Esta semana se cumplen 290 años del nacimiento del médico alemán Franz Anton Mesmer, creador de la teoría del ‘magnetismo animal’ que describe una fuerza invisible con el poder de curar enfermedades. Mesmer es considerado uno de los precursores de la hipnosis, también llamada mesmerismo (de ahí el origen de mesmerize como cautivar o mantener la atención de alguien). Las prácticas de trance y sugestión ya eran empleadas en la antigüedad por los chamanes y sanadores a través de cánticos, danzas y otras técnicas para curar enfermedades, asegurar buenas cosechas y cazar exitosamente. Sin embargo, el término como tal procede del griego hypnos (sueño) y fue acuñado por el cirujano escocés James Braid para describir el estado inducido por técnicas de fijación ocular y concentración. En la Escuela de Nancy, a mediados del siglo XIX, se promovió la idea de la hipnosis como fenómeno psicológico relacionado con la sugestión y, entretanto; el neurólogo francés Jean-Martín Charcot empleaba la hipnosis en sus diagnósticos y terapias. Entre otras enfermedades, Charcot estudió ampliamente los síntomas de la histeria: esa dolencia mayormente vinculada a las mujeres que más tarde Freud atribuiría a numerosísimos síntomas como la ‘tendencia a causar problemas’. Aunque Freud bebió directamente de los métodos de Charcot y empleó la hipnosis en su práctica, acabaría por abandonarla en favor del psicoanálisis. Aun así, Freud reconoció la importancia de la sugestión en el tratamiento de los síntomas neuróticos.
Según el psiquiatra Eduardo Braier "La sugestión surge del paciente, está en principio en él como una disposición que se traduce en una expectativa confiada, antes de que el analista haga cualquier cosa". Este vínculo productivo entre el paciente y su médico tiene mucho que ver con el denominado bedside manner o ese acercamiento desde la confianza y la empatía por parte del médico en sus interacciones clínicas con el paciente. Estas habilidades, que determinan un buen bedside manner, se asocian a una mayor adherencia a los regímenes de tratamiento, mejores resultados clínicos y mayor satisfacción por parte de los pacientes. En su libro Compassionomics: The Revolutionary Scientific Evidence that Caring Makes a Difference, Stephen Trzeciak y Anthony Mazzarelli presentan evidencia del impacto significativo de la compasión en la atención médica sobre la eficacia del tratamiento y el bienestar general del paciente. De nuevo, la sugestión, decía E. Braier, como ese "Factor que depende de la disposición psíquica de los enfermos y viene a influir, sin que nosotros lo busquemos, sobre el resultado de cualquier procedimiento".
La sugestión va muy de la mano del efecto placebo, término empleado en la Edad Media para designar los lamentos que proferían las plañideras profesionales que cobraban por llorar en funerales y entierros. Los mecanismos neurofisiológicos implicados en el potencial terapéutico del placebo son desconocidos, pero se cree que pueden estar influenciados por la fe y la convicción del afectado respecto a su patología. Según la bibliografía científica de las últimas décadas, se ha demostrado que los placebos inducen efectos clínicos contra la depresión mediante la liberación de serotonina, contra la inflamación mediante la liberación de cortisol y contra la enfermedad de Parkinson mediante la liberación de dopamina. La sugestión, pues, desempeña un rol fundamental en el efecto placebo, en que las expectativas positivas del paciente pueden llevar, por sí mismas, a respuestas fisiológicas reales en el cuerpo que impliquen mejoras en los síntomas del paciente. Esto subraya la magnitud con la que las creencias y expectativas influyen en la salud y el bienestar.
La fe se infiltra en nuestro día a día y lo hace más allá de la religión. Esa creencia tan firme como ciega aparece cuando a finales de diciembre los maniquíes deciden conjuntar el color de su lencería o cuando tu amiga cruza estratégicamente índice y corazón para que reaparezca su maleta perdida; pero también cuando llegas a tu nuevo trabajo con la esperanza de que esta vez solo el llegar hasta allí no te haga querer cortarte las venas; o cuando inviertes un tiempo o dinero en organizar un viaje con la fe de que sea toda una experiencia. Puede que premisas como la del pensamiento positivo de la Ley de la atracción que Rhonda Byrne plantea en su superventas El secreto, o las frases motivacionales de ese coach que cuenta cómo logró alcanzar el éxito madrugando y haciendo burpees en esa historia ejemplar de superación, puedan parecer a priori una trampa. Y claro que pueden llegar a serlo. En su Naturaleza y racionalidad de la fe, la profesora de filosofía de la Universidad Metropolitana de Toronto señala que "Los actos de fe se evalúan en cuanto a su racionalidad desde el punto de vista práctico. Podría ser racional para mí realizar algún acto de fe porque tengo mucho que ganar si es verdad y poco que perder si no lo es. La acción racional es una cuestión práctica y, a veces, puede ser racional actuar como si algo fuera cierto, incluso si nuestra evidencia señala lo contrario".
La tendencia habitual es a considerar el efecto placebo como un ‘ruido’ de fondo que ha de ser eliminado de los resultados de un ensayo, más que como algo provechoso de lo que poder sacar partido. No sin razón, el Ministerio de Sanidad publicó el mes pasado una lista con 139 técnicas analizadas consideradas pseudociencias, 73 de ellas sin respaldo de ensayos clínicos aleatorizados y el resto, aunque con publicaciones relativas a su práctica, sin una implicación directa sobre el respaldo científico de las mismas.
Todos conocemos a alguien cuya experiencia tras una sesión de reiki, unas gotas de flores de Bach o unos masajes de reflexología podal; afirma sentir una mejora en los síntomas de lo que fuese que quisiera paliar. Las redes se llenan de publicaciones con el hashtag #manifest de personas que dicen mejorar su estado de ánimo y albergar un mayor sentido de propósito que contribuye a su perseverancia y al logro de objetivos. Con esto no quiero decir que sean técnicas más o menos eficaces ni que el placebo vaya a quitarle a tu padre la piedra del riñón. Pero lo cierto es que la sugestión puede desencadenar respuestas fisiológicas reales en el cuerpo. Creo que no se trata de esa eterna lucha entre detractor y fanático en la que solemos vernos envueltos. Más bien creo que es ver ese trébol como una muestra de que, si fui capaz de fijarme en algo tan pequeño y sentir algún tipo de efecto positivo (sea por creer que pueda traerme fortuna o por querer creerlo) puede que durante ese día encuentre una mayor predisposición a seguir encontrando algo positivo en las cosas pequeñas.