Es media mañana de un luminoso día de enero, y el ruido de pasos resuena sin descanso por el solemne y espectacular patio de armas. Estamos en el Palacio Ducal de Gandia, en el centro histórico de la ciudad, y un grupo de turistas se afana en fotografiar las delicadas ventanas góticas, la majestuosa escalera y un zaguán adornado con un soberbio artesonado. Minutos más tarde, recorriendo ya las entrañas del edificio, desde el Salón de Coronas hasta la Galería Dorada, la admiración y el asombro de los visitantes no deja de aumentar. Y hay motivos de sobra, pues a lo largo del recorrido salen al paso salones, pasillos y capillas cuya suntuosidad nos recuerda que allí, durante varios siglos, esos mismos muros acogieron a los miembros de una de las familias más poderosas de Europa: el clan de los Borja.

Gandia resuena hoy en la mente de todos como sinónimo de sol y playa, pero lo cierto es que la localidad valenciana –a tan sólo 65 kilómetros de la capital– cuenta con otros muchos atractivos que invitan a descubrirla en cualquier época del año, ya sea con la excusa de disfrutar de su abundante patrimonio histórico, sus vistosas fiestas o su sabrosa gastronomía.

EL LEGADO DE LOS BORGIA

Aunque los orígenes de la actual Gandia se remontan a la Edad Media –el rey Jaime I de Aragón conquistó entonces la región a los musulmanes–, fue siglos después, en el Renacimiento, cuando la localidad vivió su mayor esplendor de la mano de una de las familias más poderosas de la época: los Borja o Borgia, como se les conoció en Italia a raíz de su ascenso al trono de San Pedro.

En 1485, el entonces cardenal Rodrigo de Borja –futuro papa Alejandro VI–, negoció con Fernando el Católico la compra del ducado real de Gandia con la intención de legárselo a su primogénito, Pedro Luis de Borja, y extender así los tentáculos de su poder en la Península Ibérica. Entre los siglos XVI al XVIII, los Borja de Gandia gozaron de privilegiados altos cargos en la corte y consiguieron acaparar importantes puestos eclesiásticos. Una autoridad que, a lo largo de varias centurias, fue dejando su huella en la localidad valenciana, en cuyo centro histórico todavía es posible descubrir su rastro.

La huella más evidente de su paso por la ciudad es sin duda el Palau Ducal (Carrer del Duc Alfons el Vell), una fabulosa muestra de arquitectura civil que combina estilos de época medieval, renacentista y barroca. El origen del palacio se remonta al siglo XIV, cuando Alfonso de Aragón el Viejo mandó construir la edificación y estableció en ella una importante corte señorial. Sin embargo, fue un siglo más tarde, con los Borja, cuando el edificio vivió su etapa de mayor esplendor.

Fue el cuarto duque de Gandia, Francisco de Borja –nacido en el edificio y más tarde elevado a los altares–, quien acometió algunas de las obras más importantes en el palacio, entre ellas una remodelación del fastuoso Salón de Coronas, llamado así porque el artesonado incluye en su decoración las llamadas coronas borgianas. Si el salón y la capilla neogótica –espacio en el que antiguamente se encontraba el despacho privado de san Francisco de Borja– provocan una honda admiración en los visitantes, otro tanto sucede con la llamada Galería Dorada, un magnífico exponente del barroco
 civil valenciano. Este espacio –realizado para conmemorar la santificación del duque–, está compuesto por cinco salas continuas decoradas con acantos, grutescos y cartelas doradas que dan nombre de la estancia.

No hay que caminar muy lejos para encontrar otro de los ecos de los Borja que aún resuenan en la localidad. En un extremo de la Plaça Major, donde en la Edad Media se encontraba el almodí o almacén de grano, la Casa de la Villa y la sede del Justicia, se levanta la Colegiata de Santa María, un hermoso templo gótico que todavía conserva los escudos de la poderosa familia. Gracias a María Enríquez de Luna –esposa de Pedro Luis y Juan de Borja– la iglesia se convirtió en colegiata, y con su patronazgo en las obras del edificio participaron algunos de los más importantes artistas de su tiempo, como el escultor Damián Forment (autor de la Puerta de los Apóstoles), el arquitecto Pere Compte –maestro de obras de la catedral y la Lonja de Valencia– o el pintor italiano Paolo da San Leocadio, quien ejecutó el retablo mayor de la iglesia.

Al salir de la colegiata y remontando la Calle Major –siempre viva y animada gracias a los numerosos comercios y restaurantes– se alcanza en pocos minutos la Plaça de las Escoles Pies. Allí, custodiada por cinco esculturas de bronce del artista Manuel Boix que representan a los miembros más célebres del linaje Borgia, se alza la Antigua Universidad. El recinto, fundado por San Francisco de Borja como colegio, acabó convirtiéndose en universidad de los jesuitas y, tras la caída en desgracia de la orden en el siglo XVIII, pasó a manos de los Escolapios, quienes lo recuperaron como colegio, función que sigue cumpliendo hoy en día.

