En estos días hemos tenido conocimiento de que, por una vez en la vida y sin que sirva de precedente, el gobierno y la oposición se han puesto de acuerdo en algo. Y en algo que, por obvio, deberían haberse puesto de acuerdo mucho antes, pero ya se sabe que aquí lo de ponerse de acuerdo es tan raro como encontrar un perro con un par de cuernos verdes nadando en el río.
Y ojo, que no hablo de cualquier cosa, sino de nada más y nada menos que reformar la Constitución. Sin que se rompa España, nos caigan las siete plagas, ni sea la Apocalipsis. Porque todas las leyes, hasta la mismísima Constitución, son susceptibles de ser reformadas, siempre que sea para mejorarlas.
De hecho, la propia norma contiene esa previsión, aunque no siempre se hable de ello. Pero lo realmente raro no es que se modifique la norma, sino que esa modificación no hubiera tenido lugar mucho antes. Porque era de Justicia.
Se trata, como ya habrá intuido alguien, del precepto que se refería a las personas con discapacidad como "disminuidos", término a todas luces incorrecto además de ofensivo, como lo es también "minusválido".
Porque ¿quién es nadie para decidir sobre la validez de una persona? ¿cuál es el parámetro sobre el que se supone que hay una disminución? Y, si se trata de menos -minus del latín-, ¿cuál es el término de la comparación? ¿Quiénes son válidos y quienes lo son menos? ¿Acaso por no poder ver, o andar, o tener algún tipo de discapacidad se puede pensar que alguien vale menos? Evidentemente, no.
Y más todavía si se emplea la palabra "inválido", ese otro término que, aún descartado de nuestro vocabulario, todavía se sigue usando en algunos ámbitos.
Así que hemos de congratularnos porque, por fin, nuestros políticos se ponen de acuerdo para remedar una injusticia histórica, aunque sea tarde. Que ya dice el refrán que más vale tarde que nunca.
Es verdad que el término personas con discapacidad tampoco es unánime. Hay quien prefiere hablar de diversidad funcional aunque a mí, personalmente, me parece una expresión mucho más fría y artificial. Y, al fin y al cabo, siempre me puedo quedar con la interpretación que me proponía alguien que trabaja a diario con personas de estos colectivos.
Me dijo que preferían que les consideraran personas con discapacidad porque eso implica que son personas con capacidades diferentes. Y me pareció una interpretación que, además de bonita, no puede ser más adecuada a la realidad. Porque no hay que ser iguales, sino tener los mismos derechos y oportunidades.
Y para tenerlos, hay que empezar por el lenguaje, que tal vez sea inocente, pero no lo son las personas que lo utilizan.
Como he dicho antes, hemos de congratularnos, pero eso no significa que haya que aplaudir hasta dejarse las manos ni ponerse a echar cohetes. Porque lo que no tenía sentido es que hayamos necesitado la friolera de cuarenta y cinco años para algo tan evidente como necesario. Y muchas personas durante todo este tiempo se ha sentido discriminadas cuando no deberían haberlo sido nunca.
De modo que bien está lo que bien acaba, pero mejor hubiera estado hacerlo bien desde el principio. O remediar la injusticia mucho antes. Ahora solo espero que no necesitemos otros cuarenta y cinco años para remediar esa otra discriminación palmaria que sigue existiendo en nuestra norma fundamental.
Y que no es otra que la que sufrimos las mujeres a la hora de suceder en la jefatura del Estado, ya que para acceder a la Corona sigue siendo preferido el varón sobre la mujer, y eso no se debería consentir en nuestra sociedad actual. Por más que la vía de hecho lo haya solucionado al no tener nuestro monarca más que hijas. Porque eso no
es una solución sino un remiendo, y los remiendos, por más bien hechos que parezcan, siempre acaban rompiéndose.
Por todo eso, aprovecho estas páginas para animar a quienes nos representan para que, ahora que ya lo han probado y han visto que no pasa nada por reformar la Constitución, terminen el trabajo. Y así, aunque no nos la dejen niquelada, le puedan dar una buena capa de chapa y pintura allá donde los derechos fundamentales lo piden a gritos. Antes de que la realidad nos dé un susto. Que nunca se sabe.