En las décadas de 1920 y 1930, durante la Gran Depresión, surgió en Estados Unidos un nuevo estilo musical que animaba a bailar, a olvidarse de los problemas y a disfrutar de la música y la vida social por encima de todo. Esta música se llamaba jazz, o swing jazz, y hacía que los ritmos y las melodías afroamericanas se convirtiesen en una fiesta diaria en cada club, listas para hacer que los espectadores se dejasen los tobillos y las caderas sobre la pista.
Al mismo tiempo, como era lógico, surgió un nuevo estilo de baile que se adaptaba perfectamente a aquellos ritmos a los que era imposible resistirse. Se llamaba lindy hop y bebe del charlestón mezclado con un enorme componente de improvisación y, una vez más, de ritmos afroamericanos. "Las salas de baile funcionaban todos los días de la semana y el jazz y el swing eran estilos concebidos para bailar: el lindy evolucionó a la par, llegando hasta hoy como un baile riquísimo desde el punto de vista de la improvisación".
Elena se confiesa enamorada de este baile desde que lo vio por primera vez en Oporto. Allí probó una clase de swing tras verlo en la calle y ya no pudo dejar de bailarlo. Junto a su compañero Jorge decidió crear una escuela de baile en Vigo que se dedicase a enseñar lindy hop a todo aquel al que el jazz le pareciese irresistible.
Así, en el año 2012, nació Swing On Vigo, una pequeña escuela de swing que hacía talleres y eventos en diferentes ciudades para convencer a todo el mundo de que "es imposible escuchar swing sin bailarlo". "Éramos nómadas, de pueblo en pueblo con nuestros pasos y nuestra música, bailando en la calle e invitando a la gente a vernos y a moverse con nosotros", dice Elena.
Desde 2014, además, tienen su escuela física en la ciudad de Vigo y ofrecen clases de jazz, lindy hop y shag, "que es más energético, tiene un ritmo más exigente y es muy divertido". Tras el confinamiento han decidido aliarse con Simia Coworking y allí imparten sus clases, en un entorno lleno de artistas que rezuma cultura por cada pared.
Baile social y pandemia, mala combinación
La dinámica de bailar en la calle para todo aquel que quiera unirse sigue teniendo cabida en su escuela, aunque la pandemia ha intentado ponérselo difícil. "No hemos parado en ningún momento, hemos seguido online y, sobre todo, en la calle: cualquiera que nos ve quiere practicarlo". Los niños, dice Elena, son los que más "flipan" con sus movimientos frenéticos y los que acaban animándose en cada canción.
El lindy, cuenta, es un baile muy social "y eso ha sido lo más difícil de la pandemia: nos encantaba hacer fiestas con música en directo y bailar mezclándonos, cambiando de parejas, un poco con todo el mundo". El Covid les ha obligado a centrarse en el aprendizaje individual, confiesa, aunque confían en que en 2022 la vida haya vuelto a la normalidad y se puedan repetir aquellas fiestas en las que todos bailaban con todos.
También han seguido activos con sus "alumnos de toda la vida" haciendo clases online, "incluso hicimos fiestas a través de videollamada, pero cuando el confinamiento y las restricciones se fueron alargando la gente se fue apagando, el ánimo iba cayendo y no teníamos tampoco a mucha gente conectada". Desde junio, sin embargo, han podido volver "a la normalidad" y sus alumnos están volviendo, "se está recuperando la energía".
Ahora están preparados para recomenzar el curso con una programación apta para todos los niveles y todos los gustos. "Haremos una semana de puertas abiertas desde el 27 de septiembre hasta el 1 de octubre (ambos inclusive) para que todos los que quieran probar el lindy se animen… ¡luego ya no podrán parar!"
Elena y Jorge, con todas sus esperanzas puestas en la mejora de la situación sanitaria, confían en que el 2022 traiga muchos encuentros con la gente, tanto en la calle como en interiores, con o sin música en directo, bailando en pareja o en grupo, "pero sin mascarillas para que se nos pueda volver a ver la sonrisa que tenemos al disfrutar lo que hacemos".