Una persona limpia las calles del municipio valenciano de Sedaví tras el paso de la Dana. Efe / Biel Aliño

Una persona limpia las calles del municipio valenciano de Sedaví tras el paso de la Dana. Efe / Biel Aliño

Opinión

El pueblo salva al pueblo con más política, no con menos

Papi Robles
Publicada
Actualizada

Catorce días han pasado desde la catástrofe. Una DANA que ha dejado una cifra devastadora de vidas perdidas y daños incalculables, y que también ha marcado un punto de no retorno en nuestra percepción de la política y de las instituciones.

No es para menos. En medio de una tragedia que ha golpeado a familias, empresas, pueblos, infraestructuras y entornos naturales, la respuesta institucional durante las inundaciones ha sido claramente negligente y temeraria y después de ella está siendo lenta y falta de recursos.

Este sentimiento nuestro, que oscila entre el abandono, la rabia y la desesperación está queriendo ser aprovechado por algunos para dar alas a la antipolítica. Frases como: "todos los políticos son iguales", "el sistema no funciona", "no se para qué pagamos impuestos" proliferan en una crítica y una desconfianza hacia las instituciones y hacia lo público que se alimenta de una indignación real y profunda.

Este discurso, aunque comprensible, es peligroso, porque nos coloca en una posición frágil a largo plazo, debilitando justo aquello que podría servirnos para evitar que una catástrofe de esta magnitud vuelva a sacudirnos.

Lo que toca es que los afectados exijan explicaciones y responsabilidades. El dolor de la tragedia, la desprotección que sienten tantas familias y las pérdidas económicas y personales crean un caldo de cultivo perfecto para cuestionar la eficacia del sistema político. Y sin embargo, la crítica no debe llevarnos a pensar que nada puede hacerse, la renuncia a lo público no es la solución.

La respuesta no está en apartarnos de la política, sino en todo lo contrario, está en hacernos fuertes a través de ella. Está en exigir aún más y hacer que quienes nos representan sean más responsables y eficaces que nunca.

Históricamente, nuestra comunidad autónoma ha sufrido una grave infrafinanciación, un maltrato que viene de lejos y que se traduce en menos recursos y menos oportunidades para responder ante situaciones extremas.

Los impuestos que pagamos los valencianos y las valencianas, que deben ser una inversión en nuestro bienestar y en nuestra protección, llevan años sin reflejarse suficientemente en infraestructuras e inversiones que nos ayuden a hacer frente a las crisis -sean sociales, medioambientales o de cualquier índole-.

Estamos cansados de ver que nuestro esfuerzo no se traduce en mejoras tangibles. Si ahora renunciamos a exigir que esos recursos lleguen y se empleen donde realmente hacen falta, estaremos reforzando el statu quo que nos ha traído a esta situación de indefensión. Es hora, más que nunca, de revertir esta situación y de reclamar resultados visibles y efectivos, porque nuestros impuestos deben empezar a ser la garantía de una vida mejor para los valencianos y las valencianas.

Dejar que el discurso de la antipolítica crezca solo beneficia a aquellos políticos que han permitido que nuestro sistema de respuesta esté tan debilitado. Aquellos que durante años han puesto por delante otros intereses, que no han hecho una defensa efectiva del interés colectivo y que, en su lugar, han permitido que se malgasten recursos.

Si abandonamos las instituciones, si dejamos de sentirlas nuestras, como deben ser, si caemos en el desencanto y en la renuncia a la política: los ineptos, los aprovechados, los que se lo gastan en corridas de toros, serán los grandes vencedores. Porque lo único que se logrará será dar carta blanca a quienes prefieren un Estado cada vez más pequeño, con menos responsabilidad y menos medios.

Si dejamos que el abandono de la política triunfe, quienes perderemos seremos nosotros, el pueblo, al quedarnos sin la fuerza necesaria para exigir un sistema que responda a nuestras necesidades.

Ahora no es momento de alejarse de la política, sino de acercarse a ella como nunca. De exigir cuentas, de fiscalizar cada euro que se invierte y de vigilar que quienes ocupan cargos de responsabilidad respondan ante la ciudadanía. Es el momento de hacer más política, de levantar la voz, de hacer que sientan nuestro aliento en la nuca y de reclamar que las instituciones hagan su trabajo, porque, si no lo hacen, el precio lo pagaremos todos.

En medio de esta tragedia, más que nunca debemos entender que lo público es una herramienta poderosa, que, cuando funciona bien, cuando está al servicio del pueblo y en manos competentes, salva vidas y evita desastres.

El problema no son las instituciones en sí mismas, sino los intereses que las secuestran, los recursos que se les niegan y la falta de voluntad para dotarlas de medios suficientes.

El problema es la negligencia de quienes prefieren una administración débil y recortada, de los que anuncian alegremente bajadas masivas de impuestos que luego se traducen en empobrecimiento de los servicios públicos hasta el punto de que cuando sucede una tragedia nos encontramos impotentes ante un sistema que no puede hacer frente a situaciones como la que vivimos.

Necesitamos un sistema fuerte, capaz y preparado, que esté a la altura de los desafíos que enfrentamos y que garantice la protección de todos, sin importar el lugar donde vivamos o las circunstancias que nos rodean.

Es comprensible sentirse abandonados y decepcionados, pero la respuesta no puede ser regalar a políticos mediocres la mejor herramienta que tiene el pueblo para salvarse: lo público. Al contrario, debemos redoblar nuestros esfuerzos para exigir una política más comprometida, más transparente y más cercana a las necesidades reales de la ciudadanía.

Este es el momento del pueblo y el pueblo que salva al pueblo es el pueblo que sabe que lo público es su aliado, porque le pertenece. Es el momento de demostrar que las instituciones pueden y deben estar a la altura, que los recursos públicos tienen que invertirse en la seguridad y el bienestar de todos y que nuestro esfuerzo fiscal merece una recompensa tangible.

Hoy más que nunca, es necesario recordar que el camino es más política, una política mejor y más vigilada. Porque los valencianos merecemos que cada impuesto que pagamos se traduzca en infraestructuras que nos protejan, en servicios que nos amparen y en un futuro donde no tengamos que volver a lamentar una tragedia de esta magnitud. Todo lo demás son cantos de sirena para que cuatro inútiles sigan parasitando unas instituciones que nunca debimos dejar en sus manos.