Desde marzo del año pasado, al notable patrimonio histórico artístico de Gandia hay que sumar un nuevo museo, el de Santa Clara. Ubicado en el antiguo Hospital de Sant Marc (Carrer de l’Hospital, 22), donde también se encuentra el Museo Arqueológico de Gandia (MAGA), el Museu de Santa Clara forma parte del convento de las hermanas clarisas, en cuyo seno se refugiaron no pocas mujeres del clan Borja. La relación del convento con éste y otros linajes nobles tuvo una repercusión de importancia capital para el patrimonio de Gandia, parte del cual puede contemplarse hoy en el museo, en el que es posible disfrutar de una gran colección de pinturas, esculturas –hay varias tallas de Pedro de Mena y Salzillo– y piezas de orfebrería que fueron donadas por nobles y potentados, entre ellos varios Borja.

FUEGOS FESTIVOS, NATURALEZA Y MUCHA PLAYA

Con permiso de las celebraciones en honor a San Francisco de Borja –patrón de la ciudad–, que tienen lugar a principios de octubre, las fiestas más concurridas y animadas de Gandia son sin duda las de las Fallas, que se celebran desde finales del siglo XIX. Aunque más reducidas y con menos aglomeración –detalle que permite disfrutar de ellas con mayor comodidad– que sus “hermanas mayores” de la capital, los gandienses y los visitantes que acuden a la ciudad en el mes de marzo viven con idéntica intensidad unos festejos en los que los ninots, las mascletás y el fuego son protagonistas indiscutibles.

Lo ideal es disfrutar de las fiestas acudiendo a la localidad para asistir a la espectacular Nit de la Cremà que ilumina la ciudad la noche del 19 de marzo, pero el resto del año también puede respirarse el espíritu de fuego y diversión con una visita al vistoso Museu Faller (Calle Sant Martí de Porres, 29), un centro de interpretación que reproduce al detalle y con numerosas piezas todas las sensaciones de esta tradicional fiesta valenciana.

Con un suave clima mediterráneo que se disfruta todo el año, Gandia también invita a recorrer sus numerosos espacios verdes. En pleno centro de la ciudad se encuentra el Parc d’Ausias Marc, un agradable jardín urbano en el que es posible visitar una antigua alquería del siglo XIX, la Casa de la Natura, hoy convertida en espacio de educación ambiental para pequeños y mayores. No puede faltar tampoco una visita al Marjal de Gandia, un notable ejemplo de biodiversidad de estas típicas zonas húmedas levantinas, de gran importancia ecológica. Muy cerca de allí se pueden visitar también unas hermosas dunas a las que se accede a pie –o en bicicleta– a través de un agradable paseo de 9 kilómetros de recorrido. Otros espacios de interés natural y paisajístico son en el Paraje Natural de Parpalló-Borrell, con dos sendas de baja dificultad que harán las delicias de los amantes de la geología, la flora y la fauna, y la cima del Mondúber (un monte de 841 metros de altitud) desde donde se disfruta de unas inmejorables vistas de la ciudad y sus alrededores.

Con la llegada de los meses más cálidos, las playas se convierten en protagonistas de la capital de la Safor, y también en este aspecto tiene Gandia motivos para presumir. Las playas de Rafalcaid y Venècia son las más frecuentadas por los vecinos del centro y del Grau –el antiguo barrio de pescadores–, aunque los turistas suelen acudir a la Platja Nord, de más de 3 kilómetros de longitud. Mucho más tranquilas y hermosas son las arenas de Platja de l’Auir, una de las pocas playas vírgenes del litoral valenciano, a la que se accede caminando, en bicicleta o en coche –no hay transporte público hasta allí–, y donde los bañistas pueden disfrutar de aguas tranquilas y cristalinas, en un entorno rodeado por las dunas y especies vegetales propias del ecosistema local. Todo un paraíso que permanece ajeno al turismo de masas, y en el que todavía es posible disfrutar del Mediterráneo en su estado más natural.



GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar. Por carretera, desde Madrid hay que tomar la autovía A3, y después seguir en dirección Alicante por la N-332 o la autopista de pago AP-7. Desde Valencia o Alicante la vía más rápida es la AP-7, y la más económica la nacional 332. También es posible llegar por autobús desde diferentes ciudades españolas gracias a las numerosas conexiones de compañías como Auto Res, Alsa o Autobuses Jiménez. Asimismo, RENFE cuenta también conexiones directas por tren desde Madrid en los meses de verano, y desde Valencia hay numerosos trenes cada 30 y 60 minutos (laborales y festivos respectivamente).

Dónde dormir. Si buscamos un alojamiento en el centro para descubrir los encantos de la Gandia histórica podemos optar por el Hotel Borgia *** (Av. República Argentina, 5) o el Hotel Naranjos ** (Av. del Grau, 67). En la zona de playas la oferta es muy numerosa, destacando establecimientos como el Bayren **** (Paseo Marítimo Neptuno, 62) o el Gandia Palace **** (C/ Rioja, 41-43).

Dónde comer. La oferta gastronómica de Gandia es rica y abundante. No hay que perderse las típicas picaetas (tapas) que sirven en muchos bares y restaurantes, con productos del mar, aunque el rey de la mesa sigue siendo el arroz en todas sus variantes (paella, seco o meloso) y, sobre todo, la fideuà, un plato que tiene su origen en la localidad. Un buen lugar para degustar una fideuà tradicional al lado del mar es el Restaurante Parsifal (Paseo Marítimo Neptuno, 69), y si nos encontramos en el centro de Gandia el Vins y Mes (C/ Jesuitas, 3), es una apuesta segura.

Más informaciónOficina de Turismo de Gandia

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