Corría el año 1991, Presuntos Implicados cantaban a la nostalgia, al paso del tiempo y sus efectos en un tema que todo el mundo de cierta edad es capaz de tararear: Cómo hemos cambiado. Un estribillo que me viene a la cabeza de vez en cuando, en esos momentos en que la memoria me lleva a sacar conclusiones.

En estas semanas me ha venido pasando eso a cada rato. Y me ha pasado con una noticia que ha hecho correr ríos de tinta, minutos de programación, horas de radio y miles de comentarios en redes sociales.

Se trataba de algo que pasó unos pocos años más tarde de que se estrenara la canción, de una de esas cosas que casi todo el mundo conocía y de las que nadie osaba comentar.

Porque, aunque ya hacía más de quince años que estábamos en democracia y más de diez que un golpe de estado trató de acabar con ella, había cosas que no cambiaban.

Y el silencio, cuando de determinados temas se trataba, era una de esas cosas. Un silencio al que se había acostumbrado tanto nuestro país que era difícil abandonarlo del todo.

Me refiero al archiconocido tema de las grabaciones que una otrora famosa vedette y artista hizo al entonces jefe del Estado, hoy nuestro rey emérito, según el título que se le otorgó tras su abdicación, hace ahora una década.

Aprovechó la artista la relación sentimental que le unía al monarca para someterle a un tercer grado del que él no pareció ser consciente y en el que cantó todo lo bien que ella no era capaz de cantar, porque los gorgoritos de la artista dejaban mucho que desear, dicho sea de paso.

Por supuesto, las palabras tenían su complemento perfecto en unas imágenes que, pese a estar técnicamente muy lejos de la perfección, se pagaron, al parecer, como si se trataran de la más cotizada obra de arte.

Pero, no para exponerlas en ningún museo, sino para exactamente lo contrario. Para tirarlas a un cubo de la basura al que, por alguna razón, nunca llegaron. Se quedaron en un cajón a la espera de que pudieron servir en otro momento. En un momento como el de hoy, cuando, lo reconozcamos o no, hemos cambiado de medio a medio.

Me pregunto qué efecto hubiera tenido hoy en día la aparición de unas fotografías de una relación clandestina -o presuntamente clandestina, porque la conocía hasta el Tato- del jefe del estado.

Y la respuesta creo que es obvia. Primero, porque los medios técnicos actuales nos permiten hacer fotografías con nuestro móvil a diestro y siniestro.

Segundo, porque esos mismos medios técnicos permiten publicarlas y difundirlas en un nanosegundo sin que luego sea posible revertir lo efectos, del mismo modo que no se pudieron meter los vientos de la caja de Pandora una vez abierta.

Y tercero, y casi más importante, porque, por suerte, ya no vivimos en el reino del silencio. Porque ya no hay cosas de las que no se puede hablar, por mal que estén, y porque, precisamente por eso, unas imágenes de este tipo ya no serían un seguro de vida para nadie, como ha llegado a reconocer que lo fueron para su familia la hija de la artista.

En definitiva, hemos cambiado mucho, como cantaban Presuntos Implicados en su día. Y, aunque para muchas otras cosas no me atrevería a considerar tales cambios como positivos, hay para algo que no me cabe duda de que hemos mejorado.

Y es que ya no somos la sociedad hipócrita y pacata a la que escandalizaba más una -o más de una- cana al aire, que el hecho de que se tuvieran que pagar cantidades astronómicas para evitar que esas imágenes vieran la luz.

Eso es, al menos, con lo que me quiero quedar de esta historia. Con eso y, por supuesto, como toda valenciana que se precie, con la constatación de que no es lo mismo la paella que el arroz con cosas. Que siempre hay que aprovechar la oportunidad para repetirlo. Por si las moscas.