Hace apenas unos días jugaban en el Santiago Bernabéu las selecciones masculinas de fútbol de España y Brasil un partido contra el racismo.
Se supone que debería haber sido algo así como un partido de la paz, una especie de borrón y cuenta nueva tras los bochornosos hechos sucedidos en determinados estadios de nuestro país que han afectado a algunos futbolistas de piel negra, en especial a uno cuyo nombre no es necesario que recuerde, por ser bien sabido.
La cuestión es que, sea por el partido o sea por casualidad, este fin de semana se ha producido el efecto contrario al pretendido. Se han multiplicado las muestras de racismo en campos de fútbol y dos encuentros se han visto ensuciados, e incluso uno de ellos suspendido, por insultos racistas hacia jugadores o entrenador.
Así, en uno, el partido acababa con el abandono del equipo al que pertenecía el jugador ofendido, de piel negra; y el otro sufrió graves incidentes motivados por los gritos de "gitano" dirigidos al entrenador con propósito de humillarle, o los gestos simiescos y onomatopeyas encaminados a causar el mismo efecto de humillación en otro de los jugadores.
Por si no fuera suficiente, el que fue un conocido portero uruguayo no quiso perderse el festival de la discriminación y entró con la más fuerte apuesta. Comentando acerca del jugador más frecuentemente insultado al que antes aludía, dijo: "que no sea maricón, el fútbol es para hombres".
Y se quedó más a gusto que un arbusto. Una ración de homofobia y otra de machismo a la ensalada de racismo y xenofobia que ya teníamos. Como si no tuviéramos bastante.
Lo malo es que me temo que ese pensamiento no es tan poco frecuente como nos gustaría creer. Porque no es la primera vez que leo o escucho opiniones que desplazan la culpa atribuyendo al jugador un claro ánimo provocador, como si eso justificara algo.
Y ahí está el quid de la cuestión. Hay que dejar claro, una y mil veces si es preciso, que nada en el mundo justifica que se insulte a alguien por el color de su piel, por su lugar de procedencia, por tener sangre gitana o por cualquier otra circunstancia que implique discriminación. Nada.
Es muy triste que el deporte, que debería ser un ámbito donde se fomentaran valores de deportividad y compañerismo, se convierta en un vomitorio donde la gente da rienda suelta a sus peores instintos. Y, menos aún, pensando que en esos estadios donde se oyen semejantes barbaridades hay niños, niñas y adolescentes que absorben como esponjas cualquier cosa que vean.
Y no se trata tampoco de entrar en la polémica de si España es un país racista o si en particular lo es la afición al fútbol. Porque lo importante es que se han cometido actos racistas, independientemente de si son racistas sus autores o los demás espectadores.
Lo verdaderamente preocupante es que alguien dé por buena la excusa del fútbol para increpar a una persona por el color de su piel, a sabiendas que es del modo en que va a humillarlo. Ese es el verdadero problema.
Lo que está claro es que esto es algo que afecta a todo el mundo. Es algo que empaña nuestro deporte y perjudica a la imagen que damos como sociedad. Y lo peor, es el peor ejemplo que se puede dar a la juventud.
Por eso, la próxima vez que alguien oiga un insulto racista, xenófobo, homófobo, machista o discriminatorio de cualquier modo en un campo de fútbol, no puede quedarse callado.
No podemos mirar hacia otro lado. Debemos demostrar al mundo que quienes estamos en contra del racismo somos mayoría, y no estamos dispuestos a consentir que estos hechos sigan sucediendo. Rechacemos estas acciones de un modo inequívoco y apoyemos del mismo modo a quienes las sufren.
Por respeto a las víctimas y por respeto a toda la sociedad. Nos jugamos un futuro en igualdad. Ni más ni menos.