Imagínense la cara que se le quedó a mi padre, médico murciano jubilado conservador, el día que su hija, es decir, yo misma, nacida en Murcia y criada en Orihuela, le conté que me había afiliado a un partido que se llamaba Bloc Nacionalista Valencià. El hombre me miró ojiplático, sin entender nada, y me preguntó: ¿pero tú eres feliz Papi? Y yo le dije: Claro que sí, papá. "Pues eso es lo que importa".

La verdad es que en estos tiempos de polarización política extrema, hablar con mi padre me reconcilia con la especie humana y con la subespecie política. No estamos de acuerdo en casi nada y no hemos discutido casi nunca en la vida. Otro día les hablaré más del gran hombre que es mi padre. Hoy quiero hablarles del otro dato curioso de la historia, el "qué hace una chica como tú en un partido como este". Pues mi padre no es el único que me lo ha preguntado alguna vez.

Si la pregunta es pertinente, la respuesta lo es más. He crecido en una familia donde se le ha dado siempre importancia a la fuerza de la comunidad, al apoyo mutuo, a hacerlo todo entre todas. Mis valores en este sentido se vieron reforzados por mi paso por los scouts durante mi infancia, adolescencia y juventud.

El escultismo y el cristianismo de base han marcado profundamente quien soy y mi manera de ver el mundo: la estima por la naturaleza y su conservación, la importancia de cuidar y ser cuidado, el amor como fuerza motora de todo aquello que nos mueve, la cultura y el legado de los que nos precedieron como la raíz que nos mantiene firmes en las tempestades. Y también la convicción de que mucha gente trabajando junta, desde abajo, puede conseguir grandes cosas.

Estos valores, que siempre me han acompañado, son los que acabaron vinculándome en un proyecto como Compromís, en el valencianismo vi reflejada mi estima por lo propio y lo cercano, lo que nos hace echar raíz en este mundo cada vez más globalizado e impersonal; en la izquierda vi mi amor por mis semejantes, el cuidar y ser cuidado que aprendí de la familia y los scouts; y en el ecologismo, vi colmada mi pasión por nuestro territorio, nuestro campo, nuestro mar, nuestras montañas.

En Compromís València lanzamos la semana pasada una campaña: quenotetiren.com, una web interactiva para poder denunciar apartamentos turísticos y obras presuntamente ilegales y poner el foco en la problemática de la vivienda y la turistificación. El sábado hicimos el primer acto, en él compartimos espacio con personas de las asociaciones de vecinos y activistas de la vivienda. Pero también con personas que han echado de su casa, de su barrio, de su ciudad.

Entre cifras de precios prohibitivos, recuentos de Airbnb y muestras de impotencia, allí se habló también de otra cosa. Se habló de quiénes somos, como individuos, como sociedad. Se habló de los valores que me han hecho ser quien soy y estar en política: de nuestro barrio como las raíces de nuestra infancia, y lo que implica emocionalmente que te veas obligado a marcharte contra tu voluntad.

De comercios con 50 o 60 años de historia que se ven obligados a cerrar porque los echan para hacer apartamentos en bajos. De cómo cambia “el paisaje” de un barrio vivo, habitado por vecinos y con comercio local a un almacén de turistas sin vida, recorrido día a día por maletas con ruedines. Se habló de cómo mucha gente, en cada barrio, se resiste a resignarse contra la situación y se organiza para presionar en la calle. En aquel acto me volví a sentir conectada a mis valores: las raíces, el amor por el paisaje que me rodea, el cuidar de los míos, la comunidad como refugio y motor.

“Cuando era niño, los mayores me explicaban como había cambiado el barrio, de esta calle para arriba hace 50 años todo era huerta. ¿Quién le contará a los valencianos del futuro la historia de mi barrio cuando ya no queden vecinos?”, se preguntaba José. “Yo no tengo turismofobia, tengo vecinofilia”, decía María.

Salí del acto con un pensamiento, haga lo que haga, los valores que me acompañan son siempre los mismos. Son mis valores los que me hicieron militar en Compromís y considerarme valencianista a pesar de ser murciana. Los que me hacen implicarme en causas que creo justas, aunque yo no las sufra directamente.

Son mis valores los que hacen que pueda entenderme siempre con mi padre a pesar de nuestras diferencias ideológicas… Son mis valores los que me hicieron darme cuenta, en ese mismo instante, mientras le quitaba el candado a mi bici, para volverme a mi barrio con mi gente: yo no nací aquí, pero elegí vivir en Benimaclet. Benimaclet es mi barrio, y el barrio es parte de lo que soy. Soy de barrio.

Porque el problema de la vivienda no va solo de precios, de apartamentos o de locales. Va de nuestras raíces, de lo que somos y de cómo nos entendemos, va de la comunidad a la que pertenecemos, va de cuidarnos y que nos cuiden. Como diría mi padre, un médico murciano, jubilado y conservador: “Va de ser felices y eso es lo que importa, Papi”. Y en esto, estoy segura, también estaríamos de acuerdo.