Lleva ya unos años encabezando los ránkings viajeros de las ciudades más apetecibles de Europa. Eclipsada de siempre por Lisboa, la minibarcelona portuguesa se embarcó en una rehabilitación de su delicioso casco viejo que, sumada a los proyectos de vanguardia que han despabilado su vida cultural, no para de recoger frutos. Si antes barrios enteros parecían al borde del colapso, el riesgo que corren ahora es precisamente el de morir de éxito. Y es que en su también remozado aeropuerto no paran de aterrizar lowcost que hacen que unos días en Oporto salgan casi más a cuenta que escaparse a Cullera.
Algunos la preferían antes del lifting, cuanto todavía era un diamante en bruto de fachadas desportilladas que acentuaban las saudades. De esas, respiren tranquilos los nostálgicos, le quedan aún a puñados. Afortunadamente, esta primero aldea celta y después puerto romano, tomada por los árabes y florecida con el brío comercial de la Era de los Descubrimientos, por mucho que la acicalen nunca lucirá nueva a estrenar. De momento, y toquemos madera, la capital del Duero no ha perdido ni un gramo de sabor a pesar de haberse puesto tan de moda, su gente sigue mostrándose tan dulce como siempre y se come de pecado por dos duros. Ahora con el buen tiempo se llena además de festivales como el Primavera Sound, sus terrazas rebosan de ambiente y las playas vecinas de Gaia, Foz o Matosinhos consiguen que la ciudad dé para mucho más que para un city break a buen precio.
Renovarse o morir
Los tripeiros, como les dicen a los portuenses por las muchas vísceras que comieron cuando en la época de los navegantes la carne buena iba para la marinería, son dueños y señores de una ciudad muy manejable que se arremolina en torno ala Baixa. Este barrio, a horcajadas entre las colinas por las que descollan la iglesia de Santo Ildefonso y la también barroca dos Clérigos, se gasta un aire entre británico y francés. Edificios neoclásicos y art nouveau cobijan aquí comercios de toda la vida, con sus rancias tipografías y escaparates de antaño. Para muestra, los ultramarinos A Pérola do Bolhão y Comer e Chorar por Mais de la rua Formosa o, en la aledaña de Santa Catarina, sin ir más lejos la Fnac, en el decimonónico edificio de los antiguos Grandes Armazéns Nascimento. Si no queda otra que renovarse o morir, parece claro por dónde ha tirado Oporto.
Iglesias forradas de azulejos y mercados donde las abuelas despachan en delantal, como el irresistible do Bolhão, se entreveran con los hoteles boutique que en los últimos tiempos han brotado cual champiñones. No lejos resisten sin embargo clásicos como la librería Lelo, la más bonita del mundo con permiso del Ateneo de Buenos Aires, o el Majestic Café, en cuyos asientos de cuero echó sus buenas horas J.K. Rowling cuando oficiaba de profesora de inglés por estos pagos antes de hacerse millonaria por obra y gracia de Harry Potter.
Si la nobilísima avenida dos Aliados fue revitalizada por los dos Premios Pritzker y pesos pesados de la arquitectura portuense Souto de Moura y Siza Vieira, el entramado conocido como Galerías de París acoge las mejores tiendas de diseño y bares de copas, mientras que algo más allá, por esa zona de Miguel Bombarda por la que hace poco nadie en su sano juicio se habría dejado caer, abren en masa galerías de arte que atraen a la fauna más cool, amén de tiendas vintage, peluquerías retro y bares de toda la vida con mobiliario y asiduos de reciclaje.
Osadías con final feliz
Es arrimándose al Duero donde Oporto sigue pareciendo un pueblo. Bajo La Sé, su catedral seria con hechuras de fortaleza, afloran aquí los restos de las murallas y allá más iglesias soberbias como la de São Francisco o edificios tan ilustres como el palacio Episcopal o el de la Bolsa. Pero también osadías como el mercado de hierro de Ferreira Borges, transformado en sala de conciertos. Más a la vera del río, entre tascas con aire de postguerra y casitas con la colada a la fresca en los balcones, un trazado medieval zigzaguea hasta el barrio de la Ribeira, en el que tomar una copa en las terrazas que miran al Duero.
De su otra orilla queda Gaia, donde recalar por Sandeman, Cálem y las demás monumentales bodegas que tanto negocio le reportaron a Oporto cuando los ingleses en el XVII resolvieron que no pensaban pasarse sin sus vinos. Y acercándose a la desembocadura, la vanguardia en mayúsculas aguarda por Boavista. Allí, a la Fundación de Serralves se va tanto a admirar sus exposiciones de arte contemporáneo como el museo minimalista que las contiene, y la Casa da Música, del también Premio Pritzker Rem Koolhaas, se diría un meteorito aterrizado en el corazón del barrio.
Guía práctica
Cómo llegar
Vuelos directos desde Madrid, Barcelona, Valencia, Baleares y Canarias, a menudo por menos de 100 €, con Iberia, TAP, Air Europa, Vueling o Ryanair, aunque desde muchos puntos de la Península podrá viajarse fácilmente en coche.
Dónde dormir
Hoteles muy coquetos y a precio estupendo como el Moov Porto Centro, en un antiguo cine, o ya más caro, en lo que antaño fuera un teatro, Teatro. Auténticos clásicos como los aristocráticos Infante Sagres y Palacio das Cardosas o, de la orilla de Gaia y con las mejores vistas sobre Oporto, The Yeatman, donde todo gira alrededor del vino.
Dónde comer
La oferta es inmensa y será raro comer mal aun entrando al azar en cualquier tasca. De lo más popular, la Cafetaria Pintainho del Mercado do Bolhão, pasando por locales intermedios como La Taberna do Largo hasta la cocina de autor de DOP, del reputado chef Rui Paula.
Más información
Turismo de Oporto o Turismo de Portugal.