A veces lo vemos como un castigo. De pequeños nos obligaban a pedir perdón en el cole cuando peleábamos con un compañero. A regañadientes y habitualmente acompañados por nuestros profesores llevábamos a cabo con más indignación que ganas esta bochornosa acción.

Eso es porque todavía no entendíamos que el perdón es un regalo y hay que entregarlo con alegría, placer y generosidad.

La palabra "perdonar" viene del latín perdonare y significa "dar completamente". El prefijo per significa total y donare significa regalar.

El perdón no es sólo un regalo, son dos regalos. Uno para la persona que lo recibe y otro para quién lo entrega. Sí, quien emite el perdón también se impregna de un sentimiento de plenitud, paz, sosiego, calma y armonía difícilmente alcanzable sin tener la habilidad de perdonar. Cuando perdonas a alguien, liberas tu alma y cuando dices "¡lo siento!" con sinceridad, liberas dos almas.

Lo que reina cuando no hay perdón es el castigo y la condena. Las condenas sirven para prevenir males pero no empujan a nadie a hacer el bien. Quien no perdona los defectos de sus amigos posiblemente no sepa tampoco valorar sus virtudes. Enfoquémonos en el bien, en el perdón, en la virtud.

Es cierto que decir "lo siento" no arreglará el daño causado. No puede cambiarse nada de lo que sucedió. Sin embargo, una disculpa sincera y humilde puede servir para suavizar el dolor y para reparar emociones que estaban deterioradas. El perdón no arregla el pasado pero sí construye el futuro.

Sea como sea no entendemos el perdón en su máxima expresión hasta que nosotros mismos necesitemos de forma histérica que nos perdonen. Ahí es cuando nos daremos cuenta de que el perdón es el mayor alivio del alma.