Confeso que hoy pensaba hablar de otra cosa. Incluso tenía un texto preparado para enviar, a falta de las últimas correcciones, pero el horror que acabamos de pasar no me dejaba tranquila si no dedicaba este espacio al espanto que acaba de sufrir mi tierra. Un espanto que jamás olvidaremos y cuyas consecuencias seguirán sufriéndose por mucho tiempo.

Es verdad que, en Valencia, las lluvias siempre nos dan disgustos, pero esta vez ha sido tremendo. Para que nos hagamos una idea, en la Pantanà de Tous, del año 1982, que todo el mundo recuerda como algo espantoso, murieron ocho personas, y ahora, o hasta donde se sabe, ya rondan el centenar.

Además de los daños materiales, que han arruinado a muchísimas personas. Una tragedia de enormes dimensiones.

Hoy mismo un buen amigo recordaba en redes sociales una canción de Raimon que hoy viene al pelo. Decía nuestro cantautor: al meu país, la pluja no sap ploure, o plou poc o plou massa, si plou poc és la sequera, si plou massa és un desastre (en mi país la lluvia no sabe llover, o llueve poco o llueve demasiado, si llueve poco es la sequía, si llueve demasiado es el desastre).

No podía tener más razón Raimon, que lanzaba al mundo este tema allá por el año 1984, contando y cantando algo que aquí sabe todo el mundo.

Y por eso, porque lo sabe todo el mundo, siempre surge la misma pregunta. ¿Es que esto era absolutamente imprevisible? ¿Es que no se podía haber hecho algo para evitarlo, o para aminorar sus efectos?

Por desgracia, no tengo la respuesta. Porque si la tuviéramos, imagino que ya tendríamos parte de la solución. Pero, también en esta tierra, mía y de Raimon, nos empeñamos más en buscar culpables que en buscar soluciones. Y esta catástrofe no iba a ser una excepción.

Por otra parte, cuando desastres de esta magnitud ocurren, y cada vez ocurren más, otra cuestión sale a la palestra. Y no es otra que el cambio climático. Porque por más que haya quien pretenda negarlo, la realidad es tozuda y se empeña en demostrarnos las cosas con su habitual crudeza. El planeta reacciona a nuestras continuas agresiones, y lo hace de un modo tan real como duro.

Y no puedo evitar pensar lo que se me viene a la cabeza cada vez que una catástrofe natural azota a un territorio como ahora lo ha hecho con el nuestro. Siempre pienso que esta es la manera en que la naturaleza recuerda a la especie humana que no somos infalibles, que no lo podemos todo.

Nos recuerda que, por más avances tecnológicos que tengamos, ninguno tiene la fuerza suficiente para parar estos desastres. Y es que la naturaleza nos pone en nuestro sitio.

Continuaba la canción de Raimon preguntándose quién llevara a la escuela a la lluvia, para que aprenda a llover como toca, y yo también me lo pregunto hoy, con la misma respuesta. Ninguna.

Ahora no nos queda otra opción que llorar a los muertos y tratar de ayudar a los vivos, que no es poca cosa, y así lo hago desde estas líneas. Pero me gustaría que, al menos, aprendiéramos algo. Tal vez no sea posible evitar el desastre, pero estoy segura de que se podría haber hecho mejor para aminorar sus consecuencias. ¿O no?