Si algo ha tenido de impactante esta pandemia, es que nos ha atizado con todas sus fuerzas a quienes nos creímos casi invencibles, ese mundo supuestamente civilizado donde los peores dramas pasaban siempre muy lejos.
Ni las peores catástrofes naturales, ni las guerras más sangrientas ni las hambrunas más terribles parecían tocar más que de puntillas el que parecía todopoderoso Occidente. Y, por supuesto, nadie se planteaba que una epidemia osara tocarnos con su vara de destrucción y muerte. Eso solo pasaba en "esos otros lugares".
No tenemos más que hacer memoria. Una epidemia tan terrible como el Ébola, que causo miles de muertos en África, solo nos importó cuando llegó hasta España, con una sola persona infectada, traída con todos los medios desde allí, y un solo contagio aquí.
Hasta se vertieron más ríos de tinta por el sacrificio de su perro que por los miles de víctimas mortales en el continente africano. Y no es que yo no quiera a los animales, pero creo que la comparación no es posible.
También recuerdo, desde pequeñita, las imágenes del hambre en el mundo, esos niños con vientres hinchados y ojos implorantes que acabaron por no importarnos.
¿Cómo es posible que, con lo que supuestamente ha avanzado el mundo, sigan repitiéndose esas escenas? Todavía me acuerdo de aquella frase de las monjas del colegio cuando no te terminabas el plato de comida: "tú te lo dejas, y los negritos de África se mueren de hambre". Aunque nunca entendí en qué les podía ayudar a ellos que yo rebañara mi plato hasta sacarle brillo, él mensaje era el mismo.
El contraste entre nuestro confort egoísta y sus necesidades extremas. Ahora, una de las mayores preocupaciones es qué pasara cuando la pandemia les llegue –que ojala no ocurra-.
Imaginemos por un momento cómo podrían gestionar esto en un mundo donde les falta lo más básico, si en sitios donde nos sobra lo más superfluo no hemos dado abasto.
Imaginemos cómo atacará esos cuerpos faltos de defensas si aquí ha matado a tanta gente en perfecto estado de salud. Si algo nos debería haber enseñado esta situación, es que nadie está a salvo y que la solidaridad debe pasar de ser algo olvidado a ser un valor en alza.
A ver si de una vez aprendemos a dejar de mirarnos el ombligo y a hacer algo por todos esos millones de personas que continúan pasando hambre. Porque el hambre es mucho más que el juego que da título a una película.