La filoxera es un insecto que vive en el suelo de las viñas y ataca la raíz hasta matar la planta. Hay pocas zonas del mundo en las que este insecto no sobrevive. En otras la raíz ha de ser foránea para combatir este problema.
Canarias con su suelo volcánico es uno de esos ejemplos sin filoxera. Sería un buen resumen decir que son vinos con raiz propia.
Hace poco viajaba a la isla de Gran Canaria para conocer el proyecto que David Silva (con el asesoramiento de Jonathan García de Bodegas Suertes del Marqués, en Tenerife) comenzó hace apenas tres años e inauguraban para mostrar la riqueza de su entorno a casi 500 invitados.
Lejos de convertir este texto en "mi diario" creo oportuno contar esto porque para mí el viaje ha sido una ocasión para aprender y reflexionar, y eso solo ocurre cuando el entorno y la gente que lo defiende son adecuados.
Me pareció curioso ver que cerca del 15% de los asistentes éramos gallegos. Allí llegamos a la conclusión de que algo precioso está sucediendo en el fin del mundo desde hace años y que hay una pequeña revolución en las bodegas y en la sumillería que está sonando fuerte a nivel nacional. Si lo guardamos, lo cuidamos, y lo hacemos crecer con mucho respeto y sin ego, empezaremos a tener el reconocimiento que esta tierra merece por derecho propio. Mientras tanto, que hablen sus vinos.
El proyecto Canario se inauguraba bajo el nombre de Tamerán, con uvas autóctonas, (ya había escrito sobre esto, y en este caso son variedades que llevan muchísimos años en la isla) y unas laderas que hacían que el suelo volcánico pareciera una pared de azabache y cobre.
Precioso y necesario proyecto que parece destinado a acompañar a otros grandes vinos de Gran Canaria a un lugar importante en las cartas de vinos del mundo y ser así reconocidos. Paisaje y calidad tienen de sobra para conseguirlo.
En esta inauguración había una feria de vinos, en la que se podía hacer un precioso recorrido por algunos de los mejores proyectos nacionales e incluso internacionales. Entre ellos había otro proyecto de la misma isla que llamó mi atención. Ya conocía a Carmelo Peña (el productor), su bodega, Bien de altura, y sus vinos, y nos propusimos ir a visitarlo también.
Carmelo es generoso y entusiasta, un amante del vino, de la tierra y un defensor de la cultura que todo ello supone. Se arrodillaba en el suelo de Picón ensuciando su ropa para dibujar en la tierra con su dedo la isla y así hacernos entender las características y riqueza de la misma.
Recupera viñas que están a punto de morir sin saber de quién son y sin ánimo de sacar beneficio, solo con la idea de no perder ese patrimonio que pertenece a su tierra y en ningún caso a nadie aunque a veces los papeles en los despachos quieran decir lo contrario.
Probamos sus vinos, maravillosos. Son como él, arriesgados, honestos y profundos. Tienes ganas de quedarte en ellos tiempo, como en la conversación de Carmelo.
Elabora en la bodega San Juan.
Allí conocimos a Cris y probamos sus vinos también. Excelentes como el trabajo que hace de divulgación desde el enoturismo y el museo que conserva mostrando la grandeza del vino canario.
Esa tarde después de dejar a un puñado de sumilleres y amigos en el aeropuerto, me senté en las piedras de la playa el Cardón, al este de la isla. Quería ordenar todo lo que había vivido y la tranquilidad del paisaje me parecía el mejor escenario para ello.
Allí viví algo paranormal. El mar que entraba fuerte en esa orilla de piedras dejaba al retroceder un sonido melodioso idéntico al que se escucha cuando sirves un Champagne.
No daba crédito, y ahí entendí que la isla quería celebrar conmigo que gente como David, Jonathan, Cris y Carmelo hayan hecho la gran labor de enseñar a tantas personas la riqueza de su tierra y la capacidad de hacer grandes vinos.
Tamerán, Bien de altura, San Juan, a sus pies.
Suertes del Marqués, espérenme en Tenerife que estoy loco por seguir aprendiendo