Se nos aísla. Se nos dice que si triunfamos es mérito nuestro. Y de dicha afirmación se destila su contrapartida: si fracasamos es culpa nuestra. Hemos creado un mundo de triunfadores supuestamente merecedores de su éxito y perdedores culpables de su ruina.

Se legitima así la desigualdad social a través de la difusión del individualismo extremo. Aparecen los gurús, los coach, los influencers… que nos venden vidas ficticias a través de la ventana ilusoria de nuestro terminal telefónico. Vidas ideales que son mentira y que contrastan con nuestras vidas corrientes, menos coloridas, menos lujosas, más llenas de sombras y claroscuros.

Inconscientemente nos sentimos empujados a desear esas vidas inventadas e idealizadas, nos sentimos empujados a aborrecer nuestra vida de persona anónima de barrio, que lucha por sobrevivir.

Se acentúa nuestro desasosiego. Se nos obliga a vivir en la permanente incertidumbre. Se dinamitan nuestros asideros: la familia se ha desestructurado, muchos de los amigos han tenido que emigrar para buscarse la vida, es difícil encontrar personas nuevas con las que relacionarse.



Nos pesa todavía la pandemia y el confinamiento. Hemos aprendido en poco tiempo un concepto nuevo: salud mental. Y no, no porque lo dijera Errejón un día en el Congreso; sino porque la sufrimos en nuestras propias carnes, en nuestros propios pechos, en nuestras propias cabezas. Cabezas que son avisperos, vidas que son ejercicios de equilibrismo constante para no caer.



Amenazas siempre presentes, siempre latentes: virus, cambio climático, guerra, inteligencia artificial, polarización, crispación, inflación, fascismo… Ahora también en el barrio. Se lo dijo su hijo a Paco, el carnicero, cuando volvió la semana pasada después de un año trabajando en Canadá: "Papá, no reconozco el barrio, donde estaba el ultramarinos ahora hay una tienda de alquiler de bicis, donde estaba la peluquería una tienda de cupcakes y el taller de Manolo ahora son apartamentos turísticos".



Hasta los recuerdos nos están arrebatando. Paco no le dice nada, no es buen momento para explicarle que está pensando en cerrar la carnicería. El propietario quiere subirle el alquiler del local para que se vaya y venderlo a un fondo de inversión.



Seguramente el dueño del local se diga a sí mismo: "Piensa en ti y no mires atrás". Es lo que nos inculca el sistema, que el egoísmo nos llevará al bienestar colectivo. Y yo me pregunto: ¿de verdad? ¿de verdad el neoliberalismo, el capitalismo desbocado, la deslocalización de empresas, la lógica crecentista, la privatización de todo, la liberalización del mercado de la vivienda, el individualismo, la globalización y todo este sistema en el que llevamos décadas inmersos nos está llevando al bienestar colectivo? ¿Es eso lo que necesitamos? ¿Más individualismo? ¿más incertidumbre? ¿Menos asideros de vida?



Tengo una amiga que va a ser madre, va a criar a su hijo sola y el otro día me decía: "Puedo hacerlo porque tengo la suerte de tener una red importante a mi alrededor que me sostiene y me ayuda, si no fuera así sería imposible".



Se nos vende que la naturaleza del ser humano es la competencia. Pero la realidad es que las personas nacemos vulnerables y necesitadas de los demás durante toda nuestra vida, pero sobre todo al principio, cuando somos niños, y al final, cuando somos ancianos.



En estado de naturaleza, nuestra especie se hubiese extinguido hace tiempo sin la cooperación, la ayuda mutua, el cuidado de los unos hacia los otros. No, no somos competitivos por naturaleza. Somos colaborativos, somos empáticos. Somos la única especie que ha desarrollado un lenguaje complejo y simbólico. ¿Para qué se necesita un lenguaje complejo? ¿para despedazarnos los unos a los otros? ¿o para poder cooperar entre nosotros?



Mi amiga tiene la "suerte" de tener una red, pero no debería ser "una suerte". La red es lo que nos sostiene, lo que nos hace humanos. Son los lazos que nos unen los que nos hacen fuertes, los que nos dan seguridad, los que nos calman cuando tenemos miedo y nos dan fuerzas ante las incertidumbres.



Es el último reducto, el último vestigio de un mundo que un día soñamos, donde el ser humano, y no el dinero, estaba en el centro. Un mundo donde nuestro sufrimiento importaba precisamente porque el sufrimiento de los demás nos importaba. El sistema nos quiere derrotar, nos quiere aislados, pequeños y rotos y lo está consiguiendo; aun así, somos muchas las personas que nos resistimos y resistimos, ¿cómo Entretejiéndonos. Siendo parte activa de esas redes que todavía existen, que nos calman, que nos empoderan, que nos entretejen.



Papi Robles es la portavoz de Compromís en el Ayuntamiento de Valencia.