Goles son amores. Así se llamaba un programa de televisión que, si mal no recuerdo, presentaba Manolo Escobar a principios de los noventa y pretendía hablar de fútbol de otra manera. Se llamaba así, parafraseando el dicho de "obra son amores, y no buenas razones", aunque en realidad, también podría haberse llamado "pan y circo", yendo aun más lejos en las frases hechas. Y hubiera servido lo mismo.
Pero no es que yo haya tenido un arrebato de nostalgia. La verdad es que más allá del título y del nombre del presentador, no recuerdo nada del programilla de marras, que tampoco me interesaba lo más mínimo. Pero, viendo en estos días el interés suscitado por la Eurocopa, como si no existiera otra cosa en el mundo, me vino ese recuerdo a la mente. Mi cabeza, que es muy caprichosa. O no.
Lo bien cierto es que, si un extraterrestre aterrizara en nuestro planeta y viera en estos días la televisión o escuchara la radio, creería que vivimos en los mundos de Yupi -o como quiera que llamen los extraterrestres a un mundo de fantasía- donde, en vez de unicornios, hay hombres jóvenes en pantalón corto dando patadas a un balón. Y donde, además, todo el mundo les aplaude por conseguir el dichoso balón, con lo fácil que sería darle una pelota a cada uno de ellos en vez de tanto correr y dar patadas. Pero eso sería pensar con la cabeza y no podemos pedir peras al olmo.
Sin embargo, el mundo real sigue ahí fuera. Las guerras siguen matando niñas y niños cada día, el Mediterráneo sigue siendo la tumba de muchas personas que veían en él una tabla de salvación, y hay muchos países en el mundo donde los derechos humanos brillan por su ausencia. Pero todo eso se exorciza al grito de "gol". Un grito que anestesia hasta el punto de que la gente es capaz de abrazar a quien el día anterior estaba machacando.
Soy consciente de que no podemos ir en contra de todo, pero, ya que la locura balompédica lo inunda todo, podríamos aprovechar para que sirviera de algo, además de usarlo a modo de venda en los ojos. Podríamos, por ejemplo, seguir el modelo de la selección danesa, cuyos jugadores han renunciado a una subida de sueldo porque eso rompería la igualdad con la selección femenina, una conquista que ya habían logrado hace tiempo. Pero eso no parece interesar.
Como no interesa, tampoco, recordar que no hace nada, en estadios de fútbol y en canchas de otros deportes, el racismo campaba por sus fueros, con actitudes que son de todo menos deportivas. Hoy no importa el color de la piel de quien meta ese gol que lleve a la selección de que se trate a la gloria, bandera en ristre.
Cantaremos que "soy español, español, español" -o del país que se sea, en cada caso- como si no hubiera un mañana. Porque, en realidad, mientras haya fútbol es como si no hubiera una mañana, ni un ayer, ni ninguna otra cosa del mundo.
El fútbol será, de nuevo, una oportunidad perdida para usar su tirón para algo mejor que anestesiar el cerebro y olvidar las preocupaciones. Esta Eurocopa tampoco servirá para exaltar los valores que deberían presidir el deporte y que tanto se echan en falta. Así que tendremos que esperar una nueva ocasión. Pero no perdamos la esperanza. Los Juegos Olímpicos están a la vuelta de la esquina. Y es que a mí, a optimista, no me gana nadie.