefe de Estado que niega la igualdad entre hombres y mujeres, que asume la versión más radical del islam y que incumple la carta de derechos humanos de la ONU.
La presidenta de la Comisión tardó poco en hacer saber al Gobierno turco a través de su equipo que tan inapropiada situación no se podría repetir. Y ahora es de esperar que Charles Michel haya tomado nota y aprenda que no se puede, ni se debe permitir que se rebasen principios básicos de la UE como la igualdad entre sexos.