La llegada de la Navidad me produce este año una sensación extraña. Mientras nuestras calles se llenan de luces y nuestras agendas de preparativos, el drama de la DANA sigue presente y me resulta inevitable pensar en tantas familias para las que estas fechas serán especialmente duras.

En estas fiestas, todos nos sentimos llamados a compartir y disfrutar, pero también a consumir. No es un secreto que este periodo representa la época más importante del año para el comercio, en particular para los pequeños negocios locales que durante todo el ejercicio luchan por mantenerse a flote. Este año, tenemos una razón más para priorizar estas tiendas de barrio y de proximidad: la DANA que asoló nuestra tierra hace pocas semanas.

La devastación que dejaron las lluvias no solo afectó a los hogares y las infraestructuras públicas, sino que golpeó con fuerza a los pequeños comerciantes. Algunos no han vuelto a abrir, muchos han estado cerrados durante semanas, perdiendo mercancía e invirtiendo en reparaciones urgentes. Estos negocios, que ya enfrentan desafíos enormes en circunstancias normales, ahora necesitan más que nunca de nuestro apoyo como consumidores.

Los pequeños comercios son algo más que un lugar donde comprar. Son espacios que dan vida a nuestros barrios, crean empleo local y contribuyen directamente a la economía valenciana. Además, son gestionados en su gran mayoría por autónomos, personas que día tras día arriesgan su tiempo, su energía y su futuro económico para ofrecer un servicio cercano y de calidad. Son ellos quienes, con su dedicación, mantienen vivo el tejido social de nuestra ciudad.

Sin embargo, los autónomos y pequeños comerciantes no lo tienen fácil. La competencia de las plataformas digitales, las grandes superficies comerciales y la rigidez de las normativas que deben cumplir hacen que cada año sea más difícil levantar la persiana. A esto se suman este año los efectos de la DANA.

Ante este panorama, no es de extrañar que muchas voces demanden un mayor apoyo institucional. Es cierto que las administraciones deben asumir su parte de responsabilidad. Se necesitan ayudas directas, bonificaciones fiscales y campañas efectivas que promocionen el consumo en el comercio local. Pero no nos engañemos: esas ayudas, por necesarias que sean, no son suficientes. La supervivencia del comercio local depende, en última instancia, de nuestras decisiones como consumidores.

Campaña "El poble salva el comerç local" (El pueblo salva el comercio local). EE

Vivimos en una era donde la inmediatez prima. Las grandes superficies y las plataformas online han moldeado nuestros hábitos de consumo. Con un clic o una visita rápida al centro comercial podemos resolver la lista de regalos navideños en cuestión de horas. Pero, ¿a qué coste?

Cuando optamos por las grandes superficies, estamos eligiendo comodidad frente a comunidad. El dinero que gastamos en esos gigantes empresariales no se queda en València. No contribuye al empleo local ni a mejorar la calidad de vida de nuestros vecinos. No pone platos en nuestras mesas en Navidad ni se convierten en "estrenes" que pasan de abuelos a nietos. En cambio, cada euro que gastamos en un pequeño comercio de nuestro barrio tiene un impacto directo en nuestra economía y en la estabilidad de nuestras familias.

Elegir el comercio local no es solo una cuestión de solidaridad; es una inversión en nuestro futuro. Es proteger nuestra identidad como valencianos y fortalecer la resiliencia de nuestro tejido social.

Las Navidades son una oportunidad para reflexionar sobre el poder de nuestras acciones. Si todos los valencianos y valencianas optáramos por comprar los regalos en tiendas locales, el efecto sería inmediato. Contribuiríamos no solo a paliar las pérdidas ocasionadas por la DANA, sino también a garantizar que esos negocios sigan siendo parte de nuestro paisaje urbano el próximo año.

Imaginemos por un momento una València sin sus panaderías de barrio, sin sus librerías independientes o sin esas pequeñas tiendas de moda que apuestan por lo local y lo sostenible. Sería una ciudad más fría, más impersonal y menos nuestra. Por eso, debemos asumir nuestra responsabilidad como consumidores. Porque las instituciones pueden ofrecer ayudas, pero sin los clientes el comercio se muere.

Además de su impacto económico y social, el comercio local tiene algo que las grandes cadenas nunca podrán igualar: la calidad y la cercanía. No hay algoritmo ni oferta relámpago que sustituya el consejo del tendero de toda la vida o el trato personalizado de quien te conoce por tu nombre. Al consumir local, también estamos eligiendo productos más frescos, sostenibles y auténticos.

Priorizar el comercio local es también una apuesta por un modelo de consumo más responsable, alineado con los valores que todos defendemos para nuestra tierra: sostenibilidad, respeto por las personas y cuidado del medio ambiente.

En estas fiestas, tenemos la oportunidad de hacer algo más que dar regalos: podemos dar un impulso al comercio local. Cada compra que hacemos es un acto de apoyo a nuestros vecinos, a nuestra economía y a nuestra comunidad.

Es una forma de decir que no queremos una València dominada por gigantes impersonales, sino una ciudad llena de vida, de historias y de tradición. Porque al final, más allá de posibles ayudas institucionales, es el pueblo quien salva al comercio local. Por eso, esta Navidad, apostemos por lo nuestro.