Galicia es una encantadora de historias. Y eso cuenta. En palabras de Álvaro Cunqueiro “El hombre precisa, en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños”. Y Galicia da sueños por los cuatro costados. En la fronda nebulosa de bosques mágicos, en la quietud sabia de piedras milenarias, en los versos susurrados de sus mil ríos, en el grito retador de su muro atlántico. Galicia da agua y pan y, sobre todo, cuenta historias.
Desde que tengo memoria literaria, siempre me ha fascinado el leixapren, ese recurso de nuestra lírica que repite una o varias palabras de un verso en el comienzo del verso siguiente. Vivimos tiempos de leixapren, con una pandemia que, como la marea, va y viene. No es una repetición estética, pero desde hace dos años (o uno muy largo como diría un colega) domina el relato.
Es razonable preguntarse si en los próximos meses conseguiremos desprendernos de esta repetición y volver a navegar por el verso libre. Necesitamos beber sueños como quien precisa agua para sobrevivir. Necesitamos ilusión y el problema es que la necesitamos tanto que, en su ausencia o en su tímida presencia, acudimos a la mentira para obtener una sensación parecida. Y lo hacemos con entusiasmo.
Hay un relato de cosas por venir en esta Galicia que cuenta historias. Tenemos un año bis de Xacobeo que, si nadie lo arregla, pasará tan de perfil bajo como lo ha hecho el genuino. Hemos tenido una oportunidad para la introspección proyectiva, pero la inercia de los eventos eclipsa los contenidos. En una Europa con los bárbaros a las puertas (en forma de populismos), el Xacobeo bianual representa una luz de cordura y de consenso. Potencialmente. En 2021, no lo fue. En 2022 no se le espera. Es una historia con el potencial de agitar conciencias recordando la construcción de Europa paso a paso, guerra a guerra, revolución a revolución y siempre desde el sentido, la razón, la verdad.
En el fondo la verdad intimida porque evidencia nuestras vergüenzas. Hace veinte años entendimos la deslocalización como sinónimo de globalización. Lo creímos a pies juntillas, como dogma de fe, y de aquellas creencias estos desabastecimientos. Microchips. Suspiramos por los componentes electrónicos chinos mientas en Santiago de Compostela un puñado de galaicos locos ¿o eran iluminados? los producen para todo el mundo. Esa es una historia que nunca se acaba de contar del todo. La capacidad que tenemos de hacer lo que hacemos y, al final, lo poco que proyectamos con nuestra providencial discreción.
Microchips, pulpos en piscina, moda para el mundo, movilidad sostenible, tecnología de la vida, energía natural… Pequeñas muestras de historias con las que seducir al mundo. Galicia encanta sobre grandes historias de piedra y mar, madera y cielo. Historias para dar de beber. Agua. Vino. Cerveza… Leche. Y de comer. Merluza de pincho. Rubia gallega. Porco celta. Gallina de Mos. Capón de Villalba… Oreja de mar.
Historias para tomar conciencia de un país con distancias infinitas entre norte y sur, entre aldea y ciudad, entre interior y costa. Distancias enormes para un país de límites recoletos. Ejemplo de la distancia que discurre entre nuestras muchas ocurrencias y nuestras lacónicas elocuencias.
Galicia cuenta historias que los nativos sabemos ciertas, pero que para los foráneos suenan a realismo mágico. El antagonismo de Cela y Torrente. La rivalidad de Celta y Deportivo. ¿O era A Coruña – Vigo? Vivimos en el leixapren de saber hacer para hacer saber. Y todavía queda tránsito, camino que recorrer, con las prisas justas. El AVE llega a Galicia que es Ourense. Y a la encantadora le da igual porque al horizonte de la incertidumbre responde siempre con la historia justa en la boca.