Una vez más pretendía jugar con el título de alguna película o serie para titular mi artículo. Con el nombre de la protagonista, probé con parafrasear el de "Ana de las tejas verdes", o tal vez "Ana y los 7", pero no me convencía. Así que he acabado quedándome con la rima fácil con la protagonista de la novela de Tolstoi, y llamar a nuestra protagonista por el adjetivo que más le encaja, el de heroína.

Me refiero, cómo no, a Ana Peleteiro, convertida ya en un verdadero referente del deporte español por sus logros en el atletismo. Pero no es solo eso. Le quiero dedicar estas líneas porque es más, mucho más. Porque, por si fuera poco con su flamante medalla de oro en el campeonato de Europa en triple salto, nos ha demostrado, una vez más, que es una campeonísima como persona. Y eso es casi tan difícil como ganar el europeo.

Ana Peleteiro ha sido una de las deportistas que, en los últimos tiempos, ha sido insultada por el color de su piel. Por más increíble que resulte, en pleno siglo XXI, hay gente en nuestro país capaz de insultar por ese motivo, en pro de una pretendida españolidad, sin importarle que, como dijo la propia atleta, si alguien ha representado con orgullo a España, ha sido ella.

Y Ana ha dado verdaderas lecciones con sus respuestas. Lejos de venirse abajo, de sentirse menospreciada o de responder con otro insulto, la deportista ha sacado pecho al escuchar nuestro himno y al ondear la bandera de España. Como debe de ser. Y ha dicho que se siente más española que nadie, porque lo es.



Y, además ha comentado, con toda sensatez, la tontería que supone apelar a una "pureza" en un país "donde estuvieron los árabes ochocientos o novecientos años", para acabar añadiendo, con toda la razón, que el mestizaje es un regalo.



Por si todo esto no fuera suficiente, Ana Peleteiro, además, es madre, y compagina la maternidad con el deporte de élite de una manera ejemplar. Y es que, si alguien puede contribuir a que la corresponsabilidad -prefiero mil veces este término al de "conciliación"- sea una realidad, es ella.



La maternidad no es un obstáculo, sino un acicate. De hecho, declaró que fue ver a su hija una de las cosas que le impulsó a volar, más que saltar, y a hacernos volar a toda España con ella. Le fastidie a quien le fastidie.



Como decía, ella no ha sido la única deportista increpada por el color de su piel. De hecho, se acaba de conocer una sentencia que condena a quienes increparon a un conocido futbolista en un estadio de fútbol, un asunto en el que he tenido el orgullo de intervenir como fiscal, y que espero que sirva de aviso a navegantes. Nuestra sociedad repudia el racismo y nuestro Código Penal castiga los actos de esta índole. Como debe de ser.



No obstante, también me gustaría hacer una llamada a la reflexión. Me quito el sombrero ante Ana Peleteiro, la heroína, la que se enfrenta a racistas, machistas y a quien se presente. Pero no todo el mundo es ella ni está en su situación. Y, si se atreven a ir contra ella, qué no será con tantas personas anónimas que siguen sufriendo en silencio los embates del racismo y la discriminación.



No podemos permitirlo. De ninguna de las maneras. Que Ana la heroína nos sirva de inspiración para combatir el racismo, en los estadios y fuera de ellos. Porque ante estos actos no caben medias tintas, ni equidistancia, ni mucho menos se puede mirar hacia otro lado. Porque, cuando de igualdad se trata, todo lo que no sea avanzar es retroceder.