Aún hoy, justo ocho años después, hay quien utiliza el vídeo de Pedro Sánchez limpiándose la mano tras saludar a una familia nigeriana para llamarle racista. La grabación no le dejaba en buen lugar, y el PP lo aprovechó para atacarle de forma injusta.

La entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, lo calificó de "horror"; Nuevas Generaciones lo tituló en Twitter como "Pedro Sánchez, el limpio"; y el alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, recurrió al clásico "una imagen vale más que mil palabras".

Se pronunció incluso quien entonces era la portavoz del PP en la Asamblea de Madrid, una joven Isabel Díaz Ayuso que ya apuntaba maneras. Tuiteó el vídeo con la frase "parece que a Pedro Sánchez le da asquito tocar a la gente...".

Fueron ventajistas. Tergiversaron la realidad para atacar a un adversario socialista. Y lo mismo ocurrió este jueves, pero al contrario, con la desafortunada enumeración de María José Catalá.

Ante la enésima pregunta a la alcaldesa de Valencia sobre por qué su Ayuntamiento no iba a colocar la bandera LGTBI con motivo de la celebración del Orgullo, explicó que, desde noviembre, cuando se instalaron unas pantallas en la plaza para las conmemoraciones, tampoco se cuelgan enseñas "ni el día del ELA, ni el día del alzhéimer, ni el día del cáncer...".

Poco tardaron en aparecer los aspavientos. Es evidente que enumeraba efemérides, no enfermedades. Pudo haber mencionado el Día del Árbol o el X aniversario de la proclamación de Felipe VI, que fue justo lo último en aparecer en las pantallas.

Pero solo mentó tres dolencias, y la consigna fue clara: Catalá ha equiparado la condición LGTBI a una patología. La alcaldesa es homófoba. Íñigo Errejón, portavoz de Sumar, pronunció las palabras más duras contra Catalá, a quien llegó a pedir su dimisión.

"La alcaldesa de Valencia dice que no pone la bandera del Orgullo en el balcón del ayuntamiento porque no pone la de otras enfermedades. Ahí lo que tiene es un lapsus y lo que dice es que, en su opinión, ser LGTBI es una enfermedad", aseveró. "La enfermedad es ser homófobo, es odiar a los que quieren diferente y a los que tienen otra identidad sexual", agregó Errejón.

La exministra y portavoz del PSOE en la ciudad de Madrid, Reyes Maroto, se sumó a los ataques. "Lo de la alcaldesa de Valencia no sé si es ignorancia, mala fe o ambas. Vuelve la patologización y el estigma. Siempre acaba saliendo la verdadera cara del PP, sea en Madrid, en Valencia…", dijo.

La reflexión es tan retorcida que se responde sola. Para tildar de xenófobo u homófobo a un político hace falta algo más que la lectura interesada de su "inconsciente" -al que apeló Marlaska para atacar a Catalá-. Es evidente que lo ocurrido, en ninguno de los dos casos, era suficiente para calificar ni a Sánchez ni a Catalá con adjetivos tan gruesos.

Reacción calcada

La reacción de ambos ante los injustos ataques sufridos es asombrosamente parecida. "No todo vale en política. Me entristece la manipulación y el juego sucio que algunos practican", dijo Sánchez. "No tolero la manipulación", expresó Catalá.

Además, sus trayectorias tampoco avalan la catalogación que recibieron. Hoy, ocho años después de aquel mes de junio de 2016, quien peor queda al recordar lo ocurrido es quien sobreactuó contra el hoy presidente del Gobierno. Y lo mismo pasará en unos años cuando recordemos el episodio de la alcaldesa de Valencia.

El rédito político será nulo, pero estos ataques cortoplacistas en busca de un minuto de gloria sí tienen un efecto palpable: la polarización. Me ha producido tristeza recordar lo que manifestó a EL ESPAÑOL Philo, la madre de la familia nigeriana que saludó a Pedro Sánchez antes de que se limpiara la mano.

"Tenía buena intención, queríamos darle la mano. Luego me vi en la tele y no entendía nada. Hizo así [repite el gesto de Sánchez sacudiéndose las manos] y yo no sé por qué. Todo el mundo hablando de mí y de mis niños porque él se limpió las manos. Eso no estuvo bien", dijo.

Lo de "luego me vi en la tele" y el "todo el mundo hablando de mí" lo dicen todo. Fue el contexto el que llevó a Philo a ofenderse. De la misma manera, la indignación hacia Catalá, en mi opinión, responde más a la lectura interesada de sus contrincantes que a sus propias palabras.

Concluiré con dos reflexiones positivas. En primer lugar, celebro que, precisamente Pedro Sánchez, no haya bajado al fango para atacar a Catalá. Tampoco lo han hecho, al menos por el momento, la vicepresidenta Yolanda Díaz y el habitual de todos los charcos, el ministro Óscar Puente. Quiero pensar que lo han considerado un asunto menor, solo digno de subalternos. Espero que no se estén reservando para reavivar la polémica en los próximos días.

Por último, considero que para la alcaldesa de Valencia se abre una oportunidad. Se encuentra en el foco, atacada con virulencia, y debe hacer suya la fuerza del oponente para mostrar una realidad bien distinta a la que dibujan sobre ella.

Ya ha mostrado la actitud acertada para preparar el próximo Orgullo, que aspira a organizar junto a los colectivos LGTBI. En el presente 2024 se apartaron, y también se desmarcaron de la organización de los Gay Games que la ciudad acogerá en 2026.

"No sería, desde mi punto de vista, sano, que solo los gobiernos de izquierdas pudieran celebrar el Orgullo", manifestó Catalá unos días antes de la polémica. "Será un camino que andaremos con tranquilidad con los colectivos. Lo haremos, se lo demostremos. Traeremos confianza", dijo.

Solo podrá lograrlo con mucha humildad. Y no por lo ocurrido este mes. El PP ha de ser humilde y generoso por la presencia de Vox en sus Gobiernos y por su pasado. No hace ni 20 años de que el partido votó en contra del matrimonio igualitario en el Congreso de los Diputados, y aquella actitud pesa hoy mucho todavía.