Que el crecimiento del Partido Popular en la Comunidad Valenciana vino marcado por la caída al vacío de Ciudadanos, por la incapacidad de los de Abascal de rebasar su suelo de voto sustentado por una amalgama de "Hooligans de rosario y manifa", y por la animadversión al PSOE desatada por un Sánchez entregado al mantenimiento de su poltrón, aun a costa del poder territorial, es algo que a cualquier valenciano no le resulta nuevo.

Al igual que tampoco lo resulta el hecho de que el PP de la Comunidad Valenciana llegó a las elecciones autonómicas sin un liderazgo claro, fruto de las guerras internas de poder tras la caída de Casado, y que llevaron a soluciones salomónicas con la bicefalia existente antes de que el monstruo de dos cabezas diera al traste con el eje Madrid-Valencia.

Así que, con una estructura tan solo hilvanada por las prisas preelectorales y con la confianza de que la mayor debilidad de sus contrincantes fuera "palanca suficiente" para poder colar en la Generalitat un Gobierno del PP desde que los casos de corrupción los relegara a la oposición, comenzaba la carrera de Mazón para presidir la Comunidad Valenciana, bastión clave para la gobernabilidad de España

Y así fue, como en una victoria con calzador, Mazón podría coronarse como Molt Honorable tras alcanzar un acuerdo con el partido de Abascal, locos por pisar moqueta.

Es cierto que a Vox en la Comunidad Valenciana se lo habían puesto bastante fácil presentando un rancio catedrático de universidad, de formas franquistas arraigadas en su paso juvenil por la militancia en Fuerza Nueva y condenado en firme a un año de prisión por un delito de "violencia psíquica" contra su exmujer.

Solo faltó la determinación por parte del Portavoz nacional del PP de que "una persona condenada por violencia machista no debería dedicarse a la política, al ejercicio público, a la representación de los ciudadanos" para que la estrategia de los azules pasara a centrarse en el quién y no en el qué.

Probablemente porque sabían de las intestinas guerras en las filas verdes, que ya habían mostrado su crudeza en la anterior legislatura, acabaría forzando al de Amurrio a sacar líder neutro en un tiempo récord.

Y nadie mejor que un perfil conciliador, a años luz del profesor narcisista y empalagoso condenado por maltratador, como Vicente Barrera para, tras definir en una acelerada reunión de bar seis ambiguos puntos programáticos para la negociación, poder alcanzar el "pacto de la servilleta" y abrir una nueva etapa en el Gobierno de la Comunidad Valenciana.

Cierto es que en un Gobierno donde Vox ostentaba en la figura de Vicente Barrera la Vicepresidencia y, con él, unos consellers de corte moderado, también obtuvo la Presidencia de Les Corts la representante del sector más reaccionario, de aquellos que forjados en la sumisión sin réplica a los designios del dedo del emperador verde, hacían de comparsa de la representante ultra católica y que muchos vinculan con el Yunque, Llanos Masó.

Y una vez se materializó el reparto de cargos y competencias, en las que Vox quedó relegado a consellerias menores desde el punto de vista de relevancia política y con modestas partidas presupuestarias, comenzó la tarea de gobierno. 

Tras algunos pequeños choques al inicio, pronto se estableció una perfecta sintonía entre los líderes de la formación azul y verde que permitió a Mazón empezar a tejer un liderazgo que hasta entonces no tenía, al igual que comenzar a coser aquella estructura hilvanada con la que llegó a la conformación de listas.

Todo iba tomando forma en la Generalitat y la sintonía entre los partidos de gobierno, trasladaba una imagen de unidad que llevo a muchos a pensar en que el PP de Mazón, fagocitaría a los verdes de cara a las nuevas autonómicas, consolidando como antaño el dominio del charran en la Comunidad Valenciana.

Mientras, en clave nacional, lejos de haber una armonía cordial en el bloque de derechas, existía una encarnizada lucha por la búsqueda de la diferenciación basada en la capitalización de los continuos desmanes de Sánchez por intentar mantener estable la balanza de los pactos que le llevó a la Moncloa tras perder las elecciones.

Esto instauró un clima de cisma en la derecha, agravado en las elecciones europeas con la consolidación de una tercera fuerza política, que bajo el logo de una ardilla y el nombre de "se acabó la fiesta", venía a meter más presión a un partido como Vox que veía caer sondeo tras sondeo la intención de voto y como su adversario natural le conquistaba día a día su territorio, mientras los partidos de extrema derecha europeos con los que compartía saraos y soflamas batían récords electorales sustentados en las políticas anti inmigración.

