Hace una semana, me asomaba a estas páginas para celebrar varios actos de sororidad que habíamos vivido en las Olimpiadas. También me alegraba porque, a diferencia de lo que había ocurrido en anteriores ediciones de los Juegos Olímpicos, esta vez el machismo no había ensombrecido las celebraciones y no nos habíamos encontrado con todos esos titulares odiosos que desprestigiaban a las mujeres deportistas por su aspecto físico, sus relaciones o cualquier otro motivo ajeno a sus méritos deportivos.
Pero canté victoria demasiado pronto, y no más de un par de días más tarde tenía que tragarme mis palabras. Y si bien no eran exactamente titulares de prensa, eran las redes sociales las que nos ofrecían su peor versión en forma de insultos y desprecios a toda una campeona olímpica solo porque su cuerpo está lejos de las medidas en que los malditos estereotipos nos pretenden encasillar a las mujeres. Y la verdad es que ni falta que le hace. Pero hay quien no puede o no quiere comprenderlo.
El objeto de estos ataques furibundos es, nada más y nada menos que Paula Leitón, flamante campeona olímpica en la modalidad de waterpolo en París 2024. Una mujer joven, triunfadora, y satisfecha consigo misma porque ha conseguido a sus 24 años lo que la mayoría de deportistas no lograrán jamás, un oro olímpico representado a su país, que es el nuestro.
¿Y qué es lo que se encuentra tras esa hazaña? Pues que unos cuantos impresentables pierden su tiempo en meterse con ella por su aspecto.
Por suerte, Paula es una campeona dentro y fuera del agua, y ha respondido como tal, diciendo que está orgullosa de su cuerpo, y que lo cuida porque con él ha obtenido lo que era su gran ilusión desde que era una niña. Para estar orgullosa y mucho más, desde luego.
Podríamos decir, con el refranero, que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio, pero en este caso no es suficiente, por desgracia. Como la propia Paula ha afirmado, y a pesar de que ella tenga una cabeza tan bien puesta como su cuerpo, palabras de este tipo pueden hacer mucho daño a niñas y adolescentes que se encuentren en situaciones parecidas, y eso tiene mucho peligro. Porque, si no respetan a una campeona olímpica ¿a quién van a respetar? Y algo así puede ser demoledor.
Tampoco me han gustado nada los comentarios de algunos medios que, con la mejor intención, han dicho cosas como que la deportista "se ha defendido" de los ataques, como si tuviera algo que explicar o algo de lo que excusarse. Y nada de eso, sino todo lo contrario. Si alguien tiene que dar explicaciones y avergonzarse de algo son, sin duda alguna, los impresentables que han escupido semejante porquería.
Aunque una cosa sí que he de agradecer a estos tipejos, y es que nos hayan descubierto a la persona de Paula Leitón a la que, si bien conocíamos como parte del equipo campeón de waterpolo, posiblemente no fuéramos capaces de ponerle nombre.
Y ahora no solo le ponemos nombre, sino también cara y cuerpo. Un cuerpo perfecto como lo es cualquier otro, aunque un poco más porque, como ella misma ha dicho, le ha servido para ser campeona olímpica. Pero lo mejor no es esa cara, ni ese cuerpo, sino, sobre todo, su cerebro y su corazón. Tan bien amueblado el primero y tan grande el segundo que no hay odio que pueda con ellos. Porque ella lo vale.
Ojalá hubiera más Paulas en el mundo. Y no solo por su medalla olímpica, sino por su categoría humana, todavía más olímpica. Gracias por esta lección magistral.