El misterioso poblado íbero de 2.300 años al que llegaron comerciantes fenicios y está a una hora de Valencia
Se desconocen las causas históricas que motivaron su destrucción y abandono después de una corta existencia de solo cien años.
11 abril, 2024 19:19Entre las poblaciones valencianas de Vallada y La Font de la Figuera, a los pies de la Serra Grossa, se encuentra un imponente poblado íbero con 2.300 años de historia al que llegaron los comerciantes fenicios aprovechando su posición estratégica.
La Bastida de les Alcusses fue una de las ciudades más importantes de la Contestania Íbera y albergó una población de seiscientos habitantes que ocupaban unas seis hectáreas de terreno.
Su existencia e historia es hoy en día un misterio y se desconocen las causas históricas que motivaron su destrucción y abandono después de una corta existencia de solo cien años.
Su cronología se extiende desde finales del siglo V hasta finales del IV a. C., un periodo que coincide con el del máximo esplendor de la cultura ibérica.
El nombre de la Bastida de les Alcusses le fue asignado a causa de las numerosas alcuzas (candiles) que fueron encontradas tras su descubrimiento.
Se encuentra en el término municipal de Moixent, un municipio de la comarca de La Costera que está a una hora de Valencia en coche.
Los iberos habitaron la fachada oriental de la península ibérica hace más de 2.000 años. Sus rasgos culturales varían de un territorio a otro.
Los que habitaron en la zona valenciana fueron denominados "edetanos y contestanos" por algunos viajeros y geógrafos grecolatinos.
Constituían una sociedad jerarquizada, gobernada por una élite que organizaba la explotación del campo y controlaba las relaciones comerciales desde las ciudades fortificadas.
La vida cotidiana se realizaba en casa donde no solo se cocinaba, comía y dormía, sino que también se llevaban a cabo actividades artesanales y metalúrgicas, e incluso cultos a ancestros y divinidades.
El hallazgo
El 1 de julio de 1928, una veintena de hombres empezó a excavar en la Bastida de les Alcusses el primer proyecto de campo del Servicio de Investigación Prehistórica (SIP) de la Diputación de Valencia.
"A las primeras campañas en el yacimiento entre 1928 y 1931, bajo la dirección de Isidro Ballester y Luis Pericot, siguieron décadas de trabajo en el laboratorio del museo y de labor editorial", explican los autores Helena Bonet y Jaime Vives-Ferrándiz en un libro sobre el yacimiento editado por la Diputación.
Aquellas excavaciones arqueológicas realizadas por la Diputación sacaron a la luz la mitad de la superficie de la ciudad.
La magnitud de sus restos constructivos y la riqueza de los hallazgos, entre los que destacan una lámina de plomo con escritura ibérica, figurillas como la del Guerrero de Moixent, numerosos instrumentos de hierro y una variada vajilla cerámica, hicieron que este yacimiento fuera declarado Monumento Histórico-Artístico en el año 1931.
En la actualidad, el Museo de Prehistoria de Valencia se encarga de la "difusión del yacimiento con el fin de mostrar a todos los visitantes la importancia de nuestro patrimonio arqueológico y, a la vez, la posibilidad de descubrir cómo vivían los íberos", subrayan desde la entidad.
La Bastida ocupa una de las cumbres alargadas del sistema montañoso de Serra Grossa, a 741 metros de altitud, limitando al norte con el Pla de les Alcusses y al sur con la Vall de l'Alforí de Fontanars.
Según informa el Museo de Prehistoria, en este punto se cruzan dos vías de gran importancia histórica que aprovechan sendos corredores naturales.
Son el camino que pone en comunicación la costa con la meseta y la Alta Andalucía, conocido en época romana como Vía Augusta, y el curso del río Vinalopó que se dirige hacia las tierras alicantinas.
"Esta privilegiada situación convierte a la Bastida, además de en un oppidum defensivo, en un centro económico donde materias primas y productos manufacturados indígenas se intercambian por objetos de prestigio importados, como las cerámicas griegas".
