Una semana más caigo en la tentación de tomar prestado el título de una película para poner un marco a esta ventanita en forma de letras desde la que me asomo al mundo. Pero en este caso el protagonista no es Paul Newman, y el argumento nada tiene que ver con intrigas y espionaje en plena Guerra Fría. Aunque, bien mirado, algo de intriga sí que puede que haya en este premio del que venía a hablar hoy. Que cada cual opine.

Conocíamos la noticia del fallo del premio Beatriu Civera hace unos días, en las mismas fechas en que se conoce siempre. Un premio de narrativa que viene celebrándose desde hace más de veinte años, primero como premio de narrativa breve de igualdad, y luego con el nombre de Beatriu Civera, y cuyo prestigio, ya consolidado, convertía la entrega de premios en el pistoletazo de salida del nuevo curso en la agenda cultural valenciana.

Y sabíamos que, entre los finalistas, se encontraba un diputado valenciano perteneciente a un partido que niega la violencia de género y que resultó condenado hace mucho tiempo por un delito de esta índole.

Confieso que no toco de oídas. Conozco de sobra ese certamen desde hace tiempo, y no solo porque tuve el inmenso honor de ganarlo en 2009, sino porque fui una de las finalistas en varias ediciones más, antes y después.

Más tarde, cuando se incluyó en las bases la cláusula que prohibía presentarse a las personas que hubieran resultado ganadoras en otras ediciones, dejé de presentarme -lo hice, sin faltar un solo año hasta el 2019- aunque el certamen “me rescató” y tuve el placer de formar parte del jurado el pasado año. De modo que sé bien de lo que hablo.

Es cierto que las bases no incluyen ninguna cláusula que prohíba presentarse a ninguna persona que hubiera sido condenada por este u otro delito, como tampoco lo hacen las bases de ningún otro de los cientos de certámenes literarios que se celebran cada año en nuestro país.

Y también es cierto que el fallo del jurado se hace desde el más escrupuloso anonimato de los participantes, que se presentan con pseudónimo, y de quienes no se conoce la identidad, sino una vez abierta la plica que contiene sus datos personales. Así que poco se les puede achacar a los organizadores ni al jurado.

De otra parte, también es cierto que, tratándose el finalista cuestionado de una persona docta, formada, que escribe y redacta bien, no tiene nada de extraño que su relato haya resultado elegido de entre todos los que se presentaron, máxime teniendo en cuenta que se eligen hasta quince finalistas y que hay dos categorías por edades.

Incluso es perfectamente factible que su cuento, independientemente de la persona del autor, pueda entrar dentro de los parámetros de fomento de la igualdad que exige las bases del certamen, ya que cualquier persona que escriba puede fingir ser la persona que no es y pensar lo que no piensa. Precisamente en eso consiste la literatura.

¿Cuál es, entonces, el problema? Porque, formalmente, nada hay que reprochar al mecanismo y al hecho de que él resultara escogido como finalista.

Pero habría que ir más allá, y pensar en por qué una persona que jamás ha tenido interés en este tipo de premios -hasta donde yo he podido saber, su nombre no consta entre los finalistas ni premiados de más de 20 años de certamen- se presenta precisamente a este, a un premio cuyo fin es fomentar la igualdad entre mujeres y hombres, un premio cuyo objetivo es contrario a las ideas que defiende el partido por el que resultó elegido.

Y ahí es donde debería centrarse el objeto del reproche, más allá de que formalmente cumpliera con todos los requisitos para optar al premio.

Al final, las grandes perjudicadas han sido las ganadoras del premio, así como las personas finalistas, que han perdido la oportunidad de disfrutar de un acto entrañable y de un merecido homenaje. Y también lo somos todas las mujeres, que hemos visto como alguien utiliza un evento ideado para fomentar la igualdad para un fin totalmente distinto.

Personalmente, como ganadora y finalista de este mismo certamen, me duele que quede asociado a un nombre que nada tiene que ver con sus fines. Y también me duele como mujer y como valenciana.

Pero, como he dicho al principio, que cada cual opina como crea. Y que obre en consecuencia.