Elia tenía 17 años, Encarnación, 81: la más joven y la de mayor edad de las 52 mujeres que, en lo que va de año, fueron asesinadas en España por sus parejas o ex parejas, no las olvidemos. Todo ese reguero de muertes causados por ese eterno y prepotente "la maté porque era mía" son la expresión más trágica de la violencia de género que, como explica el Convenio de Estambul del Consejo de Europa, afecta a las mujeres por el mero hecho de ser mujeres; por eso, desde el pasado año las estadísticas oficiales y la atención también se centran en otros feminicidios sufridos a manos de sus hijos, sus hermanos, sus agresores o sus prostituidores.
Una violencia de género que adopta múltiples formas: de las agresiones sexuales a la mutilación genital, de las palizas a los matrimonios forzados, de la trata con fines de explotación sexual al acoso en el trabajo, de las vejaciones y amenazas a la terrible violencia vicaria ejercida contra sus hijos o hijas con el fin de causarle un dolor infinito a la mujer, un amplio abanico de violaciones de derechos humanos y discriminación se nos muestran en los medios y nos impiden ignorar esa realidad.
Quienes utilizan las redes sociales son testigos de la habitual ciberviolencia sexista: el acoso o los insultos vejatorios a mujeres en Twitter, los comentarios humillantes sobre su cuerpo en Instagram, los envíos de fotopollas por WhatsApp…: la misoginia amparada en el anonimato va creando un clima de odio sexista que tiene un impacto colectivo. En lo que se conoce como la machosfera, hay múltiples foros en los que hombres -que parecen ver peligrar su "virilidad" al ponerse en cuestión su papel estereotipado de macho conquistador-, defienden prácticas de depredación sexual, insisten en el "aunque diga que no, lo está deseando", o son negacionistas de la violencia de género.
Pero el ámbito digital tiene un peligro especial para los niños y adolescentes. Con la lógica curiosidad -que todos tuvimos- buscan en Internet conocer como es el sexo y se encuentran con el porno sadismo en el que las mujeres parecen disfrutar del sufrimiento, con sexo grupal como una práctica normalizada o con violaciones como forma de obtener placer, entre miles de páginas al alcance de un click; aunque los expertos y educadores nos alertan de que cada vez a una menor edad están accediendo a contenidos que, dada su lógica inmadurez, no pueden asimilar y distorsiona su visión de la sexualidad, pese a las noticias del aumento de agresiones grupales de menores, seguimos oyendo críticas a la necesidad de una educación sexual y negando la realidad. Hasta que un suceso, como los falsos desnudos de las niñas de Almendralejo, creados con una aplicación de IA por otros niños, compañeros de colegio o amigos, como una broma maliciosa, nos asombran o escandalizan; como nos causa estupor que más de mil niños del País Vasco acaben en un chat de porno o que en la última encuesta de juventud los jóvenes digan que no ven violencia en obligar a sus parejas a tener relaciones sexuales, sin ser capaces de ver la interrelación entre ambas situaciones. Porque no asumimos que la violencia contra la mujer es un continuum que se entrelaza con todos los ámbitos de la vida, va impregnando a la sociedad y exige una atención y lucha constante para su erradicación.
Este 25 de noviembre, con ocasión del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la ONU nos recuerda que, en el mundo, 736 millones de mujeres -casi una de cada tres- han sido víctimas de violencia física y/o sexual al menos una vez en su vida; que la solución, en buena parte, radica en la prevención; que necesitamos más recursos económicos para las organizaciones de mujeres, mejoras en la legislación y la aplicación de la justicia y mejores servicios para las superviviente. Por eso, su lema es que "Proteger a las mujeres y a las niñas no es un gasto. Es una inversión".
En nuestro país tenemos por delante el desarrollo de la Ley de Garantía de la libertad sexual que, amén de medidas de prevención, detección y educación, contiene otras novedosas de protección como las ayudas o indemnizaciones a las víctimas de agresión sexual (que empiezan a reflejarse en alguna sentencia) o la creación de 50 centros de crisis 24 horas en los que las víctimas y familiares puedan recibir atención psicológica, jurídica y social, porque no podemos dejarlas solas con su sufrimiento.
Todas las Administraciones están llamadas a esa lucha por el art.9.2 de la Constitución, y a la ciudadanía nos corresponde exigir que actúen, pero no es suficiente. La ONU nos pide que nos convirtamos en activistas, que seamos altavoces para evitar el silencio que facilita la impunidad, que nos solidaricemos con quienes luchan por los derechos de las afectadas; porque ante una realidad tan inmoral estamos obligadas a decir, como proclamaron las futbolistas: ¡SE ACABÓ!