A lo largo de la historia, los patrones de belleza han cambiado mucho. Nada tienen que ver los cuerpos de "Las tres gracias" de Rubens con las modelos esqueléticas que vemos hoy en desfiles y redes sociales.
Pero, aunque ambos ejemplos parezcan hallarse años luz de distancia, algo tienen en común. Y ese algo no es otro que la exigencia de que las personas sean de una manera y no de otra para ser aceptadas socialmente; para ser alguien y tener éxito.
Pero, aunque me he referido a "personas" lo bien cierto es que esa exigencia recae siempre mayoritariamente sobre las mujeres, a quienes se nos exige todo tipo de sacrificios para acercarnos a tener determinado aspecto, por más que sea imposible.
Pensaba en eso cuando, hace unos días, veía una película basada en una historia real de las muchas que se hacen últimamente. Si comparamos a las protagonistas reales en las que se basa la historia y a los personajes de la película, salta a la vista una diferencia esencial.
El aspecto físico de las copias de ficción está notablemente dulcificado en relación con sus originales. Y es que ignoro por qué razón alguien cree que el público no está preparado para que las protagonistas de una película no sean "agraciadas", esto es, no entren en determinados estereotipos, y sean lo que mucha gente definiría como "feas", por más que la fealdad o la belleza sean conceptos relativos.
No es el único caso. Otras películas y series de televisión basadas en historias reales adaptan la apariencia física de sus protagonistas al gusto del público, por más que se alejen de la realidad.
Sin embargo, y esto es lo curioso, o no, semejante cosa no ocurre cuando se trata de hombres. O no ocurre, al menos, en la misma medida que con las féminas. También en estos días he visto un par de películas basadas en hechos reales cuyos protagonistas masculinos reproducían exactamente al modelo original, aunque fuera calvo o barrigudo. Porque parece que, tratándose de hombres, el público sí está preparado para que los actores no encajen en determinados moldes.
Tal vez a esto pueda responder alguien que hay actrices guapísimas que han hecho papeles de mujeres feas, incluso deformes, y no le faltará razón. Recuerdo varios casos de actrices de aspecto glamuroso que se dejaban el glamur en la sala de maquillaje para salir en pantalla hechas unos zorros.
Recuerdo, además, que esos papeles siempre son muy valorados y dan lugar a la entrega a quienes los representan de prestigiosos galardones. Pero, aun en estos casos, siempre hay un pero.
Esas actrices maravillosas se presentan a la entrega de premios divinas de la muerte, de modo que nos transmiten que su verdadero ser sí encaja en el estereotipo. Porque ellas pueden convertirse en mujeres feas y no al contrario. Faltaría más.
Todo esto no es más que un trasunto de lo que pasa en otros espacios. En los informativos, los hombres envejecen con naturalidad, pero a las mujeres se las renueva para que siempre haya una mujer joven de aspecto estupendo.
Incluso en el remake de un concurso veraniego de televisión de gran éxito, se recuperó a su presentador pasados muchos años, pero nadie se planteó hacer otro tanto con su partenaire femenina, y fueron a buscar a una mujer mucho más joven y estupendísima para que le diera la réplica.
Y es que, aunque la esclavitud por alcanzar determinados estereotipos físicos nos afecta a todos, el castigo por no conseguirlo es mucho más cruel con las mujeres. Un machismo encubierto del que ni siquiera somos conscientes.
Pero si hay quien alberga alguna duda, esperemos a ver qué pasa en la próxima Nochevieja. Seguro que en más de un programa encontramos a presentadoras jóvenes y con poquísima ropa junto a señores de edad considerable tapados hasta el cuello con su esmoquin impecable. Aunque a lo mejor, me equivoco. Ojalá así sea. Me tragaré mis palabras como si fueran polvorones. Y encantada de tener que hacerlo.