Milosz Labinski lleva cinco años tocando el piano en las calles de Pontevedra y es difícil encontrar a un vecino que nunca se haya parado a escucharlo. Su música embelesa antes de verlo a él, colocado siempre en la misma esquina de la plaza de la Peregrina, e hiptnotiza su concentración en su piano como si estuviese tocando únicamente para sí mismo.
Este músico, de origen polaco, aprendió a tocar en conservatorios de Varsovia y París. En la ciudad de la luz fue donde empezó a tocar el piano en bares, y ya no pudo dejar de compartir su música con el mundo. Ahora, en Pontevedra, la Virgen Peregrina es la que contempla sus manos deslizarse por el piano mientras niños y mayores no pueden evitar pararse a escucharlo con atención.
Polonia-Francia-España
Aunque su ciudad natal es Varsovia, Milosz vivió muchos años en París y fue en unas vacaciones cuando se enamoró de Galicia. En la capital gala estuvo más de diez años, siempre bailando entre París y Varsovia. Pero hubo un día en el que se cansó del ajetreo de las grandes capitales y se decantó por instalarse en una pequeña villa de algo más de 80.000 habitantes.
Pontevedra era una ciudad infinitamente más pequeña que cualquiera en la que Milosz hubiese vivido antes y por eso lo enamoró: "es una ciudad bonita, con mucha naturaleza cerca y la gente es tranquila y amable", confiesa en declaraciones a Treintayseis. Vino por primera vez en verano, y entre playas y atardeceres no se pudo resistir a quedarse en la capital del Lérez.
Ahora toca en la plaza más céntrica de la ciudad, aunque tardó un tiempo en decidir cuál sería "su esquina", y sigue cambiando de vez en cuando. Lo que más le gusta tocar es Bach o Satie, aunque sus canciones favoritas son las de la película francesa Amélie. Es difícil no fijarse en sus virtuosas manos, que dominan cualquier pieza y cautivan a cualquier peatón.
El confinamiento de un artista callejero
Desde que llegó a Pontevedra vive de lo que gana tocando en la calle, gracias a la generosidad de la gente puede pagar el alquiler y vivir día a día. Con el confinamiento llegaron las complicaciones, pues la calle era su única fuente de ingresos. Fueron algunos "buenos samaritanos" los que lograron que pudiese pagar el alquiler, con pequeñas donaciones o gestos de generosidad que el polaco sigue agradeciendo infinitamente.
Pero Milosz es un artista polifacético y con muchos amigos, y fue, además de la generosidad de los que le rodean, su capacidad de reinventarse lo que le salvó de la ruina. Abrió una cuenta de Instagram para subir su música y también sus dibujos, pues además del piano domina a la perfección el lápiz.
Gracias a los dibujos pudo sacar un dinero extra durante el pasado confinamiento domiciliario, ilustrando por encargo. También enviaba canciones o felicitaciones de cumpleaños.
Ahora Milosz ha vuelto a la calle, allí donde es más feliz, para deleitar a los pontevedreses con su música.