El 3 de diciembre fue el Día Internacional de las Personas con Discapacidad y, como suele ser habitual, las redes sociales se inundaron de imágenes, mensajes y comentarios de apoyo para aquellos que tienen diversidad funcional.

Todos denunciaron la exclusión y mostraron gran empatía hacia el colectivo: políticos, empresas, celebridades, el vecino que se gira con descaro cada vez que pasa un usuario de bastón blanco o en silla de ruedas, e incluso aquel compañero de clase que le cierra las puertas del ascensor en las narices al que no puede subir por las escaleras.

Hoy, cinco días después, constatamos que todo sigue igual. No sirve de nada mostrar apoyo o conciencia de manera superficial, ni tampoco dar únicamente visibilidad como estrategia propagandística cuando lo señale el calendario. Debe haber un compromiso real que no termine en la motivación por la imagen personal, tan típica y propia en los tiempos que corren y cargada de actitud artificial.

Es justo lo que señala Vernā Myer, especialista estadounidense en el tema: "La diversidad es que te inviten a la fiesta, la inclusión consiste en que te saquen a bailar". Se han creado muchos eventos con la imagen de personas con discapacidad, ¿pero realmente se les da la oportunidad o siquiera se les pone facilidades para poder participar?

Por si les queda alguna duda ya les contesto yo que no, al menos no con frecuencia. En cambio, estos ciudadanos se encuentran en su vida cotidiana con falsos carteles de bienvenida y grandes barreras físicas, sociales, económicas o culturales.

El baño habilitado del restaurante al que acuden con sus familiares, parejas o amigos normalmente se utiliza de almacén, el aparcamiento que se les reserva para facilitar su acceso y movilidad lo suelen ocupar inaprensivos con prisas, el ascensor que les permite acudir a estudiar o trabajar puede ir acompañado durante meses de un cartel que indique "fuera de servicio, perdonen las molestias" y así un largo etcétera de impedimentos diarios que dificultan la vida a estas personas.

Otro muro con el que se topan dichos individuos es el de la exclusión laboral, puesto que no solo se trata de un derecho, sino que también se convierte en el único medio con el que pueden derrocar los estigmas, demostrar sus capacidades y ser independientes.

Me llama poderosamente la atención que en la actualidad todavía se silencien y desperdicien talentos por no saber observar al entrevistado más allá de la condición o el diagnóstico. Lo que necesitan estas personas para poder evidenciar sus competencias y destrezas son más puertas abiertas y menos palabrería que perpetúe la misma injusticia sistémica de siempre.

La sociedad discrimina, pero la discapacidad no. Esta puede afectar a cualquiera, y no siempre es de nacimiento. La puede traer un accidente fugaz, una enfermedad inesperada o el simple proceso de envejecimiento natural. Nadie está exento de encontrarse con ella en cualquier momento, da igual la raza, el género, la edad, la cultura o el estatus social. Es por este motivo que es esencial la inclusión e igualdad de oportunidades para los que viven en un mundo que resulta un desafío constante.

Es una fecha necesaria. Afortunadamente, no se puede generalizar. La efeméride ayuda en gran parte a la concienciación social para que se comprenda que este asunto nos atañe a todos. Pero dejemos el carácter hipócrita en casa y seamos mejores cada día. Atentamente, una joven con discapacidad.