Siempre he preferido el pueblo a la ciudad, caminar solo a pasear por la Gran Vía. Detenerme y escuchar cualquier consejo que el aire tenga que darme.

No soporto las colas, los lugares abarrotados, los sitios de moda. El alboroto no suele ser un buen lugar para inspirarse y tampoco para relajarse.

No voy a Ibiza en verano, tampoco a Marbella ni ningún lugar que aparezca en cualquier telediario matutino de Agosto con gente esperando con sombrillas y toallas a que se abra la playa para pillar sitio. Disfruto los veranos en pequeños pueblos de la España despoblada. Lo recomiendo.

Me gusta la soledad cuando es voluntaria. Quiero que quede claro que la voluntariedad es esencial en esta reflexión porque la necesidad humana de compartir es obvia. Incluso escribiendo estas líneas sobre lo maravillosa que es la soledad tengo que compartirlo con vosotros.

La soledad no es sentirse solo. Es una actitud puntual en la vida para experimentar sensaciones íntimas, reflexionar y perderse con uno mismo. Con nuestra conciencia. Puedes estar muchas veces solo pero nunca perdido.

La soledad no tiene que verse como miedo a la vida o a la gente. Es una sensación que hay que comprender y sentirse cómodo con ella. Puede ser una gran aliada en nuestro crecimiento personal. Muchas veces huimos de la soledad porque no estamos cómodos con nosotros mismos. Este es el reto.

Lo que más aprecio de la soledad es que es un terreno muy fértil para la conciencia, para conocernos mejor, sin dejarnos llevar por lo que digan los demás. Lo que diga una conciencia saneada tiene más peso que lo que diga todo el mundo sobre nosotros. Al fin y al cabo la conciencia es la voz del alma.

Nos descubrimos, nos denunciamos, nos justificamos y nos juzgamos. Somos testigos, acusados y jueces al mismo tiempo. Parece un juicio justo.

Litiguemos contra nosotros: acusémonos, defendámonos, juzguémonos. Démosle muchas vueltas a nuestra moral y veremos que no somos perfectos, básicamente porque somos seres humanos.

Tengamos conciencia de que existe la conciencia, de que tenemos una voz dentro de nosotros capaz de orientar mejor nuestra vida cotidiana. Parémonos a escucharla y después sigamos adelante.