Cuando llegan días como este, el día contra la eliminación de la violencia de género, siempre pienso lo mismo. Ojalá este año sea el último que tenga que escribir sobre esto. Pero mi deseo nunca se hace realidad, por desgracia. Y cada año me toca escribir de nuevo sobre el mismo tema, a pesar de que llevo haciéndolo mucho tiempo, sea 25 de noviembre o no.

Pero no queda otra. Este año son más de medio centenar las mujeres que, aunque hubieran querido leerme, no han podido hacerlo. Y no han podido hacerlo porque están muertas. Asesinadas por aquel que se supone que era quien más debería quererlas, en nombre de un amor que no es tal.

Quine ama, no mata, rezaba el título de una telenovela de hace bastante tiempo. Y es una verdad como la copa de un pino. Esas más de cincuenta mujeres asesinadas y los cientos que cada día acuden a los juzgados son una realidad incontestable ante la que deberíamos rebelarnos cada día como personas y como sociedad. Si a ellas unimos las miles que ni siquiera tienen fuerza para denunciar, el panorama es desolador.

Por eso, por ellas y por todas las personas que las quieren o las querían, me resulta tan difícil de comprender ese empeño en negar la evidencia que se ha instalado en una parte de nuestra sociedad y de nuestra clase política. No entiendo como no solo carecen de la más mínima empatía, sino que además se esfuerzan en vilipendiar a las que denuncian y a quienes cada día luchan contra la violencia de género.

Pero lo que más me preocupa es que esté pensamiento está calando en buena parte de nuestra juventud, una juventud en la que esperábamos que el machismo hubiera desaparecido porque han nacido en una sociedad igualitaria. Pero mi gozo en un pozo.

Lejos de eso, veo cada día cómo las víctimas y los autores son más jóvenes y cómo ni siquiera son capaces de reconocerse como tales. Y veo también a diario como los discursos negacionistas son repetidos hasta la saciedad en redes y foros públicos por personas que no superan los veinticinco años.

Muchas veces me pregunto en qué hemos fallado. No sé cuándo bajamos la guardia, cuándo se rompió ese consenso que nos unía contra la violencia de género y dejamos que el machismo se colara por una grieta. Y, una vez abierta esa grieta, se ha hecho grande. Tan grande, que se ha acabado dando la vuelta a la tortilla y lo que antaño era innegociable se ha convertido en un asunto más en el toma y daca de pactos políticos.

Y no solo uno, sino en el central, en el más controvertido, en el que se han acabado haciendo más concesiones. Una verdadera pena.

Cabecera de la manifestación por el 25N celebrada en Valencia. EFE / BIEL ALIÑO

Anhelo el momento en que el 25 N se convierta únicamente en una fecha de homenaje a las víctimas, en lugar de abocarnos a una fecha de reivindicación. Y, puesta a soñar, anhelo el momento en que no haya víctimas a las que homenajear y las que haya, lo sean de un momento muy lejano. Pero me temo que esto seguirá siendo solo un sueño por mucho tiempo más.

A veces tengo la impresión de que el tema ya no importa. La gente ya no habla de ello en las calles y la prensa apenas se hace eco si las circunstancias no son especialmente llamativas o morbosas. Como si no fuera suficientemente importante el hecho de que una mujer fuera asesinada por su pareja.

Estoy segura de que, si en un solo año se hubieran asesinado a más de cincuenta personas pertenecientes a un mismo colectivo, la alarma sería tremenda. Pero parece que, entre todos los tipos de igualdad, la igualdad de género es de segunda fila, a pesar de que las mujeres somos más del cincuenta por ciento de nuestra población.

No podemos resignarnos. No podemos quedarnos de brazos cruzados pensando que es algo inevitable, una especie de peaje que hemos de pagar en nuestra sociedad. No podemos callarnos cuando alguien hace un chiste machista, o minimiza las consecuencias de la violencia de género, o niega abiertamente su existencia.

El silencio es el mejor cómplice para la violencia machista, y no podemos permitírnoslo. Porque no es que mañana será tarde, es que hoy ya lo es para las más de 1.000 mujeres asesinadas por violencia de género desde el año 2003. Ojalá mis deseos alguna vez se cumplan.