Del aroma añejo de sus históricas calles a la modernidad de una ciudad abierta al mundo. San José, capital de Costa Rica, concentra la esencia de un país que vive con orgullo su situación estratégica entre dos océanos y cuyo territorio destila cultura, naturaleza y vida. Esta es la hoja de ruta para disfrutar intensamente de una visita de dos días sin perder nada de su esencia.
Día 1
La jornada puede empezar por la Plaza de la Cultura, en cuyo entorno conviven los Museos de Oro Precolombino, una joya que debe ser visitada, y el de Numismática del Banco Central. Además, una biblioteca, un auditorio, áreas abiertas para exposiciones temporales y otros usos aglutinan una oferta amplia. Y si no, qué mejor que sentarse a tomarle el pulso a la vida local que da color al lugar durante las primeras horas del día.
En el lado sur de la Plaza se levanta el edificio más preciado de San José, el Teatro Nacional. Símbolo de las aspiraciones europeas de la sociedad cafetalera liberal, el Teatro Nacional fue construido a fines del siglo XIX mediante un fuerte impuesto a la producción cafetalera. La monumental arquitectura, las obras pictóricas y escultóricas de consagrados artistas (principalmente italianos), el gusto y esmero visibles en el acabado de esta joya nacional contrastaban con el subdesarrollo del país en esos tiempos. Tal era así que no era raro escuchar en Europa que Costa Rica era "una aldea alrededor del Teatro Nacional".
Muy cerca se encuentra la Librería Lehmann. Fue en 1895 cuando el alemán Antonio Lehmann Merz emigró a Costa Rica y fundó la Librería Católica. Desde principios del siglo XX esta librería se constituyó en una de las más importantes del país. El edificio construido en 1914 es de influencia Neoclásica y se le atribuye al Arquitecto Gerardo Rovira. Junto con los valiosos inmuebles del Knöhr y el antiguo Ministerio de Economía, este edificio conforma un relevante conjunto arquitectónico que permite rememorar el San José de inicios del siglo XX.
Otra visita más que recomendable es la del Mercado Central (Calle 6, Avenida Central y 1). Después de la transformación de la Plaza Principal en Parque Central, se escogió para el mercado josefino el lugar conocido como la Plaza Nueva. El inmueble ha sufrido muchas transformaciones, pero no ha perdido su sentido más importante: ser crisol de culturas de la sociedad costarricense y representación cotidiana de patrimonio cultural, que día tras día se construye a partir de la combinación de lo tradicional y lo moderno.
Día 2
El día comienza en el Museo del Jade. Ubicado en la planta baja del Instituto Nacional de Seguros, exhibe la mayor colección de jade precolombino de América. Actualmente cuenta con una moderna distribución de las salas de exhibición, facilitando el acceso a los visitantes nacionales y extranjeros al rico acervo arqueológico que custodia, protege y exhibe en sus salas. La colección incluye también objetos elaborados en cerámica, piedra, hueso, concha, madera y otros materiales, tanto en su exhibición permanente como en muestras temáticas temporales.
Tras un breve paseo de 5 o 6 minutos llegamos al Parque Morazán, corazón de la vida social política josefina de finales del siglo XIX. Fue allí donde se celebraron las fiestas de fin de año durante décadas antes de su traslado a la Plaza González Víquez en 1930. Actividad muy tradicional era el Saludo que los josefinos hacían al Año Nuevo, así como las populares y concurridas retretas musicales de la ciudad. Por este motivo, en 1920 se erigió una construcción con mejor acabado arquitectónico y excelente acústica que se llamó el Templo de la Música.
Cruzando el Parque Morazán se llega hasta el Museo de arte y diseño contemporáneo. Situado en la antigua bodega de rones de la Fábrica Nacional de Licores, destaca por sus paredes de piedra canteada de casi un metro de espesor, con madera de cedro amargo. Cuenta con seis salas de exposiciones, donde se presentan colecciones permanentes y temporales. Además, ofrece propuestas innovadoras en arte contemporáneo y diseño, biblioteca, videoteca, ciclos de cine y encuentros sobre creatividad actual nacional e internacional, además de un centro de documentación artística centroamericana.
Y muy cerca está la Casa Amarilla. En 1912, Andrew Carnagie donó fondos para construir en San José la sede de la Corte de Justicia de Centroamérica, que se terminó en 1916. La nueva edificación presenta en su fachada un dintel ornamentado de influencia barroca. Cuando la Corte se disolvió, en 1919, el edificio pasó a manos del Estado costarricense. En ocasiones fue Casa Presidencial y alojó por algunos meses a la Asamblea Legislativa. Pero desde su primera época y hasta la actualidad, la Casa Amarilla ha sido principalmente la sede del Ministerio (antes Secretaría) de Relaciones Exteriores y Culto. En el inmueble también se ubica el Museo del Marqués Manuel María Peralta, quien fuera uno de los más importantes diplomáticos costarricenses.
Desde allí se puede disfrutar de un agradable paseo por el magnífico Barrio de Amón. Este barrio centenario sobrevive en el corazón de la capital a pesar del tiempo. Ha sido declarado por la municipalidad de San José como zona de control especial y de valor histórico arquitectónico, junto con Barrio Otoya y Aranjuez. La formación del Barrio Amón a finales del siglo XIX fue parte de un proceso mayor de crecimiento de la ciudad de San José, que tuvo lugar en las últimas décadas de ese siglo. El francés Amón Fasileau – Duplautier es el que inicia la construcción de este primer residencial de la élite urbana josefina.
Actualmente, en sus alrededores podemos apreciar algunas de sus hermosas casas, como el Castillo del Moro, construido en la primera mitad del siglo XX, que constituye el ejemplo más representativo de la arquitectura de influencia mudéjar en el país. Su volumetría y características arquitectónicas particulares lo convierten en un edificio sobresaliente en su entorno y un hito urbano del Barrio Amón. En otras casas, de singular belleza, aún habitan algunos descendientes de las familias que ahí se establecieron; otras se han convertido en hoteles, hostales o restaurantes, permitiéndoles conservar su hermosa arquitectura.
Comer
Comer en San José, como urbe cosmopolita que es, tampoco supone ningún problema. Desde sodas tradicionales donde disfrutar de un buen asado hasta restaurantes de altísimo nivel. Algunos, por su ubicación, ambiente y comida, bien merecen una visita. Es el caso del Café Mundo, cuya terraza en una mansión del barrio de Otoya, le hacen un imprescindible en la ciudad; y el Café Kalú, cuya chef, Camille Anton, prepara platos de fusión.
Otras opciones que no deben pasarse por alto pueden ser el Café de los Deseos, en el barrio de Goya, algo bohemio y muy colorido, o el restaurante Grano de Oro, para paladares gourmet, situado en el hotel del mismo nombre; o el refinadísimo Park Café, con el chef Richard Neat, estrella Michelín, a sus fogones.
Para comida de calle, nada mejor que el Mercado Central, con los cebiches de Mariscos Poseidón o los inigualables postres de la Sorbetera de Lolo Mora.
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48 horas en San José de Costa Rica es un contenido de Turismo de Costa Rica.