
Más de 12.000 kiómetros y 331 días pedaleando: la gallega Lola Bruzon alcanza el fin del mundo en bicicleta
Más de 12.000 kilómetros y 331 días pedaleando: la gallega Lola Bruzon alcanza el fin del mundo en bicicleta
Desde Cancún hasta Ushuaia, donde la tierra se acaba. Un recorrido por 14 países; más de 12.000 kilómetros pedaleando durante 331 días y una conclusión final: ‘el mundo está lleno de gente buena’
Más sobre la historia de Lola: El sueño de la gallega Lola Bruzon: 20.000 kilómetros y un año de aventura sobre ruedas
Cuando Lola Bruzon Bandeira (Vigo, 1990) comenzó a preparar a Xouba, su bicicleta y fiel compañera, a nadie le extrañó. La viguesa acumula aventuras sobre dos ruedas; Amsterdam-Vigo, Portugal entero o los Pirineos son algunas de las experiencias que atesora, pero esta vez era diferente.
Hace un año emprendió su viaje más ambicioso: Sudamérica, de norte a sur. Comenzando en Cancún (México) y con la idea de alcanzar Ushuaia, en Tierra de Fuego, Argentina. No había un itinerario a seguir, la ruta la iría improvisando, día a día. Tampoco pretendía cumplir con ningún tiempo, el único objetivo era tratar de llegar a la ciudad que marca el final del continente americano. Y lo logró.
En la víspera de Nochebuena aterrizó en Vigo, y ahora, de vuelta en casa, trata todavía de asimilar todo lo que ha vivido en este último año: “estoy procesando ahora todas las emociones, porque además, como he llegado aquí en plena Navidad, ha sido todo como bastante caótico. Me agobié un poco, porque pasé de cero a cien. Yo venía de simplificar la vida al máximo’, asegura.
Durante su viaje, la viguesa documentó su día a día en Instagram. “Yo no buscaba nada más allá de compartir con mi familia y con mis amigas la experiencia, y también quería tenerlo ahí, de recuerdo, para un futuro. No suelo compartir en redes mi vida diaria, pero ahora hay gente que lo echa de menos, que me dice que sabían más de mí cuando estaba a miles de kilómetros”. Y es que Lola generó, durante su aventura, una comunidad con sus seguidores: “a mí eso me hizo sentirme acompañada en todo momento. Como con la sensación de que hay alguien ahí, pendiente”.
Todo lo grabó con su móvil, pues las alforjas de Xouba requerían portar únicamente lo imprescindible. “Viajar en bicicleta es la clave, porque te permite avanzar lo suficientemente rápido, pero sigues haciéndolo a una velocidad humana. Entonces, en cualquier momento te paras. Si quieres ver algo, te paras y lo ves. Si quieres continuar porque tienes energía, continúas. Pero no te pierdes nada porque la velocidad a la que pedaleas es una velocidad humana. Para mí es el vehículo perfecto para viajar”.
Pese a que todavía está tratando de ordenar la experiencia vivida, tiene claro el aprendizaje principal de su aventura: “una cosa de la que sí que me he dado cuenta en este viaje es de que no necesitamos nada de lo que tenemos. Simplificar la vida al máximo, no solo en lo material, que obviamente también, pero hacemos problemas de cosas que no son problemas, la vida es mucho más sencilla. Yo creo que el mundo sería un lugar maravilloso si todos nos ayudásemos, si fuéramos menos individualistas. Tenemos capacidad de sobra, aunque sea con pequeñas cosas, con pequeños gestos de ayudar a los demás. Yo creo que eso cambiaría el planeta por completo. Yo todos los días me he encontrado con alguien que no conocía de nada y que de una manera u otra me han ayudado. Y es que esto, si lo extrapolamos al mundo, es tremendo. No es difícil, basta con que le eches una mano a quien puedas, en el pequeño gesto que sea. Es muy sencillo, yo creo”.
La clave en su viaje no planificado fue su capacidad de adaptación al entorno y a las circunstancias, que fueron mejores de lo que esperaba: “tú hablas de Centroamérica o América del Sur y lo que te suena es narcotráfico, drogas, todo es peligroso, te van a robar. Y yo partí de aquí con miedo. Pero también quería vivir esta experiencia y decir bueno, yo voy y si lo que me encuentro es eso de lo que me han hablado y no lo disfruto, pues me vuelvo. Pero quiero comprobarlo por mí misma. No quería que el miedo me impidiera hacerlo. En cuanto pasé unas horas allí, vi el clima que había, que la gente es amable, que te saluda, te sonríe... Y me fui relajando. Yo llevé el candado de la bicicleta y no lo he usado ningún día de todo el viaje”.
La viguesa tiene claras las tres cosas que destaca de los últimos meses: descubrir lugares, conocer gente y la comida. “Es que además yo lo pruebo todo. Y no me corté. Mucha gente me decía que tuviese cuidado allí, el agua embotellada... ¡Qué va! Yo no tuve cuidado con nada. Bebía de cualquier grifo, de cualquier río. Comía... Lo que más me gustaba eran los puestos de la calle, esos que te sirven la comida en una bolsa de plástico, literalmente. Y fue espectacular. Nunca me pasó nada”.
El balance es más que positivo, pero la aventura también contó con momentos duros: “nunca llegué a plantearme el plan de dejar el viaje, pero sí a preguntarme por qué. Yo qué sé, la bicicleta de barro hasta arriba, yo empujándola, mojada, calor, frío, no sé. Sí hubo momentos de decir, ¿qué necesidad?”.
Lo más complicado llegó en el plano emocional: “me pasó más o menos a la altura de Perú, entre Perú y Bolivia. Llevaba ya seis meses de viaje. No era para nada el periodo más largo de tiempo que había estado fuera de casa, pero sí el periodo más largo en continuo movimiento. Cuando estás en continuo movimiento y cada día duermes en un sitio, no generas vínculos. Yo conozco a una persona hoy y mañana me despido. Y cada día tengo que buscar dónde dormir, dónde comer, la ruta que voy a hacer... Es vivir constantemente fuera de tu zona de confort. No hay un momento de, bueno, el día es duro pero llego a casa y me tumbo en mi sofá y tal. No lo hay. A mí eso, psicológicamente, a los seis meses de viaje, me pesó”.
A su vuelta, todo es igual pero nada es lo mismo. De una experiencia vital de semejante magnitud, Lola es incapaz de elegir un sólo momento por encima de los demás, pero el primer recuerdo que le viene a la mente es el de la llegada: “era algo que había estado proyectado durante tantísimo tiempo que en el momento de llegar fue como... ¿Y ahora? ¿El cartel está aquí, pero y ahora qué se supone que tengo que hacer?”
Ahora Xouba está en el taller, preparándose para la siguiente. Lola no tiene claro cuál será el próximo destino ni cuándo volverá a pedalear, pero sabe que habrá más: “no sé si me llegaré a cansar de esto algún día, pero desde luego esto es algo que a mí me motiva”.