De nuevo me apropio de un título de película para dar nombre a mi artículo, pero no he podido evitarlo. Como tampoco he podido evitar sustraerme por un día de los temas de más actualidad y compartir lo que a mí me parece un notición: que mi madre, hoy mismo, 10 de mayo, cumple 100 años. Nada más y nada menos. Y algo así merece ser contado y compartido.

Mi madre pertenece a esa generación de mujeres que lo dieron todo a cambio de nada, que sufrieron una guerra y una posguerra, y varias crisis, y hasta una pandemia, y sobrevivieron a todo.

Nació en una monarquía, creció en una república, se desarrolló en una dictadura y continuó su vida en una democracia, con otro monarca en el trono. Historia viva de nuestro país que, además, está en condiciones de poder contar todo lo vivido.

Todo, o lo que ella quiera contar, que fueron demasiados años viviendo bajo un manto de silencio como para cambiar. Además, como ella dice, es poco habladora. Y ni falta que le hace, que con una frase y una mirada dice más que muchos políticos en discursos de varias horas.



Es de las personas más inteligentes que conozco, a pesar de que las circunstancias que le tocó vivir -a ella y a tantas mujeres como ella- le cercenaron cualquier otra posibilidad profesional que no fuera el ámbito doméstico y, como mucho, alguna profesión de esas que sí se consideraban femeninas.



La moda fue la suya, y me atrevería a decir que sigue siéndolo porque estoy segura que, si se pudiera, aún sería capaz de coser cualquier maravilla como aquellas a las que nos tenía acostumbradas. Pero, si hubiera nacido en otra época, estoy segura de que hubiera sido una gran médica, o una investigadora brillante. Tenía cerebro para eso y mucho más.



Y, aunque sé seguro que todo el mundo me lo va a discutir, es la mejor madre del mundo. Y me lo discutirán no porque duden de mi palabra, sino porque casi todas las personas opinan que la mejor madre del mundo es la suya. Hasta mis hijas lo piensan de mí, aunque yo -como tantas y tantas mujeres de mi generación- sienta muchas veces que no llego ni a la mitad de cosas que debería llegar.



No puedo estar más orgullosa de ella, y más feliz de tener el privilegio de seguir disfrutándola. Soy consciente de ello cada día y cada hora, cada rato que paso con ella y cada recuerdo que atesoro. Por eso no podía dejar de contarlo, porque las cosas buenas han de contarse, del mismo modo que nos quejamos cuando sucede algo malo.



Aprovecho esta celebración, y esta ventanita al mundo, para reivindicar a todas aquellas madres de ese tiempo, mujeres que lucharon para que sus hijas pudieran hacer todo aquello que a ellas no les permitieron. Y lo consiguieron, sin duda alguna. Por eso, el mérito de todo lo que hacemos también les pertenece. Soy consciente de que nunca hubiera llegado hasta aquí sin una madre como la mía.



Felices cien años mamá. Que sigamos pudiendo compartir ratos y tejiendo recuerdos. Solo aspiro a que algún día mis hijas puedan estar al menos la mitad de orgullosas y felices con la madre que les ha tocado en suerte. Con eso, que no es poco, me conformaría.



¿Verdad que merecía la pena compartirlo?