El 15 de agosto de 2021 los talibanes entraron en Kabul. Las imágenes de los occidentales huyendo del país y de los afganos y -sobre todo- afganas intentando escapar llenaron las portadas de la prensa y coparon horas de telediarios. Las organizaciones del mundo entero avisaban de lo que la llegada de los extremistas de la Sharía significaría para las mujeres. Las redes sociales hervían con lemas de apoyo…
No les llevó mucho tiempo a los extremistas cambiar las cosas: cubiertas de la cabeza a los pies, cerradas las universidades y escuelas para ellas, encerradas en sus casas sin poder salir a menos que un hombre de la familia les acompañara. La mitad de la población afgana, 20 millones, pasó a convertirse otra vez en seres de segunda categoría, sujetas a la voluntad de padres, maridos, hermanos o incluso hijos.
Durante las primeras semanas y meses cientos de organizaciones se pronunciaron con manifiestos contra el nuevo régimen, concentraciones, campañas en redes sociales, artículos de opinión, un sinfín de acciones de todo tipo que a medida que pasaba el tiempo fueron saliendo de los espacios relevantes de los medios. Poco a poco Afganistán fue entrando en esa bruma informativa al igual que las afganas reducían su visión a los dos agujeros del Hiyab.
Septiembre 2022: nos llegan las imágenes de manifestaciones de mujeres iranies. Una joven asesinada en extrañas circunstancias por no llevar el velo bien colocado enfurece no sólo a mujeres. Las concentraciones movilizan también a hombres, muchos jóvenes, hartos ya de una dictadura religiosa que cercena los derechos fundamentales desde hace años. Un gesto comienza a expandirse por las redes y llega a las pantallas de las televisiones europeas, las jóvenes iranies, obligadas a llevar el pelo largo debajo del velo, se lo cortan radicalmente, como señal de protesta. En Europa, actrices, artistas, intelectuales e influencers (esa nueva categoría social que ahora dicta cátedra) comienzan a hacer lo mismo como gesto de solidaridad (seamos precisos, no se cortan el pelo, sólo un mechoncito, en una esquinita para que no desfigure el peinado, algo que permita hacer un reel o un video para Tik Tok y ya…)
Me surgen varias preguntas para invitar a la reflexión.
¿Quién es la protagonista de la historia? ¿La iraní que se corta el pelo, que sale a la calle, que corre el riesgo de que le pase lo mismo que le pasó a Masha Amini, o la influencer de turno que dos semanas después está preparando el disfraz de Haloween?
¿Van a conseguir las actrices francesas, las influencers y presentadoras españolas o británicas que las mujeres dejen de ser consideradas de segunda clase en Irán o en Afganistán? Este gesto sólo sirve para sentirse mejor consigo misma, en muchos casos ni eso. Es muy probable que Juliette Binoche se corte un mechón con todo el convencimiento ideológico de una feminista comprometida pero la gran mayoría de lo que vemos en las redes no es más que un postureo mediocre, un acto de puro oportunismo mediático, un contenido Tik Tok como otro cualquiera, una story efímera que apenas dejará huella en Instagram.
Son tantas las atrocidades que se cometen en todo el mundo contra millones de seres humanos, también mujeres y sin embargo no llegan nunca a convertirse en reel. Me pregunto cual es el algoritmo para que una barbarie como obligar a una mujer a cubrirse de pies a cabeza se convierta en trending topic. Más aún, me pregunto ¿Quién maneja es algoritmo?