Así que, como suele suceder en el partido verde, su líder Santiago Abascal, haciendo gala de su absoluta falta de estrategia política y de los elevados niveles de testosterona que generan sus pocas decisiones cuando sale de su habitual letargo, decidió retar al principal partido de la oposición y socio de gobierno en cinco comunidades autónomas a que se saltara el derecho comunitario y nacional, la sentencia del Tribunal Supremo y el principio de solidaridad entre comunidades autónomas negándose a la acogida del reparto de menores migrantes ante la situación de colapso de Canarias bajo amenaza de romper los gobiernos conjuntos existentes.

Como era más que previsible, sus pretensiones que sólo corresponden a su particular interés político por remontar un partido en plena hemorragia de votos, no fueron atendidas por el Partido Popular y la ruptura se materializó.

Tras las escenas de desplantes públicos, bajas en la militancia y renovación de los consejeros y personal de libre designación que abandonaban los gobiernos autonómicos, se instauró la aparente calma que siempre da en política el periodo del descanso estival, hasta que llegó el momento de la verdad.

El momento del examen para cualquier líder político que es el de asegurar la gobernabilidad en periodos complejos, donde las minorías someten a importantes tensiones las costuras de las estructuras de gobierno.

Y si hay un momento donde las políticas de un gobierno se ponen cuantificadas negro sobre blanco y se testea la capacidad real para sumar mayorías que permitan la gobernabilidad de un líder, es sin lugar a dudas la presentación, sometimiento a debate y aprobación de los presupuestos.

Y es aquí donde a Carlos Mazón, se le va a someter al necesario examen y probablemente comparación con aquella bicefalia que en su día quedó aletargada por la necesidad de abordar con éxito los comicios electorales.

Que los presupuestos de Mazón en la Generalitat Valenciana salgan adelante es una tarea bastante compleja y en la que sinceramente, no le arriendo las ganancias. Con un PSPV buscando posiciones seguras frente a las vicisitudes que está sufriendo el gobierno central y un Compromís con evidentes problemas entre los socios que integran el partido, se aleja la posibilidad de buscar acuerdos de mínimos basados en mayorías simples y cesiones.

Los partidos del bloque de izquierdas no están en condiciones de asumir el posible coste a corto plazo donde nadie descarta que soplen vientos de elecciones.

Por tanto, la viabilidad o no de los presupuestos de 2025 están en manos del partido de Abascal, el mismo que fue capaz de romper tan solo hace unas semanas un pacto de gobierno, desoyendo a sus propios cargos autonómicos por una decisión tomada desde Madrid y sin contar con los intereses de los valencianos.

Pero para más abundamiento, sus interlocutores en esa negociación con el partido verde ya no serán ese sector más moderado con el que Carlos Mazón gobernó con tranquilidad hasta el día de la ruptura, sino que será aquellos dirigentes más "talibanizados" dispuestos a seguir hasta el final las instrucciones de su líder nacional, que ya ha metido al Partido Popular en el mismo saco que al Gobierno y que seguirá en su lucha fratricida por cuadrar el círculo en materia de inmigración a toda costa.

Por otro lado, Vox nunca ha sido un partido de rigor en sus políticas presupuestarias; solo hay que recordar sus prácticamente inexistentes enmiendas en la legislatura pasada.

Por tanto, la falta de fiabilidad del que fuera socio, su populismo en los discursos alejado del rigor numérico e instaurados en la demagogia oportunista, y la distancia prácticamente insalvable entre la Valencia de Mazón y los caprichos del de Bambú harán muy difícil que los presupuestos del gobierno popular en la Generalitat cuenten con el soporte necesario para su aprobación. Por tanto, si este es el examen, Mazón no lo superará porque Vox como socio fiable suspendió.

Por ello, la estrategia del líder debería de ir orientada a preparar un escenario de mayorías cara a unas elecciones adelantadas, ya que el desgaste que le va a suponer gobernar sin presupuestos y con un Vox instaurado en el populismo puede traducirlo en una consolidación de la moderación como agente excluyente del discurso rancio e ineficaz en el que se ha instaurado el partido de Abascal.

Se hace necesario atraer el voto más moderado del partido verde, tal vez con la integración en las filas populares del que fuera su vicepresidente y ser capaz de poner freno al descontento de aquellos que abandonan el voto de Vox por discrepancias con su actual deriva para ver en la ardilla una especie de "voto protesta" que seguro puede dar al traste con el bloque de derechas.

Conseguir que se una al proyecto popular personas que en su día levantaron el proyecto político de VOX y lo abandonaron por disidencias con la actual deriva, podría alejar el fantasma de la ardilla y su repercusión en unos comicios.

Como en el futbol, Mazón va a tener que entrar en el mercado de fichajes para consolidar una alternativa en torno a su partido de derecha amplia y suficiente, o el examen final, será Mazón quien lo suspenda con o sin presupuestos de la Generalitat.

Vicente Montáñez es exconcejal de Vox en el Ayuntamiento de Valencia.