En el sur de Galicia, las Rías Baixas se despliegan como un auténtico santuario para los amantes de la naturaleza y las actividades al aire libre. Este rincón del territorio gallega, donde el océano Atlántico se encuentra con las montañas en su horizonte más interior, revela un mosaico de paisajes únicos que se extienden desde su entrecortado litoral, repleto de acantilados y arenales idílicos, hasta los extensos valles fluviales rodeados de viñedos y frondosos bosques. Sin duda, todo un edén para los sentidos que ha convertido a este geodestino en un enclave perfecto para la conservación del patrimonio natural y paisajístico, cuya singular belleza ha logrado cautivar a los viajeros más exigentes.
Entre los muchos ríos y riachuelos que emergen entre las montañas y valles de las Rías Baixas, uno de los rincones más cautivadores es a su vez un desconocido para muchas personas. La Fervenza do Rego do Inferno permanece oculta entre la vegetación, dando forma a una majestuosa cascada antes de entregar sus aguas a las del río Verdugo. Este refugio natural envuelto en la quietud y espesura de los bosques de ribera descubre la naturaleza más auténtica de Galicia, pues aquí, el murmullo del agua al caer sobre la roca parece detener el tiempo, invitando al viajero a sumergirse en la magia de un paraje de cuento.
Un tesoro natural en Ponte Caldelas
Uno de los secretos naturales mejor guardados del municipio de Ponte Caldelas es conocido en toda la comarca de Pontevedra como la Fervenza do Inferniño o del Rego do Inferno, un bonito salto de agua enclavado a escasos metros del trazado principal del río Verdugo. Lo cierto es que en su descenso por los límites de esta localidad pontevedresa, el Verdugo se abre camino entre los famosos Pasos da Fraga, varios antiguos molinos y playas fluviales tan espectaculares como la de A Calzada. A lo largo de todo su recorrido, el citado curso fluvial también recibe las aguas de varios riachuelos que van ensanchando su caudal antes de juntar sus aguas con las de la ría de Vigo, entre ellos el Oitavén o el ya mencionado Rego do Inferno.
Es precisamente en este punto de unión entre ambos ríos, a la altura de la parroquia de Taboadelo, donde la naturaleza ha dado forma a un extraordinario enclave oculto entre frondosos bosques de ribera. Se trata de un rincón virgen, sin apenas señalización y de difícil acceso, pero que mantiene intacta su esencia y belleza. De hecho, y aunque sí es posible llegar hasta el entorno más próximo a la cascada, resulta bastante complicado acceder a la parte baja de la misma sin equipamiento y no es recomendable realizar esta ruta no señalizada con niños.
En cualquier caso, la Fervenza del Rego do Inferno se localiza muy cerca del embalse da Toma, a unos 500 metros siguiendo la estela del río Verdugo. Para los indómitos aventureros que se atrevan a conquistar esta cascada, la mejor opción es hacerlo desde Taboadelo, tomando la EP-0206 hasta la Central Hidroeléctrica do Inferno. Una vez en este punto, tendremos que caminar sobre el canal de agua de la presa en sentido ascendente, en una senda prácticamente horizontal salvo por algunas zonas donde el desnivel es salvado gracias a varias escaleras. En el último tramo, tras atravesar un pequeño puente no vallado, encontraremos a mano izquierda la Fervenza do Rego do Inferno cobijada entre grandes masas de vegetación.
De la presa al puente colgante
En las proximidades de la Fervenza do Rego do Inferno existen otros rincones de enorme valor que también merece la pena descubrir. Sin ir más lejos, el encoro da Toma conforma un lugar bastante singular en el recorrido del río Verdugo hacia su desembocadura. Este embalse presenta un canal lateral para que los salmones puedan remontar el río, una construcción bastante atípica en los ríos gallegos. Por otro lado, ya en los límites de Soutomaior, el puente colgante sobre el río Verdugo se ha convertido en uno de los emblemas de este curso fluvial gallego. Se trata de una pasarela que mantiene un muy buen estado de conservación y que permite el paso entre ambos márgenes del río. El puente colgante en cuestión se encuentra suspendido a unos seis metros sobre el agua, en un paraje único rodeado por bosques de ribera y naturaleza salvaje.