Además, el estudio de las maderas carbonizadas halladas en la Bastida, y en la cercana necrópolis del Corral de Saus, "muestra que durante la época ibérica había un paisaje de bosque de carrascas, aclarado por zonas de pinos carrascos, y un sotobosque denso formado por enebros, sabinas, coscojas y espinos".
La muralla
La ciudad ocupaba una extensión de poco más de 4 hectáreas y estaba protegida por una muralla de trazado sinuoso que se adapta a la cumbre de la montaña.
El acceso se realizaba por la parte occidental. Tras atravesar un gran espacio, delimitado por un largo lienzo ciclópeo y sin restos constructivos, se llegó al recinto amurallado.
De la muralla hoy en día se conserva la base de piedra, de 4 metros de ancho y 2,5 metros de alto, a la que hay que añadir el alzado de adobes, alcanzando una altura original de entre 6 y 8 metros.
En el frente oeste del recinto se situaba la puerta principal y junto a ella se conservan dos torres cuadrangulares. Otras dos puertas se sitúan en los lados norte y sur, y una cuarta en el extremo oriental, también defendida por una torre.
Para los expertos que han investigado el recinto, esta infraestructura refleja la importancia y magnitud de este poblado.
La vida en el poblado
La vida cotidiana del poblado giraba en torno a las tareas relacionadas con la transformación, preparación de alimentos y su almacenaje, según los informes del Museo de Prehistoria.
Los molinos giratorios para moler el cereal y los centenares de vasos cerámicos así lo dan a entender.
La cerámica, fabricada a torno y decorada con motivos geométricos, comprendían una variedad de formas como ánforas y tinajas para almacenar alimentos o vajilla fina.
También es frecuente la presencia de vasos griegos, verdaderas piezas de lujo, que "son un claro exponente del comercio con otros pueblos mediterráneos". De hecho, se cree que llegaron hasta Moixent comerciantes fenicios.
La actividad textil también queda atestiguada por los contrapesos de arcilla, que tensaban la urdimbre de los telares de madera, y por las fusayolas, pequeñas piezas cerámicas asociadas a los husos para hilar.
Mientras, "las agujas de hierro y los restos de esparto carbonizado muestran el aprovechamiento de las fibras vegetales para la fabricación de esteras, capazos, albardas o alpargatas", añade la información del museo.
Casa íbera
La reconstrucción de una casa ibérica en la Bastida de les Alcusses permite revivir el ambiente doméstico de una familia campesina de hace 2.300 años.
La vivienda, de 125 metros, reproduce la casa 1, excavada en 1928, compuesta por un núcleo central (vestíbulo, sala principal, área de molienda y cocina), un patio y un almacén.
A partir del estudio de los restos hallados en la excavación, se usaron los mismos materiales y técnicas constructivas que emplearon los iberos, todos ellos procedentes del terreno: la tierra, la piedra y la madera.
Las casas tenían "un zócalo de piedra sobre el que se levantaban las paredes de adobes que, a su vez, se revestían de tierra, se enlucían con cal y, a veces, se decoraban con tonos rojizos, azulados o negros".
El suelo era de tierra apisonada y sólo excepcionalmente de guijarros o lajas.
Los techos "eran planos y consistían en un denso entramado de vigas y rollizos, y una cubierta vegetal que sostenía una gruesa capa de tierra". Este tipo de construcción, en el que el material predominante es la tierra y la madera, requería un mantenimiento constante.
El asentamiento tuvo una vida muy corta, pues sólo estuvo habitado el curso de unas tres o cuatro generaciones.
Los motivos de su destrucción siguen siendo un misterio 2.300 años después, pero algunas investigaciones apuntan a que los habitantes tuvieron que abandonar rápidamente el lugar por los conflictos con otros íberos de la zona por el control y el dominio de los recursos y el comercio.