Esta semana nos dejaba Mayra Gómez Kemp. En realidad, era su existencia física la que se iba porque, como ocurre en algunos casos, de ella nos quedará no solo el recuerdo, sino también todas las imágenes de ella que han quedado grabadas, además de en nuestra memoria, en los archivos de televisión.
Lo bien cierto es que, aunque entonces apenas éramos conscientes de ello, Mayra, con su sonrisa perenne y su look ochentero -versión casi marujil- hasta decir basta, se convertía en un referente para varias generaciones.
Las generaciones que veíamos cada viernes el Un dos tres, la de quienes estudiamos EGB, teníamos un solo canal de televisión -salvo algunas horas y en algunos sitios, donde también existía la UHF, lo que hoy es La 2- y no podíamos ni imaginar que en un futuro no muy lejano los teléfonos pertenecerían a una persona, y no a una casa, y no estarían unidos a un cable rizado que nunca daba de sí lo suficiente.
Como dice una buena amiga mía, se nos reconoce a quienes vivimos aquellos tiempos porque nada más alguien cuenta hasta tres, decimos inmediatamente lo de "responda otra vez". Además, solemos vincular esas imágenes a recuerdos de noches de viernes familiares, con algunas personas que ya no están y con esa pátina de almíbar que añade el paso del tiempo.
Yo veía el concurso con mi vecina y amiga, en su casa o en la mía, en el mejor día porque era la antesala del fin de semana. Ella y yo ya no vemos el programa juntas, pero seguimos compartiendo muchas cosas entre las que se incluyen, por supuesto, los recuerdos de aquellos tiempos.
Pero, como decía, Mayra se convirtió, sin saberlo, en un referente. Porque para las niñas de entonces empezó a ser normal que una mujer presentara un programa en horario de máxima audiencia. Y era normal porque lo veíamos cada semana, sin saber lo mucho que había costado a la propia Mayra y a todas las que le precedieron llegar hasta ahí.
Porque fue la primera en lograrlo, no solo en España, sino en otros muchos países. Y hacerlo en un país como este que recién se despertaba a la democracia tras cuarenta años de una dictadura que silenciaba a las mujeres, tenía mucho más mérito.
Fue esa misma Mayra la que, años más tarde, diría una frase que se me ha quedado grabada en el disco duro. Decía que las mujeres carecemos de un derecho que se les da por sobreentendido a todos los hombres, el derecho a la mediocridad. Lo que es una manera genial de decir lo que todas sabemos desde siempre: que las mujeres tenemos que esforzarnos el doble, o el triple, para demostrar que podemos hacer las mismas cosas que un hombre, a quien nunca se le exigirá que demuestre lo que se nos reclama a nosotras.
Tampoco podemos olvidar que Mayra no apareció como presentadora del Un dos tres por generación espontánea. Empezó interviniendo con pequeños papeles de actriz en la fase de la subasta, y fue su manera de hacerlo lo que le acabó granjeando la confianza del director, Chicho Ibáñez Serrador, cuando necesitó alguien que presentara el programa. Otra lección para las niñas de entonces: el esfuerzo tiene su recompensa.
Y, por si teníamos poco con todo lo que nos había enseñado casi sin darnos cuenta, culminó sus lecciones con un verdadero tratado de cómo sobrellevar una grave enfermedad como el cáncer de lengua, seguido de dos cánceres más, que sufrió.
O sobre cómo ponerle el cascabel a un gato que casi hasta hoy se ha venido acallando, el de la depresión, poniendo nombre a la que padeció su marido y por la que tanto lucharon ambos.
Pero no me quiero poner triste. Quiero, como dejó dicho, recordarla con una sonrisa y con el "Mayrucha, cha, cha, cha" que cantaba Bigote Arrocet justo antes de hacer "piticlín, piticlín" con un teléfono imaginario, en un chiste que nuestras hijas seguro que no comprenden pero que tanto nos hizo reír.
Parafraseando a la propia Mayra, hasta aquí pudo leer. Pero es que lo que leyó fue mucho. Mucho más de lo que podíamos imaginar.