Cuando estamos a punto de acabar los Juegos Olímpicos, tenía que hablar de algo ocurrido en ellos que no es exactamente deporte. Aunque es mucho más deportivo que gran parte de las medallas y diplomas. Porque las cosas buenas también hay que contarlas.

Empezaré por decir que hay algo que me ha sorprendido favorablemente. Por el contrario de lo que venía ocurriendo en anteriores ediciones, los titulares machistas no han sido la regla general. No diré que no han existido, porque siempre hay algo, como esos textos dedicados al número de cristales que llevaba la campeona olímpica de gimnasia artística en sus maillots, pero, como he dicho, han sido más bien la excepción y no la regla general.

Apenas hemos visto esas fotografías a traición donde se veía más el trasero de las deportistas que sus marcas, ni hemos leído titulares que vincularan los logros femeninos al entrenador, el padre, el hermano o el novio de la atleta. Y eso hay que celebrarlo.

Pero, además de eso, hay dos momentos que quedarán para siempre en la memoria de estas Olimpiadas. Y no se trata de consecución de récords imposibles, ni de saltos estratosféricos. Y ambos, protagonizados por mujeres. Algo que, aunque haya quien afirme lo contrario, no es casualidad.

Me refiero, en primer término, a lo sucedido en la final por aparatos de gimnasia artística, en concreto en la de suelo, donde Simone Biles no ganó la medalla de oro. Pero, aunque pudiera parecer que esa es la noticia, no es así. La noticia surgía cuando la campeona, la brasileña Rebeca Andrade, era recibida por las medallistas de plata, la propia Simone Biles, y de bronce, Chiles, con un gesto de admiración, casi una reverencia, para luego acabar cogidas las tres de las manos.

Un gesto que las honra y que ha recorrido el mundo. Y no es para menos. De hecho, aunque el titular era que Biles perdía la medalla, debería haber sido que ganaba otra, tal vez más importante, la de la humanidad. Porque ese el verdadero espíritu del deporte, esos valores que tantas veces parecen perdidos y de los que debemos aprender.

El segundo momento surgía a partir de una desgracia, la lesión de Carolina Marín, nuestra campeona de bádminton, cuando estaba a punto de clasificarse para las semifinales. La que era su rival, y que salió beneficiada por lo ocurrido, no solo no hizo el mínimo ademán de celebración, sino que lloró con Carolina y con el mundo entero.

Y no se conformó con eso. Quiso llevar a la que fue su rival al podio, representada con el pin que sostenía en sus manos y, además, le enviaba un mensaje de palabra y en imagen, sosteniendo una bandera de España con el nombre de Carolina dándole ánimos.

La verdad es que cosas como estas emocionan, pero implican mucho más. En el mundo del deporte, donde cada vez hay más negocio y menos deporte, muestras de este tipo nos devuelven la fe. Y, como decía, han sido momentos protagonizados exclusivamente por mujeres, mujeres que se convierten en un referente para las niñas, y no solo por sus logros deportivos, sino por su calidad humana.

Hacía tiempo que no utilizaba ese concepto que en una época se usó tanto, el de la sororidad entre mujeres, esas redes invisibles que tejemos para apoyarnos las unas en las otras. Pero, por fin, ha vuelto a aparecer. Y lo ha hecho en ambos podios, pero por motivos diferentes a sus logros deportivos. Aunque mucho más relacionado con el espíritu olímpico de lo que recordábamos. Mil gracias. Ojalá cunda el ejemplo.