A veces la vida nos muestra cosas que pensábamos que no veríamos nunca. O que no volveríamos a ver.
Eso fue precisamente lo que pensé cuando surgió la polémica acerca de la canción elegida por votación de jurado y público para representarnos en Eurovisión. Me acordé de inmediato de una canción de nombre parecido que suscitó una polémica también parecida en la noche de los tiempos, justo cuando la que escribe estas líneas y la cantante de Nebulossa éramos adolescentes. Pero no soy muy original.
Muchos antes que yo se acordaron de las Vulpes, aquellas chicas de pelos raros que cantaron en un programa de televisión en el año 1983 "Me gusta ser una zorra" y que provocaron el fin fulminante de dicho espacio musical, que se emitía en horario infantil, y que no escandalizó a nadie hasta que un periódico se empeñó en ello.
Hasta aquí, lo que todo el mundo sabe -sale hasta en la Wikipedia- pero yo quería contar algo distinto. Quería explicar cómo vivió aquello la adolescente que fui. No recuerdo que nadie hiciera el mínimo esfuerzo en explicarme que querían decir aquellas chicas de pelos raros, más allá de que querían ser zorras, lo que sonaba tan mal que era normal que cortaran por lo sano.
Como también era normal que a las adolescentes de entonces nos dijeran que tuviéramos cuidado con dejarnos tocar por los chicos, no creyeran que éramos unas frescas y no nos respetaran.
También era normal que las chicas tuviéramos distinta hora de llegada a casa que los chicos, porque para nosotras siempre ha existido un peligro que para nuestros coetáneos machitos no existía, faltaría más. Y esto, que era bastante peor, no escandalizaba a nadie. Solo nos causaba rabia e impotencia. Aunque siempre quedaba la esperanza de un futuro donde las Vulpes pudieran cantar en televisión y nuestros padres no nos advirtieran del peligro de que pensaran que somos unas frescas.
Y, más de cuarenta años después, las cosas no han cambiado tanto. Las adolescentes temen volver solas a casa y el grupo musical que pronuncia la misma palabra que acabó con la carrera de aquellas chicas de pelos raros, es igualmente denostado, aunque ahora televisión no lo censure.
Pero lo sorprendente del caso -o no- es que las más feroces críticas no vienen de los sectores conservadores de los que cabría esperar que se rasgaran las vestiduras, sino, precisamente, de parte de aquellas a quienes debería contentar, es decir, a algunas feministas. E insisto en que son algunas, porque yo me considero tan feminista como la que más y no tengo nada contra la canción, sino todo lo contrario.
He intentado leer en la letra algo que me indigne, pero no lo consigo. A mi entender, no hace otra cosa que ironizar con algo que nos pasa a las mujeres que, en cuanto sacamos los pies del tiesto, somos etiquetadas de "zorras". O de "frescas", como decían los padres de mi época.
Pero sigo leyendo, y me encuentro con que buena parte de la crítica es por invisibilizar a las mujeres y, sobre todo, por una relación con lo queer y lo trans que yo no llego a ver. O soy cortita, o el día que repartieron la comprensión lectora hice pellas, pero sigo sin verlo. Aunque, dicho sea de paso, tampoco tendría nada de malo, que no sé qué manía de confrontar la realidad de las mujeres y la del colectivo LGTBI como si se tratara de enemigos irreconciliables. Así nos va.
En cuanto a la estética, tampoco sé a qué viene escandalizarse por una puesta en escena inversa a la que vemos siempre. Una mujer vestida y unos chicos con poca ropa. Exactamente lo contrario de lo que ocurre cada Nochevieja con los presentadores sin que nadie se eche las manos a la cabeza.
No obstante, lo que más me gusta de nuestros representantes para Eurovisión es la apuesta contra el edadismo. Me encanta que lo sea una mujer de mi edad, que era una adolescente cuando las Vulpes cantaban, y que está divina. Por fin superamos eso de que las mujeres a partir de los cuarenta se vuelven invisibles para cantar, bailar, interpretar y hasta para presentar el telediario. Solo por esto aplaudiría a Nebulossa hasta que me sangraran las manos. Por eso, y porque son de la Comunidad Valenciana, que la tierra siempre tira.
Soy consciente de que con estas líneas puedo haber perdido para algunas todos los puntos del carné de feminista. Pero no me preocupa. Los puntos del carné de feminismo los gano todos los días del año con mi trabajo.